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TRES CUENTOS DE CONFINAMIENTO

Jose Maria Merino

Jose Maria Merino

EL UNICORNIO

“Sé de sobra que los unicornios son animales míticos.”  

Como últimamente he visto en televisión que en muchos lugares habitados, e incluso en grandes ciudades, la falta de gente en las calles ha hecho aparecer animales silvestres –jabalíes, ciervos,  zorros, incluso osos…- todas las noches, antes de acostarme, echo un vistazo por la ventana de la sala a la calle vacía, por curiosidad. Y anoche vi algo inusitado, que tras fijarme bien resultó un gran caballo blanco, que en medio de la cabeza presentaba gran un largo cuerno espiral… ¡un unicornio!  Sé de sobra que los unicornios son animales míticos –recuerdo el tapiz de “la  dama y el unicornio” del museo de Cluny, en París- pero ese animal que había debajo de mi casa tenía todas las trazas de estar vivo. Me puse la bata, me metí el móvil en el bolsillo, para llamar a la policía y que alguien viniese a recoger al exótico animal. En la calle seguía sin haber nadie más que el unicornio. Grande, blanco, con una especie de barbita bajo la boca, lanzó un suave relincho cuando me acerqué, pero no mostró ninguna señal agresiva. Había que avisar, pero antes le hice varias fotos con el móvil. El cuerno era muy grande y espiral, tal como lo han fijado las  imágenes. No sé cuánto tiempo lo estuve contemplando, hasta que me acordé de que tenía que avisar para que viniesen a recogerlo y llevarlo a algún lugar seguro. Mas en el momento en que empezaban mis intentos de localizar el teléfono adecuado, el animal lanzó un nuevo relincho y echó a galopar rumbo a la plaza, de manera que lo perdí de vista en un minuto. Subí al piso dándole vueltas en mi cabeza a su poderosa imagen. Menos mal que lo había fotografiado y podía demostrar su existencia. Pero tras entrar en casa y  sacar del bolsillo el móvil para verlo en las fotos, resultó que solo muestran una farola en la  solitaria calle nocturna. No se lo quise contar a mi mujer, pues me diría que se trató de una alucinación… Qué se le va a hacer, yo estoy seguro de haberlo visto, y de vez en cuanto repaso la galería de fotos de mi móvil, sin comprender por qué su imagen no quedó fijada… Aunque acaso se trate de una de esas curiosas ensoñaciones que puede provocar un encierro tan prolongado

CONFINADO

“Cada noche ven una película en la tele, y a él le parece que siempre es la misma.”

El confinamiento por causa de la pandemia está durando demasiado… “Persona de riesgo” por sus problemas coronarios, él no sale  nunca de casa, y es su mujer quien  hace la compra. Y para rehacer de algún modo sus paseos habituales, dos veces al día, durante treinta minutos, recorre todos los recovecos del viejo piso. La visión repetida de muebles, pasillos y rincones en tantas caminatas domésticas le acaba dando a todo un aire espectral. Cada noche ven una película en la tele, y a él le parece que siempre es la misma. A veces se asoma a una de las ventanas y percibe la desolación callejera: ningún vehículo se mueve, nadie recorre las aceras. Mas, al fin, tras tanto tiempo de encierro, se anuncia que el confinamiento concluirá. Cuando llega el esperado día se levanta muy pronto, ansioso de disfrutar del aire libre. Su mujer no está, y piensa que madrugó para  no hacer cola en el mercado.  Se viste y sale a pasear de verdad, pero en la calle todo sigue deshabitado y vacío. Y camina innumerables pasos en esa soledad silenciosa hasta comprender que ha entrado en el verdadero, en el definitivo confinamiento.

DESESCALADAS

“Entonces comprendo que estoy soñando, pero no puedo despertar.”

La pandemia ha suscitado nuevas acepciones populares de palabras que antes no significaban otra cosa: de repente, “escalada” se llama a la expansión de la pandemia, y se habla de “desescalada” atribuyendo el término al período en el que las restrictivas medidas públicas de movimiento en la calle  comenzarán a disminuir… Pero ayer, ciertos ruidos en las escaleras me hicieron asomarme a la puerta, y descubrí a varios vecinos, todos con mascarillas y a prudente distancia los unos de los otros, bajando por las escaleras unos tras otros. “¡Hay que hacer ejercicio! ¡Subir y bajar! ¡Subir y bajar!”, sonó la voz de uno, que me pareció la de Manolo, con quien tengo buena relación. Yo echo de menos poder  salir a caminar hasta el pequeño parque de Berlín o hasta la plaza del Perú, y cuando cerré la puerta le conté a mi mujer lo que estaba pasando. “Hay que mantenerse aislados”, respondió ella. “Esos están incumpliendo lo que se ha dispuesto”. Mas, de ayer a hoy  la subida y bajada de escaleras se ha hecho cada vez más numerosa y ha  llegado a ser casi constante. Esta noche me ha despertado un oscuro y extraño, retumbar. Mi mujer no se ha enterado y sigue dormida, pero yo me he levantado, me he puesto la bata, y me he acercado a la puerta de casa, de donde procede con especial fuerza el insólito sonido.  Abro la puerta  y veo que la escalera está llena de gente con mascarillas que desciende. Van en una fila de dos y no mantienen la distancia sanitaria. Me acerco a ellos y escucho que murmuran, al unísono: “¡Desescalada! ¡Desescalada! ¡Desescalada!…”. Vuelvo a entrar en casa, me pongo la mascarilla, recojo de mi escritorio las llaves de la puerta, salgo otra vez y me uno al grupo. “¡Desescalada! ¡Desescalada! ¡Desescalada!…” murmuro con ellos, y bajamos un piso tras otro, hasta que comprendo que llevamos por lo menos nueve, y el edificio de mi casa tiene siete. El ámbito es cada vez más tenebroso, y  la voz de la gente se hace cada vez más retumbante: “¡Desescalada! ¡Desescalada! ¡Desescalada!…” Entonces comprendo que estoy soñando, pero no consigo despertar, y continúo descendiendo por las escaleras que se  hunden en un espacio cada vez más tenebroso…

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