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Un mundo que desaparece

Antonio Manilla

Antonio Manilla

Demolición. Raúl Guerra Garrido.
Alianza Literaria. 216 págs. 16 €.

«Todo empezó cuando recibí esta extraña invitación de la Wagemberg para la inauguración de su galería en Madrid con una escultura que no debía ser vista por los invitados ni por la crítica».

Así explica, desde la contraportada, el propio Raúl Guerra Garrido el origen de esta nueva novela que viene a romper seis años de silencio creativo, el lapso que ha transcurrido desde la aparición de La estrategia del outsider o la vuelta al mundo de Naraya Sola.

Aparecida a finales del año pasado, prolonga su vida en las librerías durante este año 2019 en el que el escritor, Premio Nacional de las Letras en 2006, verá cómo se cumple el medio siglo desde su primera ficción, Cacereño, una obra con la emigración como asunto nuclear y la primera en la que aparecería el País Vasco como asunto, la cual tendrá una edición crítica muy pronto en Akal, incorporando las frases que eliminó la censura de la época.

El interés que suscitó en el escritor esa extraña invitación es el motor que le llevó a seguir la carrera de un artista hasta entonces desconocido para él y a publicar, tras tres años de investigación, lo que califica como una «autobiografía no autorizada», dándonos ya una pista sobre la identidad de ese Jesús Expósito, un escultor que talla escaleras de madera y que llegó a obtener nada menos que el Premio Nacional en 2010 por decisión salomónica, como nos informa la bibliografía incluida al final del libro.

Un Jesús Expósito cuya voz intermitente va reconstruyendo su vida en unas páginas que tienen menos de diario que de libre discurrir de la conciencia hablando consigo misma, un amplio monólogo del que se van desprendiendo todos los datos de la existencia que quiere compartir con los lectores que serán su posteridad. Desde su abandono al nacer a la puerta de una carpintería de un pueblo de Cáceres —y creemos que no es casual esta referencia geográfica—, el cual le ha hecho creer que nació por generación espontánea, hasta llegar a la última noticia que se nos da de él, esa extraña performance que aspira a ser «lo nunca visto que no se podrá ver pero dirás haber visto».

Todo en Demolición es una fiesta del ingenio verbal y conceptual. Y a través de ella, como contrapunto, va calando la idea de que la existencia, como expresa en determinado momento el protagonista, se ha convertido en algo en lo que —nos dice— «no puedo ganar, no puedo empatar, no puedo abandonar el juego». El derrumbe al que se refiere el título es el de alguien que por la edad ve que su tiempo ha quedado atrás y ha sido superado, pero no obstante hace un último esfuerzo por actualizarse, acaso lata ahí una analogía con el reciente tránsito entre lo analógico y lo digital en el que aún estamos. Todo en Demolición, incluso los paisajes, alude a la decadencia: tienen especial relevancia el colosal desguace indio de Alang y la semiabandonada Detroit. Incluso las personas van desapareciendo de la vida de este escultor que el medio de comunicación más moderno que emplea es el teléfono.

Estamos ante una obra compleja. Se concatenan reflexiones con el flujo continuo del monólogo interior, se salpican de diálogos, estrofas populares, citas en otras lenguas, y los recursos estilísticos empleados son abundantes, desde un profuso e inteligente juego de palabras al neologismo. Esa efusión confesional, a veces desbordante, se mantiene dentro del orden probablemente gracias a dos factores: el surrealismo del pensamiento que va desgranando Jesús Expósito y el delirante humor que vemos aplicado a diversas materias, pero con una especial atención a la de su propio oficio: el arte. Desde La cabeza de plástico, novela de 2006 de Ignacio Vidal-Foch, seguramente no se haya publicado en nuestro país otra fábula sobre el mundo del arte tan ácida, impía e incorrecta. Tan divertida y a la vez honda. La reducción al absurdo de muchos de los dogmas de las artes plásticas es también una labor de demolición que puede permitirse un personaje tan bien construido como este que nos presenta Raúl Guerra Garrido. Alguien que rebaja de pompa y circunstancia sus afirmaciones porque, al fin y al cabo, piensa que «estar vivos es lo más extraño que puede ocurrirnos».

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