Juvenal escribió que una mente sana necesita un cuerpo sano.
El cuerpo es algo más que un contenedor; es la máquina con la que hacemos las cosas.
«Os felicito: el curso que viene seréis seres intelectuales y ya está, dejaréis de cursar la asignatura de Educación Física», les anuncio a mis alumnos de Primero de Bachillerato. Ellos me miran; unos reprimiendo el bostezo, otros sin ocultar el alivio que les produce la noticia; los menos, con cierta intriga. Intuyen que la felicitación viene con truco. Me conocen:
«Sin embargo, añado, no olvidéis que vuestra inteligencia depende de vuestro cerebro. ¿Alguien de los presentes es capaz de desconectar su cerebro del cuerpo, desenroscarlo y depositarlo sobre la mesa? Si sabéis hacerlo, adelante, me muero de ganas de verlo.
»Qué decepción. Me temo entonces que vuestro cerebro se alimenta de lo mismo que vuestros brazos y vuestras piernas. La misma sangre, bombeada por el mismo corazón, es la que le suministra la glucosa y el oxígeno. Si el corazón no está entrenado, si los pulmones no insuflan una cantidad razonable de aire, tampoco vuestro cerebro funcionará tan bien como os gustaría. Seréis menos listos, o más tontos, según».
He comprobado que, al llegar aquí, los chavales están a punto de desconectar. La palabra tontos desata alguna risa, pero el efecto dura segundos. Empiezan a buscar una mosca para distraerse con ella. No los culpo. Van de clase en clase, de rollo en rollo. Alguno se rasca la cabeza. Por fin salta la más decidida:
«Yo juego al fútbol en un equipo profesional. No necesito seguir yendo a clase de Gimnasia para estar en forma».
«¿Ah, pero esto es clase de Gimnasia?»
Hasta los que estaban en el vuelo de la mosca, me miran como diciendo: «Este tío está lelo».
Insisto: «¿Cuál de las gimnasias estamos practicando: la Deportiva, la Rítmica, la Acrobática, la Estética? Porque os juro que no me había dado cuenta de que estábamos en clase de Gimnasia».
Entonces interviene el empollón, con espíritu conciliador:
«Venga, profe, no nos vaciles. Le llamamos Gimnasia, pero sabemos de sobra que su nombre oficial es Educación Física.»
«Vale, de acuerdo ¿Y con qué herramientas trabaja la Educación Física?»
Lo saben porque me gusta repetirlo.
«Dos: el cuerpo y el movimiento».
«Con el cuerpo y el movimiento se puede hacer deporte, gimnasia por ejemplo, pero también otras muchas cosas. Nuestra voz sale del cuerpo, y nuestro cuerpo delata lo que sentimos, a menudo sin querer. También meditamos con el cuerpo. Y nos desahogamos con el cuerpo. Hablamos en público, cantamos, lloramos, estudiamos y hacemos exámenes. Todo con el cuerpo, que es más que un contenedor, es la máquina con la que hacemos las cosas. Hay que aprender a hacerlas y además mantenerla engrasada para hacerlas bien.
Uno de los pocos que no están propinándole pescozones o codazos furtivos a un compañero, levanta la mano:
«No, si a nosotros nos gusta la Educación Física. Si la vamos a echar de menos. ¿Por qué nos la quitan el año que viene?»
Evito pensar que me está haciendo la pelota.
«Seguramente porque tenemos un sistema educativo muy antiguo. Por lo menos de antes del siglo II, cuando el romano Juvenal escribió que una mente sana necesita un cuerpo sano: mens sana in corpore sano.
Se establece un silencio. El latín, cuando sale a relucir, convierte el momento en sagrado. El que está siempre trasteando con el móvil, aunque el móvil esté prohibido en el Centro, lo ha consultado a hurtadillas y murmura:
«Juvenal no decía eso».
«Te he oído. ¿Qué has dicho?»
Un poco abrumado, contesta: «Que Juvenal estaba de coña. Decía que había que rezar para tener una mente equilibrada en un cuerpo equilibrado».
«¿Eso dice la Wikipedia?»
Asiente, un poco abrumado por la culpa.
«Bien resumido. Hasta los que no somos religiosos necesitamos parar el pensamiento, que es la manera no religiosa de rezar. Parar para jugar, pero también para contemplar, para hacer balance, para saborear la vida. Si nos quitan el cuerpo como centro de atención y de aprendizaje, nos quitan también el alma. Si haces deprisa las cosas pequeñas de tu vida, no tienes alma, tienes prisa, dice un proverbio hindú. Esa es otra función de la asignatura de Educación Física: enseñaros a recuperar el cuerpo y, con él, el alma y sus emociones».
Entonces suena el timbre y se disipa el último residuo de atención que les quedaba. Señalo la puerta y salen en ruidosa desbandada. Tengo la sensación de haber estado perdiendo el tiempo. Mejor hubiera sido emplearlo en que jugaran a cualquier cosa, expulsaran tensiones y canalizaran energías. Al fin y al cabo, es la única clase en que pueden hacerlo, dos horas a la semana. No aprendo nunca.