El objetivo principal de la decoración es simple: buscamos conectar con el espacio.
Un espacio bien trabajado debe hablarte.
No solo se trata de sentirnos a gusto en el hogar, en el lugar de trabajo, en un restaurante o en una tienda. Un espacio bien trabajado debe expresarse a través de la distribución, la paleta de color, el mobiliario, la fragancia, la iluminación y la calidez. Debe emanar confort, debes sentir que no quieres irte de allí o, al menos, que quieres volver. Y en este proceso debemos tener en cuenta los cinco sentidos, ya que todos van a influir para encontrar el equilibrio y crear un ambiente armonioso y acogedor.
Empecemos por la vista, el más obvio. Las estancias, como la comida, entran por el ojo. Son muchos los factores que influyen y confluyen: color, luz, forma, volumen… y todos tienen su importancia.
Es innegable el enorme vínculo que hay entre el color y las emociones, herramienta vital en publicidad y marketing, y también muy influyente en nuestras decoraciones. A través del color podemos cambiar el estado de ánimo; por ejemplo, el naranja puede activarnos y el azul relajarnos, pero como cada color es un mundo, me gustaría dedicar un artículo a este campo más adelante.
El mejor aliado del color es la iluminación. El buen uso de la luz y de las sombras puede transformar una estancia. Lo ideal es dejar pasar la luz natural, elegir luz cálida para las zonas de descanso y luz neutra para las zonas de trabajo. Además, conviene combinar iluminación general con iluminación puntual, usando esta última para resaltar sectores como la zona de comedor o una dedicada a la lectura. Hay ocasiones donde la iluminación de ambiente es la más acertada; una tira led indirecta nos puede generar una atmósfera muy agradable.
Olfato: aceites esenciales, velas aromáticas, una hornada de galletas recién salida del horno o café recién molido; a todo esto puede oler tu casa y su conjunto resultar fascinante. No podemos olvidarnos de la vegetación, la maravillosa sensación que nos puede regalar una planta de lavanda o un ramo de nardos. Eso sí, hay que ventilar a diario para que los olores fluyan y el espacio funcione.
Oído: las casas suenan, es un hecho. El uso de los muebles, abrir o cerrar un cajón, el crujir del suelo laminado, el crepitar de la chimenea, el agua de la ducha… son sonidos que “ya vienen de serie”, a los que hay que sumar los que vienen del exterior, sobre todo en la cuidad. Mediante doble cristal, petos vegetales, fieltro en las patas de los muebles, alfombras y otros tejidos, podemos mitigar muchos de los ruidos molestos. Además, la experiencia auditiva se puede mejorar a través del ruido blanco, sonidos planos y constantes que camuflan los sonidos más perturbadores; algunos objetos decorativos son buenas alternativas para generar sonido blanco, como las campanas de viento, las fuentes de agua, o música agradable. También existen apps que se encargan de ello. Cabe decir que, a veces, el silencio es el mejor de los sonidos, y esto también es una experiencia sensorial.
Gusto: lo que comemos y bebemos también puede ser parte de la decoración. Una jarra de agua con rodajas de naranja o un cuenco de chocolate estimulan otros sentidos como el olfato, y consiguen mejorar el ambiente en general. Las personas respondemos a estímulos, y la comida es uno de los placeres más estimulantes que existen. Sin ir más lejos, la distribución de una casa suele girar en torno a los diferentes espacios donde se toman diferentes comidas, ¿quién no ha pensado en ese sillón para la hora del aperitivo en la terraza, o en poner una barra en la cocina para compartir un vino y una tabla de quesos con amigos?
Tacto: el último y, quizás, el más importante. Por ejemplo, los tejidos suponen una parte fundamental en cualquier interiorismo. Nada tiene que ver la sensación que nos produce el roce con la seda al roce con el cashmere, pero ambas son tremendamente gustosas si tenemos en cuenta el dónde y el cuándo. De igual manera, no se pueden comparar las sensaciones que nos despiertan pisar mármol, madera, césped o una alfombra; tocar una cortina de algodón y una de terciopelo; sentarse en un sofá de lino o en uno de piel, paredes lisas o paredes con gotelé.