Epicuro de Samos, 340-270 a C., discípulo de Demócrito, funda en Atenas la escuela denominada “El Jardín”, lugar de reunión de amigos en el que participaban mujeres y hombres. Esta circunstancia y la defensa del placer provocaron maledicencias sobre la escuela, la obra de Epicuro y el descrédito de sus miembros, a los que se denominaba “los cerdos de la piara de Epicuro”. Descrédito que se ha sostenido durante siglos, máxime por el distanciamiento que los epicúreos sostienen sobre las divinidades.
Realmente lo que defendían era la felicidad y el prudente uso de las bondades de la vida, de modo que el placer es superior a la contemplación.
A esta dimensión se llega a través de la actividad creativa, y, en la época del filósofo, a través de la filosofía y del arte, mas todo en un lugar, acá en la tierra, y en un tiempo, el presente continuo. En este espacio y tiempo no son necesarios los dioses, solo el azar. Si bien Epicuro no niega la existencia de los dioses, estima que son pletóricos y se hallan muy ocupados. ¿Qué hacer? Vivir contemplando y creando, disfrutando de las posibilidades que concede el ligero y corto paso por la vida; pero la vida se presenta inmisericorde al hombre; éste, que ni siendo entidad divina ni ser bruto, ocupa un lugar intermedio entre las dos escalas anteriores y para el quien los mandatos biológicos recibidos no todo lo cubren y, a la vez, carece de la totalidad divina, ha de habilitar contenidos. Los humanos llegan a la vida incompletos y para atender a sus vacíos, para arroparse frente a la cruel intemperie crea su abrigo protector: cultura. La cultura es una obra diseñada netamente por el ser humano con el fin de lograr una morada acomodada en la tierra.
En el acomodo ha de buscarse, desde la ataraxia, con ánimo sereno y tranquilo, el eudemonismo, el espacio de bondades máximas que defendió Epicuro y previamente el discípulo de Sócrates Aristipo de Cirene. Esta tarea, en su totalidad, es exclusiva de los seres humanos. Epicuro, que como anteriormente se indicaba no negaba a la divinidad, proponía vivir y actuar al margen, toda vez que los dioses eran muchos y se hallaban muy ocupados; luego el hombre en su soledad ha de procurarse los medios que cubran sus carencias y necesidades, contra a cuanto vacío insoportables le alcance; es decir, ha de crear cultura.
Secularmente el hombre, y en pluralidad de formas, ha ordenado y guiado el modo de cubrir tales carencias, pero conviene atender la propuesta epicúrea en este brega, con prudencia y libertad, con goce y buscando el buen vivir tranquilo y racional, pues la teleología humana es el placer, no el dolor. El placer, entre otras acciones, se produce cuando nace o se crea una obra, en este caso una publicación, cultural. Creación y reto. Creación porque es tarea humana, luego alejada de la violencia de la ex nihilidad divina. Reto por ser una nueva apuesta y en un soporte tecnológico moderno, el digital.
Las apuestas culturales además de ser hijas de la necesidad, suelen ser de igual modo hijas de la escasez, de la pobreza, y, también, del empeño. En este caso nace Epicuro por la apuesta de Aurelio Loureiro, agitador cultural experimentado, que una vez más decide no rendirse, pues es sabedor de la necesidad de contribuir en la ocupación que vacíos, de dar salida a inquietudes, de crear interrogantes. En una palabra, de crear. La consabida crisis se alza con un gran inventario de mortalidad de revistas, entidades e instituciones culturales. Es conocido el pequeño ciclo temporal de bondades que concitan los desarrollos culturales. Son los primeros en sufrir los recortes materiales y los últimos en recibir refuerzos en los ciclos de mejoría económica. Su espacio de confianza es corto y a esta eventualidad los gestores, las gentes de la cultura, están habituadas; no obstante, son contumaces resistentes. Aurelio Loureiro es un resistente que convoca a cuantos estén dispuestos en esta manifestación de expresiones y de exposiciones de contenidos culturales, a la revista Epicuro.
Epicuro vivió entre los siglos cuarto y tercero antes de Cristo, y resiste, pervive y nos sigue diciendo que los bienes, en este caso los culturales, son para los que saben disfrutarlos y que la riqueza no se incrementa con los bienes materiales sino menguando la codicia sobre ellos y aumentándola sobre el saber y la bondad. Y estos bienes no se ruegan a los dioses puesto que los pueden conseguir los humanos con sus fuerzas, toda vez que de ellos depende el lograr la pretendida eudemonía, desde la kalokagathía, que señalaba Jenofonte, desde el ser humano kalós kai agathós, bonus et pulchrus, una actitud de formación cultural permanente y plenamente consciente, un intento de felicidad y prosperidad. Larga es la vida de Epicuro y esta propuesta de Aurelio Loureiro la incrementará.