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UN GRAN ESCENARIO La música es un lugar para el encuentro

Belén Ordóñez Badiola

Belén Ordóñez Badiola

En medio de la plaza las bocas callaban, y los ojos miraban desafiantes. Con la posición rígida del cuerpo esperaban el mínimo movimiento del contrario para atacar como nunca antes lo habían hecho.

Pequeños atisbos de incompatibilidad les habían acompañado siempre, pero en esta ocasión el asunto se les había ido de las manos. Vivían juntos aunque no eran de la misma familia. No tenían amigos comunes, y lo único que les unía era la renta del alquiler que compartían para ahorrarse la mitad. Pasaron los minutos y sus pupilas dilatadas emborronaron la visión real de lo que se intuía que iba a suceder. Rodeados de una energía cobarde que también impedía las manifestaciones de los presentes, se llenó todo de un silencio indescriptible. Por primera vez era un silencio no deseado.

No podían perdonarse, los dos irremediablemente se creían poseedores de la verdad. Eran tan jóvenes que todavía no sabían calibrar la riqueza que supone aprende a vivir con ciertas incomodidades, tenían las prioridades tan desordenadas que se crispaban continuamente por asuntos que aunque no eran importantes, a ellos les ponían en una tesitura incoherente. A partir del helador silencio compartido, surgió algo provocado por alguien que mirando desde la lejanía se sintió poderoso ante el panorama. Por fin tenía un gran escenario a sus pies para corroborar lo que llevaba muchos años investigando, y que nunca había podido demostrar con hechos reales.

Subido en su bicicleta se acercó a ellos con una velocidad vertiginosa, no quería dejar pasar la oportunidad. Veía con claridad que ese era el momento esperado, su momento. Con una enorme polvareda nubló aún más los ojos de ambos (y de todos). Con la incertidumbre de lo desconocido y la mermada visibilidad, rápidamente cambiaron la posición desafiante de su cuerpo, a la espera de otro duelo. Siempre preparados para lo peor, porque cada uno pensaba que el nuevo personaje venía a defender a su contrario, se quedaron atónitos con lo que sucedió, en sus mentes nunca se habían planteado ese tipo de situaciones.

 De repente con los pies ya en el suelo se colocó en el justo medio de los dos, y desplegando una enorme sonrisa comenzó a cantar con su enérgica y maravillosa voz de barítono. La delicadeza y el expresivo fraseo en su interpretación, provocó grandes cambios en el aroma de la situación. Poco a poco fue limpiando el oxígeno y llenando el espacio de agradables sensaciones desconocidas para la mayoría. Cuando llegó a la cadencia final todos tenían un nudo de emoción en sus entrañas. El silencio, ahora placentero se interrumpió con un tímido aplauso que sirvió de inicio a lo que fue una gran ovación. Destaparon por fin la sensibilidad que tenían escondida y agazapada desde siempre por miedo a la vergüenza, y también por desconocimiento.

Con el hallazgo del nuevo lenguaje, los dos protagonistas del altercado secaron sus lágrimas y se fundieron en un abrazo con la lentitud del arrepentimiento, después de comunicarse de una manera muy especial con la mirada.  Avergonzados de su ínfimo nivel en todos los sentidos, partieron de cero, y juntos aprendieron a ser felices. A pesar de sus enormes diferencias, el respeto siempre les acompañó, al igual que la música (que empezaron a compartir con devoción.)

Lo que en un inicio fue una mera improvisación, con el tiempo se convirtió en un evento anual, a petición de los vecinos. Desde aquella experiencia, todos los años al llegar esa fecha se celebra el ciclo de conciertos «Encuentros Musicales», haciendo honor al desencuentro que lo originó. Los recitales se realizan al aire libre en el mismo lugar donde ocurrió la feliz aparición. Ese día, desde hace ya seis años, las ventanas que dan a la plaza se abren de par en par y se adornan minuciosamente para la ocasión. La música llega a todos los rincones, que nerviosos siempre esperan emocionados.

Y por fin corroboró con hechos reales lo que llevaba muchos años pregonando sin éxito.

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