Si no alcanzamos a acabar con el fuego de Australia, al menos seamos capaces de apagar el de nuestra propia mente.
Tan sólo un centímetro desde el individuo. Tal vez no necesitemos más que salir bien un centímetro de nosotros, de piel hacia fuera. Hay algo que resulta extraño cuando decidimos ponernos en marcha para hacer: queremos cambiar el mundo desde un egocentrismo apasionado. Y claro, así no conseguimos nada, o al menos, nada de lo importante. Porque esto queda oculto tras la voracidad insaciable de poder. Imaginar que todo es posible mediante un centímetro de paz es el sueño hecho realidad con la libertad que hemos elegido. Y si seguimos imaginando desde ella, tal vez comprendamos que nuestra realidad creada no tiene por qué ir más allá de ese centímetro de bien. Si no alcanzamos a acabar con el fuego de Australia, al menos seamos capaces de apagar el de nuestra propia mente.
La nueva libertad que creemos vivir sin experimentarla del todo y que, con fortuna, sí podemos construir, nos ofrece la posibilidad de generar un aumento en el sentimiento de fuerza y, a la vez, también nos genera aislamiento, duda y un escepticismo creciente, provocando como consecuencia de ello, angustia e inseguridad ante la idea de frustración. Nuestra hostilidad con el planeta es el reflejo de una sociedad que ni siquiera es capaz de regalar un centímetro de ternura. ¿Y nosotros? ¿Qué estamos haciendo a un centímetro de nuestra piel? Si el significado de la vida se ha tornado dudoso, si las relaciones con todo lo demás ya no ofrecen el valor que en esencia poseen, tal vez sea el momento de revisar aquella distancia que existe entre nosotros y nuestro centímetro de pasión. De comprobar aquello que está inactivo, como si desempolvásemos una vieja máquina y fuera nuestro cometido entender qué podemos hacer con la estructura de libertad que nos pertenece. Una estructura social que nos afecta de dos maneras: por un lado, nos hace más independientes y críticos, otorgándonos una mayor confianza en nosotros mismos, y por otro, también nos atemoriza mientras nos hace más solos y aislados. Y es, precisamente, desde la segunda, desde donde nace la inacción, la nuestra, aquella que quiere cambiar el mundo porque confía en sus posibilidades y que, a la vez, no consigue hacerlo porque se siente aislado desaprovechando su centímetro de bien.
La persona moderna, dueña de su libertad por crear, se halla en la posición de comprender que todo cuanto ha pensado o dicho hasta este instante, no es otra cosa que lo que todo el mundo dice y piensa, viendo así, que aún no hemos adquirido nuestra capacidad de pensar en nuestro centímetro de consciencia de una manera original. En otras palabras, no solo debemos preservar y aumentar las libertades tradicionales, sino que, además, debemos lograr una nueva forma de hacer, de crear desde nosotros cuantos deseos de bien nos albergan, de conseguir ese nuevo tipo de libertad capaz de permitirnos la realización y de tomarla como la mayor de nuestras responsabilidades. ¿Cómo sería la suma de cada centímetro de vida? Dirigir otra vez la medida hacia arriba, volver a colocar en lo duradero y eterno a una época que parece colocada en medida deleznable. Solo si nos acostumbramos a volver la mirada a una esfera más humana podremos imaginarlo. De nuevo, se dará la vida.
¡Dedicado a quien puso nombre a su buena acción, a María!