
Editorial Renacimiento. Precio: 17,90 €
Las tertulias literarias tal vez parezcan cosa de otros tiempos, pero aún existen cafeterías en donde se reúnen jóvenes alrededor de la literatura.
Suele ser bajo la tutela de alguien de más edad y lecturas, para compartir libros, discutir puntos de vista y ver la vida pasar en los pasos de los que se contemplan a través de una cristalera.
Una de las más afamadas del norte de España es la ovetense tertulia Oliver, que, sobreviviendo al café que le dio nombre, se reúne ahora en otras sedes. Nació en torno a los escritores José Luis García Martín y Víctor Botas y ha visto pasar por sus mesas a destacados poetas en dos lenguas, tanto asturiano como castellano. Muy pocas tertulias pueden decir que llevan en activo, sin solución de continuidad, desde inicios de los años 80; que han visto sucederse varias «generaciones» de contertulios y que además también han generado obra autorreferencial: un primer estudio sobre ella puede verse en el libro de 1995 Tertulia Oliver. Una aproximación bibliográfica, escrito por Martín López-Vega y publicado en Llibros del Pexe, otras aportaciones han aparecido en la veterana revista de nueva literatura Clarín y en la novel Anáfora. Entre otros, serían poetas «criados» alrededor del magisterio compartido entre copas y tazas humeantes Antón García y Xuan Bello, Lorenzo Oliván, José Luis Piquero, Javier Almuzara, Pelayo Fueyo y Marcos Tramón, acaso el más fiel contertulio y también el más secreto poeta de todos ellos. Sobre él, ahora, la editorial sevillana Renacimiento ha puesto sus ojos para publicarle unas obras poéticas completas que sorprenderán por su madurez a aquellos que no conocieran su trabajo.
Marcos Tramón (Oviedo, 1971) ha reestructurado en estas poesías reunidas los títulos previamente publicados, desgajando una selección de las versiones de otros poetas que se incluyeron en su primer libro a una sección aparte, al final del volumen, e incluyendo todo un poemario inédito, «Estación de frontera», como colofón. Los autores elegidos en las versiones de «Singladuras» son un indicativo de los intereses del lector que hay en el poeta: Cesare Pavese, Paul Celan, William Carlos Williams, Gabriel Ferrater o Pep Rosanes-Creus, entre otros. El mundo personal de Marcos Tramón lo circunscribe muy bien Carlos Iglesias Díez en el prólogo titulado «La trama de los días», al que copiamos aligerando de paréntesis ejemplarizantes: «los motivos recurrentes, las claves de su universo poético son: una actitud de perpetuo asombro ante la vida, cuyo tapiz se despliega cada mañana, al despertar; retazos de geografía urbana que definen y, al mismo tiempo, delimitan los pasos del yo lírico; el amor, alternativamente contemplado como fuerza benéfica y destructiva; la devoción eterna hacia las mujeres, siempre bellas, y fugaces como el tiempo que pasa».
Después de leer esta antología, a nadie le extrañará que su autor haya recurrido a Lope de Vega para titularla «De mis soledades vengo». Desde su primer libro mayor, «Los días que te explican», el quehacer lírico de Marcos Tramón ha sabido establecerse en un territorio donde es muy fuerte la conciencia de estar solos en el mundo y, paradójicamente, la necesidad de vivir en sociedad, la tensión entre el yo y los otros. Retraída misantropía y atrevimiento pugnan en sus versos, tanto como lo hacen tristeza y alegría. Es la suya una voz confidente que enuncia soledades entre las que se cuela la presencia de alguna maravilla de cuando en cuando. Es una lucidez no pesimista sino desgarrada, instalada en la extrañeza de la existencia, que nos sabe constituidos como seres duales y frágiles (débil es el que duda, nos dice), entre el sinsentido y la felicidad por nuestra propia naturaleza pensante.
Desde sus primeras composiciones, Marcos Tramón ha mostrado una escéptica madurez que procede del ejercicio de una clara introspección emocional, la cual se sustancia en poemas de naturaleza meditativa. No ha de resultarle tampoco chocante al lector, por tanto, que en la auto entrevista incluida al final del volumen cite como a autores esenciales a Luis Cernuda y Jorge Luis Borges, o que defina su propia escritura como «amarga como un agua tónica, algo desasosegante y un poco existencial». Es un autor consciente de que incluso en una vida ordenada con todas las cautelas, podemos no estar a salvo: «Aporrean la puerta, ponte a salvo: / son recuerdos». Pero también se aprecian en sus últimos versos las huellas de una deriva más dichosa: «No de un lugar concreto regresamos, / regresamos de haber sido felices».
Poeta de los días iguales, repetidos en bucle, en los que la existencia insiste en usar el calco de carbono para ir ensartando sus horas grises y replicarse en rutinas y aburrimiento —«la pesadilla que se muerde la cola»—, y poeta que se salva y nos salva por la repentina incursión del milagro entre sus versos.
Por decir algo
A estas alturas de la comedia,
los dos nos damos cuenta
de que no somos
precisamente unos niños.
Has llorado, he llorado,
los dos hemos estado solos
durante mucho tiempo.
Así que, te lo ruego:
—voy a tirarme a la piscina,
no importa si está llena de escorpiones,
por decir algo—
envejece conmigo.
Mañana
Hoy hace un alba azul,
se ven restos de nubes
con rojos arreboles.
También tú fuiste así:
niño despreocupado.
Mañana puede ser que haga un día
plomizo y gris
—como un símbolo apenas—.
Mañana, un día que desconocemos.
Marcos Tramón