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SU SONRISA La vida que ahora está en los sueños

Belén Ordóñez Badiola

Belén Ordóñez Badiola

Caminaba con orgullo por las calles de su ciudad, con la conciencia tranquila. No fue consciente del éxito de la trama hasta que atravesó el umbral de la puerta y la intensa luz cegó sus sentimientos. Hacía mucho tiempo que su cara no se hidrataba con el aire fresco de la mañana. El aroma a libertad hizo que su cuerpo temblara con unas pequeñas vibraciones inapreciables, y acompañado exclusivamente de su sonrisa se acercaba a todo lo que se movía. No reconocía lo que veía, pero si acariciaba con suavidad  alguna de las formas que le rodeaban cerrando los ojos, se trasladaba a la otra vida. Recuerdos acompañados de vida, y vida que ahora está en los sueños.

Se sentaba con orgullo en uno de los parques de su ciudad, con la conciencia tranquila. Los árboles le saludaban mostrando su verde espectacular, mientras él maravillado, entornaba los ojos para comprobar que la intensidad del momento era real. Pensaba en la vida que ahora está en los sueños, y con su sonrisa rozaba la naturaleza viva. Su cuerpo temblaba con unas pequeñas vibraciones inapreciables, que poco a poco iban despertando sus nuevos sentidos. Sentidos que estrenaba con el miedo a lo desconocido, aunque estaba muy acostumbrado a vivir  atemorizado. El crujir de las pisadas machacaba sus recuerdos, dejando un sendero de hojas muertas que prefirió no mirar.

Con la lucidez que caracteriza a algunos grandes pensadores, y el orgullo que destila tener la conciencia tranquila, comenzó a escribir sus experiencias en un idioma indescriptible. Temblando con unas pequeñas vibraciones inapreciables, plasmó con su sonrisa y una  enorme sensibilidad, la vida que ahora está en los sueños, la que carecía de ilusiones y que había destrozado cualquier impulso que naciera de su integridad. Los signos describían con delicadeza que sus estímulos se habían atrofiado, y, al relatar sus vivencias, se dio cuenta por primera vez de que vivía totalmente anulado.

Aunque la mató, tenía la conciencia tranquila. Con el orgullo que caracteriza el buen hacer,  destinó las horas siguientes a caminar lentamente por los laberintos que llevan al puente de su ciudad. Encontró el antiguo recurso de colocar la mente en blanco, y así poder borrar momentáneamente  todos los recuerdos. Cuando su cuerpo helado comenzó a temblar con unas pequeñas vibraciones inapreciables, se precipitó al abismo con su sonrisa, la que pronto dejaría de ser habitual. Con la angustia que supone divisar algunas imágenes, cayó al vacío y poco a poco comenzó a formar parte de la vida que ahora está en los sueños.

Sobresaltado por el enorme impacto, se despertó, y después de situarse en la realidad, puso a todo volumen «la noche transfigurada» de Schönberg.  Ahora, carente de orgullo, con la conciencia atormentada, su sonrisa congelada y los temblores que al salir del cuerpo destrozaban  todos los sentidos, se arrepintió de haber deseado siempre con tanto entusiasmo que los sueños se hicieran realidad. Sueños que ahora no tienen vida.

No quiso quedarse en silencio y escuchando una y otra vez a Schönberg, lloró amargamente durante toda la noche.

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