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Rosa Montero

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Confieso que desde hace años siento una predilección especial por Rosa Montero.

Como escritora, por supuesto, con otros autores; pero, sobre todo, como persona: por su simpatía, su generosidad en el trato, su risa y su afecto, celebrado en cada encuentro.

Y, por último, aunque esto no sea una escala de valores, por su labor periodística, que incluye no poca valentía para defender la libertad de expresión, a la mujer, a los animales y muchas otras causas perdidas que terminan, como poco, en debate.

Una escritora tan pegada a la calle, a los problemas cotidianos, a los cambios de la sociedad, a las desigualdades e injusticias, a los abusos, al amor, las relaciones y la muerte, por fuerza ha de tener un sexto sentido para captar los puntos donde salta la chispa de los asuntos más controvertidos. Sus muchísimas entrevistas a personajes de distinta catadura, pero al pie de la actualidad, le han servido para potenciar su conocimiento del alma humana, pero también a discernir los resortes externos al ser humano que mueven los hilos del mundo. Sus artículos, tantos de denuncia, tantos de sentimientos y emociones, tantos del sufrimiento propio y ajeno, limpian la pantalla de su ordenador de reminiscencias tristes y de obstáculos en el camino de la verdad.

A veces sorprende que una escritora tan apegada a esa realidad que puede congelar el alma sea capaz de escribir esos libros donde las emociones, los sentimientos, los desasosiegos y el dolor en toda su extensión se rebelan contra lo anodino por su descripción llevada al límite de lo posible.

Recuerdo el libro dedicado a su marido, Pablo Lizcano, cuya sencillez en la expresión del dolor por la pérdida me ayudó a superar un momento triste sin superarlo, porque la literatura no admite renuncias y la memoria ocupa el lugar de los recuerdos. Yo, como lector, me sentí partícipe involuntario de la necesidad de olvidar algo imposible de olvidar. La literatura no olvida.

Otra cualidad de la generosidad literaria de Rosa Montero. No se cura en salud cuando se trata de analizar las emociones esenciales de la vida, de cualquier vida, ya sea la muerte de alguien querido, ya del amor, ya de la traición o el resentimiento. Escribe novelas. No son libros de autoayuda. No da consejos. Pero ayuda con su propia experiencia vital. He leído sus libros y puedo atestiguarlo.

El pasado año, sin serlo oficialmente, se convirtió, por razones que todos conocemos, en el año de la Mujer y de su reivindicación de la igualdad entre sexos y en todos los órdenes de la vida. La realidad no ha ayudado mucho a comprender el verdadero significado de esta lucha. Muertes de mujeres, secuestros, violaciones, violencia de género, machismo, han provocado un ruido ensordecedor que, por mor de la inmediatez y la gravedad de los actos, ha provocado la dislocación de ciertas intenciones, lícitas pero peligrosas. Los políticos suelen dejar al azar la solución de los asuntos controvertidos, pero deben actuar sin dilación. A policías y jueces les corresponde lidiar con el mal, que, casi siempre, se disfraza de actitudes execrables. A la sociedad, dar un cambio brusco en sus prioridades y una de ellas es, sin duda, que hombres y mujeres, independientemente de su condición sexual, avancen bajo el mismo sol y con las mismas posibilidades de realización personal.

En el horizonte se dibuja un nuevo asunto: el de la diversidad. Desde Epicuro estaremos atentos al desarrollo de esta nueva reivindicación que no es nueva y que tiene mucho que ver con la anterior.

Si se ha escogido a Rosa Montero para encabezar el año 2019 en la Revista de los grandes placeres es por su firmeza y dedicación a estos asuntos y otros de parecida envergadura social, tanto en sus artículos como en sus novelas y libros de otra índole. Y porque, en mi opinión, conseguir la igualdad de sexos y convivir con la diversidad en el mundo son imprescindibles para conseguir la felicidad. Aunque a algunos todavía les cueste, quizá por miedo, por maldad o por una cuestión de poder e intereses, asumir que no estamos solos en el mundo y que nadie es mejor que nadie.

Y para muestra de que la escritora madrileña no pierde el paso de la realidad, aun en el caso de querer viajar lejos en el tiempo, esta última novela, “Los tiempos del odio”, otra entrega de la serie protagonizada por la detective cíbor, Bruna Huski, que lucha contra el tiempo que tiene prescrito por la obsolescencia de los materiales con los que está hecha. Se trata de una ucronía o, si se prefiere, distopía, tan requerida en los últimos tiempos: un viaje al futuro para desde allí, desde una trama compuesta desde la perspectiva de mucho tiempo después, se perfila la mayoría de las veces lo que fue el pasado, es decir nuestro presente y por qué razones o sinrazones se ha llegado al nuevo presente. Ya no se trata de adivinar o hacer ciencia ficción, pues, en cierto modo, ya estamos en la ciencia ficción y, aunque haya elementos de la ciencia ficción ya no nos suena como algo imposible.

Que la sociedad del futuro sea un reflejo automatizado de la que se va formando ante nuestros ojos no es difícil de entender.

Rosa Montero consigue que el hecho de que se pueda relatar en el presente tampoco nos sorprenda.

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