Miguel Ángel Alonso Álvarez, Teófilo Alonso Prieto, Benigno Antonio Ponga Pérez, Onésimo González Reguero, Ignacio Medarde Agustín, Bernardino Lozano Hernández, Santiago Puertas Sangrador, Carlos Ruiz Muñiz y Ángel Rodríguez González.
Todos ellos lograron hace medio siglo aventurarse a través de las simas que convertirían León en una de las capitales mundiales de la espeleología gracias al descubrimiento de las cuevas de Valporquero, uno de los tesoros del inframundo en España. La aventura partió de la actividad del club Peñalba. Fue en agosto de 1961 cuando el grupo puso en marcha la primera aventura: desde Valporquero hasta Torío. Lograron salir gracias a un pasadizo que hoy en día lleva por nombre el Tubo del Viento. Ahí comenzó la historia, que ya ha tomado el rumbo hacia el centenario. Fue en 1966 cuando la Diputación, después de un arduo trabajo de remodelación para hacer la gruta accesible, inauguró las Cuevas, hoy, uno de los mejores reclamos turísticos de la provincia.


Cincelada por la fuerza del agua hace dos millones de años, sus cavidades forman un tesoro natural que constituye uno de los fenómenos de la naturaleza más impresionantes de Europa. El paso del agua fue abriendo grutas que han generado dos niveles diferenciados en la cueva. Siglos de erosión han logrado que el agua invirtiera su curso para formar una cascada en el medio mismo de la roca. Según destaca la propia página de la Diputación, el corazón de la montaña leonesa abre una inmensa boca que descubre ocultas e increíbles maravillas subterráneas: caminos, puentes, escaleras y multitud de focos permiten admirar la gran obra de arte que la naturaleza ha ido modelando durante más de un millón de años. Estalactitas, estalagmitas, coladas y columnas de diferentes brillos y colores se suceden a lo largo de siete salas visitables: “Pequeñas maravillas”, “Gran rotonda”, “Hadas”, “Cementerio estalactítico”, “Gran Vía”, y “Maravillas”. Además, la visita a las cuevas se adapta a las posibilidades de cada público. Mientras que incluso los niños pueden realizar el paseo a través del primer nivel de la gruta, el segundo está dirigido a los “iniciados”. No se puede ser profano para aventurarse en las simas de la cueva. Bajar supone estar dispuesto a practicar espeleobarranquismo a través del conocido como “curso de las aguas”.


Visitar la cueva implica estar dispuesto a realizar una caminata de algo más de un kilómetro, a través de diferentes estancias geológicas en las que se puede admirar hasta qué punto la fuerza de la naturaleza es la que, queramos o no, marca el camino en el planeta. Fue hace más de un millón de años, en el Pleistoceno de la era Cuaternaria cuando las frías aguas del arroyo de Valporquero empezaron a colarse a través de los poros, fisuras y grietas de la roca caliza, disolviendo sus entrañas lenta y tenazmente, abriéndose el corazón de la montaña leonesa para descubrirnos las increíbles maravillas subterráneas. Dimensiones inesperadas y volúmenes descomunales van abriendo un sendero repleto de luces y sombras, permitiéndonos admirar miles de formaciones calizas esculpidas por la mano caprichosa del tiempo, con sus formas, tamaño, brillos y colores diferentes que se suceden a lo largo de las siete salas visitables. Una vista espectacular, que se hace más grandiosa si cabe en primavera y otoño, con el deshielo y las lluvias que llenan el arroyo de Valporquero, produciendo una ensordecedora sinfonía por el correr del agua dentro de las salas de la Cueva.