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Una navidad de diez

Rubén Diez Tocado

Rubén Diez Tocado

Lejos de convertirse en el simple escaparate temático de algunas películas, a algunos directores de aliento la Navidad les proporciona una piedra de toque estética, un trasfondo contra el que armar contrastes o un símbolo, fácil y de alcance universal, de cuanto acontece dentro de un personaje.

A las aquí presentes la Navidad apenas las sustenta, pero sí las toca, acaso de rondón. Películas mil veces vistas que reverdecen con cada visionado:

1. Billy Eliot.

La Navidad como temporada alta de las ausencias. Una película donde todo remite a otra cosa; tal es su acentuado simbolismo. Un muchacho partido en dos: los pesados guantes heredados de los varones de la casa frente a las cabriolas de una danza que es capaz de aligerarlo. Stephen Daldry se dejó el tiralíneas en ajustar la composición de los planos, cargados de intención cinematográfica.

2. Qué bello es vivir.

Qué bello es vivir

La doble naturaleza de estas fiestas está representada a la perfección por este film circular que empieza como acaba.  Sólo desde la oscuridad más profunda podemos darle a la luz el valor que encierra. Desde la aparición del ángel, cicerone de una realidad alternativa, sucia e inhóspita, donde George Bailey nunca existió, hasta que aquél obtiene sus alas, admitamos que si la Navidad puede hacer daño a muchos es por el recuerdo de un tiempo pasado donde su felicidad fue plena. Sólo nos duele el ahora, animales secuenciales como somos. La película es una llamada a cuestionar eso. Pretende que nos salvemos desde una altura donde todos los tiempos se funden. Sólo eso nos convertirá, como a Bailey en la semblanza que de él hace su hermano, en “los hombres más ricos de la Tierra”.

3. El bazar de las sorpresas.

El bazar de las sorpresas

Basada en una obra de teatro y, a su vez, inspiradora de una versión posterior (“Tienes un email”) es el relato, frugal sólo en apariencia, de asuntos comprometedores como la infidelidad, la desconfianza y la búsqueda del amor genuino, ése que su director, Ernst Lubitsch, no pudo lograr en vida (se casó dos veces y ambas esposas le fueron infieles). Nos conmueve la escena en la que el dueño de la tienda, Hugo Matuschek, condenado a la soledad por la esposa ausente, busca entre sus empleados quién pueda acompañarlo para cenar en Navidad. Buena oportunidad para disfrutar del toque Lubitsch con esas cajas musicales para cigarros, tan odiosas, y el uso sagaz de un clavel rojo para hacer aflorar lo que el espectador ya sabía.

4. Uno de los nuestros.

Uno de los nuestros

Jimmy Conway (Robert De Niro) lidera una banda de gánsteres a los que previene contra el peligro de hacer ostentación de su dinero, recientemente nutridos por un gran botín.  Pero en este caso la Navidad es desmitificadora. Se reúnen en un bar, acompañados de sus esposas. Uno de ellos invita a Conway a asomarse a la puerta del local. Aparcado enfrente, con un color rosa exuberante, de los que torpedean la mirada, está el coche que acaba de comprar. Ante el consiguiente enfado de Conmay, que ve en la adquisición lo contrario de lo que había recomendado, el acusado argumenta: “No pasa nada. Está a nombre de mi madre”. Prueba de que el humor y la sangre pueden coexistir en armonía, sobre todo si un tal Scorsese se sienta a los mandos. Como curiosidad, del reparto forma parte un joven Samuel L. Jackson. Y es la película con la que algunos aprendimos que un árbol de Navidad no tenía por qué ser verde.

5. Notting Hill.

Nothing Hill

Quizá no recuerden el pasaje navideño de esta película. Dura apenas unos segundos, acompasado por la quejosa y emocionada “Ain’t no sunshine”, de Bill Withers. Un gran plano secuencia para recrear el paso del tiempo; fuera, que no dentro del protagonista, ese librero sarcástico que, a fuerza de despachar libros, ha aprendido también a despachar a clientes impresentables; un plano capaz de aglutinar todas las estaciones en una sola calle.

6. El apartamento.

El apartamento

Armada sobre un guion deslumbrante y unas interpretaciones sin igual, este clásico donde los haya revela en la fiesta de Navidad de la empresa cómo la acidez y el desencanto pueden resultar aún más demoledores cuando la multitud baila y se desenfrena alrededor. Un Santa Claus, quizá borracho, se confunde y equivoca los regalos: Baxter recibe los puñetazos que debería encajar Sheldrake. Una comida navideña de espaguetis con salsa de carne jamás tuvo tanto encanto.

7. Forrest Gump

Forest Gump

Nochevieja del 71. Forrest tiene decidido comprar el barco para la pesca de la gamba, tal y como le prometió a Buba. El teniente Dan se burla. Pero la frase más demoledora, una de las más emocionantes de la película, la tiene el secundario de una prostituta, Lenore «Piernas Largas». Le dice a Forrest: «¿No te encanta la Nochevieja? Es como volver a empezar. Todo el mundo disfruta de una segunda oportunidad.»

8. El Padrino 2

El padrino 2

Michael ha empezado a caer en una sima de aislamiento, la que sólo proporciona el poder a manos llenas y la certeza de que un traidor de la familia pretende resquebrajarlo. Ha hecho la promesa de que nada le sucederá a su hermano, pero en la fiesta de Año Nuevo lo besa en la boca, a la manera mafiosa, mientras entona su condena: “Sé que fuiste tú, Fredo. Me has roto el corazón”. La elección dramática del momento no es casual: todos gritan de júbilo por la llegada del nuevo año, con su saco de esperanzas y sueños, mientras un hombre se separa de su hermano a trompicones, con los ojos aterrados. En esos contrastes también reside la genialidad de El padrino.

9. Plácido.

Plácido

Ya descorazonadora desde el título, y tan sencilla en su propuesta argumental que jamás dejará de desarmar a los que la enfrenten por vez primera, es una sátira habilísima sobre la opulencia fatua, el afán de aparentar y la caridad de postín. Obra maestra del cine patrio, del cine sin adjetivos, en la que nuestros realizadores -con tendencia a moverse entre la crítica cruda, “feísta”, y la comedia “sonrojante”- deberían mirarse más a menudo. Epopeya de un hombre común (¿alguno lo es?) que no ve la manera de poder pagar la letra del motocarro del que depende para ir pagándolo. Siente un pobre a su mesa y no tardará en descubrir que el miserable es usted.

10. Atrápame si puedes.

Atrápame si puedes

En una imprenta de Montrichard, Francia, mientras Frank Abagnale prosigue con sus falsificaciones, penetra a hurtadillas el policía Carl Hanratty. La melodía la aporta el coro navideño de fondo, el ruido de las máquinas. Se produce una prueba de confianza entre un niño perdido y el sustituto de un padre, uno que no arrastra la cobardía de dejarse mentir como aquél. Como casi todas las películas ambiciosas, parece hablar de una cosa, pero en realidad es otra: un canto contra la soledad y la orfandad, de la índole que sea. La búsqueda del verdadero hogar. La aspiración del que se ve a sí mismo a través de la ventana de una casa que no es la suya. Porque, como afirma Hanratty, «a veces es más fácil vivir una mentira».

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