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Un mundo a su medida

Carmen R. Santos

Carmen R. Santos

Cara de pan. Sara Mesa

En varias ocasiones, Sara Mesa (Madrid, 1976) ha confesado su preferencia por las distancias cortas, por un género, el del cuento, que a veces errónea e injustamente se considera menor. Un punto de vista equivocado, pues baste recordar grandes e imprescindibles nombres de la literatura -el gran maestro Anton Chéjov, Jorge Luis Borges, Raymond Carver entre otros-, que han cultivado solo este formato. La escritora madrileña afincada en Sevilla es una excelente cuentista, desde que en este género se diera a conocer en 2008 con «La sobriedad del galápago» (Diputación Provincial de Badajoz), colección de relatos a la que siguieron «No es fácil ser verde» (Everest, 2009) y «Mala letra» (Anagrama, 2016). Por otro lado, ha participado en diversas antologías colectivas como «Pequeñas resistencias 5». «Nuevas voces del cuento español» (Páginas de Espuma, 2010), «Diez bicicletas para treinta sonámbulos» (Demipage, 2016) y Riesgo (Rata, 2017)

Sara Mesa. Foto: Epicuro

No es, sin embargo, Sara Mesa autora en exclusividad de relatos. A lo largo de su trayectoria los ha combinado con la novela, publicando «El trepanador de cerebros» (Tropo, 2010), «Un incendio invisible» (Fundación José Manuel Lara, 2011, reedición en Anagrama en 2017) -Premio Málaga de Novela-, «Cuatro por cuatro» (Anagrama, 2012) -finalista del Herralde-, y «Cicatriz» (Anagrama, 2015) -Premio Ojo Crítico de Narrativa-. Y esta Cara de pan, llamada sin duda a incrementar el favor que crítica y público le ha venido dispensando hasta ahora. Porque, en poco más de cien páginas -Sara Mesa ha señalado su predilección por la extensión breve en la novelística-, ha elaborado una estructura donde dosifica a la perfección un entramado que despierta nuestro interés desde el comienzo: “La primera vez la coge tan desprevenida que se sobresalta al verlo. La niña está apoyada en el tronco del árbol, leyendo una revista, cuando oye sus pasos acercándose, el chasquido de las hojas secas al quebrarse, y después lo ve, de pie delante de ella, quizá un poco turbado pero no sorprendido por encontrarla allí, oculta tras los setos”.

Este arranque, además de llevarnos a que nos preguntemos quién es esa niña y el hombre que a ella se aproxima, es muy significativo respecto a la idiosincrasia de los dos protagonistas de Cara de pan. A cualquiera nos habría parecido extraño ver a una niña que roza la adolescencia escondida un día laborable tras los setos de un parque, espacio donde se desarrolla buena parte de la historia. Pero no le llama la atención al Viejo, como se denomina a quien se acerca a la niña, llamada Casi, pues tiene “casi” catorce años. Hubo un momento en el que Casi, que vive una existencia aparentemente normal, decidió no ir al colegio y pasar las jornadas en una suerte de escondite que se ha fabricado en el parque de su ciudad, innominada, ingeniándoselas para que no se descubra la insólita situación. En la escuela, Casi ha comprobado la crueldad de sus compañeros, que la someten a acoso -un asunto tristemente actual-, y la ridiculizan por sus kilos de más, sus granos, y su carácter introvertido, motejándola como “cara de pan”.

En cuanto al Viejo es raro, vestido siempre con la misma ropa sucia y ajada, aunque, pese a ello, pretende mantener una antigua elegancia. Obsesionado con los pájaros -sobre los que alecciona a su pequeña amiga en sus singulares charlas-, y enamorado de la cantante y compositora Nina Simone -elección no casual si refrescamos su biografía-, arrastra un pasado lleno de problemas, que incluye internamientos en hospitales psiquiátricos. A Casi le han advertido de que no debe hablar con desconocidos y muchos menos entablar relación con ellos. Pero quizá el Viejo -nombre que aquí no es despectivo-, no sea un “desconocido”. Los dos son seres heridos, inadaptados, diferentes, que parecen no encontrar cabida en lo convencional. Sus vidas se entrelazan por azar, mejor diríamos por el azar de la necesidad, y se construyen un mundo a su media en ese metafórico rincón de un jardín ciudadano que, naturalmente, no les será permitido conservar.

Cara de pan tiene su germen en el cuento “A contrapelo”, la colaboración de Sara Mesa en el volumen colectivo Riesgo. Aquí está el origen, apuntado por la propia escritora en una Nota final, pero no se vea la novela como una ampliación de ese relato, pues matiza: “En su trasvase al nuevo texto, los personajes han sufrido modificaciones sustanciales y la historia ya es otra”. No se despeña Cara de pan por gratuitas escabrosidades, pero sí es una narración a contrapelo, inquietante y nada complaciente ni políticamente correcta. Nos sumerge en un territorio de exploración de la penumbra, por el que Sara Mesa se mueve con soltura y brillantez, como ya demostró en títulos anteriores.

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