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Vida corta, larga mirada

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Narrativa Completa. Hermann Ungar.
Ed. Siruela. Precio: 24,95 euros

Feliz y contradictoria la lectura de los libros de Hermann Ungar un siglo después de que éste los escribiera. Ya tuvimos ocasión de hacerlo –aunque no de todos sus textos- en el último cuarto del siglo pasado, gracias a la editorial Seix Barral; quienes tuvimos la ocasión. Para los que no la tuvieron entonces, apareció hace unos meses la «Narrativa Completa» del autor checo, un alarde de edición de Siruela. Si no es demasiado tarde, recomendaría que no tuvieran la tentación de leerla de un tirón: nadie sale indemne de una aventura semejante; ni siquiera se puede saber tampoco si una lectura reposada es venial para el equilibrio emocional del lector. Aun así, despacio y con tiento, pues sólo así podrán disfrutar de Ungar en toda su extensión.

Un siglo después reaparece Hermann Ungar para demostrar que una vida corta (36 años), pero prolífica en experiencias existenciales, da para mucho; otra demostración de que la juventud no es óbice para escribir grandes obras que ya superan al menos un siglo.

Sólo desde el expresionismo, en su época, era posible enfrentarse a la vida y a los acontecimientos que se negaban a pasar de largo ante las conciencias de millones de seres que sobrevivían a duras penas. Al igual que su coetáneo, Franz Kafka, cuyas similitudes con Ungar ganan a las diferencias, se empeñó en llevar la palabra hasta el límite de su expresividad para hurgar en la herida que hacía desangrarse a una Europa que había entrado en el siglo XX a trompicones y con incertidumbres difíciles de soportar; el mismo vio correr la sangre por su cuerpo durante la Gran Guerra (su muerte en 1929 le impidió ver la sangría suprema que llegaría en la Segunda Guerra Mundial, donde el mal y la humillación, que él ya había descrito en sus relatos con una precisión casi alquímica, llegarían a su expresión más implacable e impía).

Ungar no se refugió en un caparazón como el que Kafka le colocó al inefable Gregor Samsa para tamizar la miseria de un mundo que caminaba a paso firme hacia el acabose; premonición que se cumpliría en 1941 en toda Europa, pero también antes durante la Guerra Civil Española, como evidentes trasuntos del horror. «La Metamorfosis», como «El extranjero» de Camus (más tarde, en 1942), son cuentos que, amparándose en el absurdo, contienen la crueldad de un mundo que se autodestruye a través del miedo y la humillación de sus pobladores, depreciando sus conciencias hasta el punto de perder su identidad.

Ungar no levantó ante sí un muro que lo protegiera de la fatalidad que esperaba en cada esquina, de la guerra que trazó su destino, de la maldad que dirigía las grandes causas y los asuntos cotidianos, de la insidia y la depravación. Se enfrentó a pecho descubierto a la realidad que multiplica las heridas y recoge la sangre vertida en sus callejones más sombríos. Sus personajes son escoria, maleantes, mutilados, malvados, prototipos de las más variadas psicopatías (las de índole sexual en primer lugar), miedosos, taimados; él tampoco se salva de una descripción cercana a la podredumbre emocional.

Opino (no soy original) que la grandeza de Kafka y de otros escritores que sobrevivieron o sucumbieron a un medio siglo de decepción, velaron la grandeza de un Hermann Ungar que siempre mantuvo el punto de mira elevado aunque su perspectiva apenas saliera de las alcantarillas.

Así pues, no voy a hacer una relación de sus obras narrativas (Novelas y relatos), están en el índice; ni a describir estas novelas y cuentos, verdaderamente, impactantes, están en el libro de Siruela. Pero recomiendo una lectura sosegada de todas ellas y si se escapa alguna gota de sangre del libro, límpienla de inmediato con un trapo mojado en agua, procurando que no quede rastro o se vaya la tinta.

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