“Ser, nada más. Y basta.” Escribió Jorge Guillén en uno de sus poemas.
El alma vuelve al cuerpo
se dirige a los ojos y choca.
¡Luz! Me invade
Todo mi ser. ¡Asombro!
Hay que despojarse de las adherencias artificiales para dejar salir a esas fuerzas naturales que laten mientras nos habitan.
Tomemos una difícil decisión: dejemos nuestra estructura. ¿Por qué nos cuesta tanto el cambio? El espíritu se hace rico de las nuevas combinaciones, con los significados distintos, en los descubrimientos de grandeza que armonizan donde se veía insignificancia. Todo nos está rodeando, tan solo se trata de educar nuestra mirada para aprender a verlo, a tomarlo como opción. Nuestro avance es único y original; y el estilo que nos marca debería estar siendo purgado casi por instantes, deslumbrándonos y apartándonos del total que creemos que somos, con la serenidad de quien se aleja de lo excéntrico para permanecer en la atenta mirada.
Somos experimento que mejora en cada proyecto, mediante cada error sentido o encuentro vivo. Cambiemos, -y no hablo en términos políticos-, entendámonos como arcilla en nuestras manos. Somos eso: la más perfecta maravilla de la tierra que cambia en los instantes respirables, que son todos. Esta podría ser la gran diferencia de estar vivo o de no estarlo. Persistir en la estructura sugerida por lo exterior tan solo nos despista de la magia interna haciendo que no consideremos todas las posibilidades, todo cuanto pueda ocurrir, sea lo que sea.
Se trata entonces de descubrir más que de completar, de continuarnos en un sin fin de un modo más artesanal. De despojarnos de lo adherido artificial para dejar salir a esas fuerzas naturales que laten mientras nos habitan. Hoy más que nunca necesitamos satisfacer a nuestra alma porque la realidad nos muestra lo importante: no somos estructura sino esencia. ¿Bastaría tal vez con interiorizar esta idea? Puede, igual que también sería suficiente el hecho de ver cómo nos movemos hacia la dirección de nuestros más nobles impulsos. Después de todo, ¿qué nos queda?
Esencia, no lo olvidemos. Y en ella está la fuerza que necesitamos para enfrentarnos a cuanto duele, porque lo demás, las estructuras que habitamos son cambiantes a pesar de que sigamos empeñándonos en su firmeza y hermetismo. Seguir buscando el cambio en lo otro es inútil, porque está dentro, en nosotros, transcendiendo continuamente, como el cuerpo; ¿acaso vive dos días de igual modo? Nos acechan los peligros del mundo, pero la falsa necesidad de cuanto consideramos seguro nos obnubila para que abandonemos nuestra condición líquida, a nuestra vida que acontece a cada instante. Quedarnos en ello podría ser la actitud de las clases en decadencia, de las sociedades con tendencia a la deshumanización.
Admitamos que permanecer en la estructura inventada será posible solo temporalmente, porque somos ese constante trascender. Si nos asumimos como cambio, estaremos colaborando con la evolución natural de la vida, con la propia y la colectiva. Con toda probabilidad, albergamos más sentimientos que teorías en nosotros. Brillará por su valor y gran magnitud una propuesta personal que nos emancipe de esta idea que tenemos de lo interno y lo externo. Ser y no tan solo estar, porque al final, estamos sólo donde somos sin estructura.