La obra narrativa de Rafael Escuredo, ni reciente ni extensa, se ofrece característica y propia, delatadora de su creador.
Un creador que intencionadamente y con pericia se adentra en las pasiones humanas, en los hondones de nuestro género.
De los géneros clásicos reconocidos Rafael Escuredo ha ido tanteando en la mayoría; la poesía con Un mal día o el ensayo en Andalucía irredenta; pero, y sobre todo, es en el género narrativo desde el que se atisba mayor comodidad para el autor y en el que cadencialmente se cita con el lector. Así en el relato corto en Cosa de Mujeres o en la novela con cinco títulos: Un sueño fugitivo (1994), Leonor, mon amour (2005), Te estaré esperando (2009), El blanco círculo del miedo (2011), Laberinto de mentiras (2014 y Santos custodios (2018).
La actividad creadora de Escuredo deviene de su vaivén vital, de la capacidad de adentrarse en la espesura de la realidad y en tal espacio se originan personajes con vida propia al punto que llegan al lector como muy independientes de su creador. De este modo en Cosas de mujeres, trece relatos con exclusivo protagonismo de mujeres vistas por un hombre, cada personaje respira por sí mismo en situaciones delatadoras de mujeres en que se enfrentan a una realidad dominada por el hombre. Ninguna de las mujeres se rinde ante la circunstancia adversa a la vez que van desgranando enseñanzas.
Previamente a estos relatos, en 1994, edita la primera novela: Un sueño fugitivo. En ella encontramos los mimbres básicos y esenciales que luego se iteran en las siguientes novelas: amor, asesinatos, intriga, viaje a la infancia, angustia, escándalos financieros, corrupción y extorsiones, un modo narrativo de explicar las riquezas de la realidad desde diversos ángulos. Posteriormente, en Leonor, mon amour, el autor, entre la dura realidad y el intimismo, entre dimensiones oníricas y la tensión por la pérdida de la memoria, enriquece y caracteriza a sus personajes centrales logrando la imantación de obra y lector a fin de indicarnos que somos más memoria que historia; una habilidad que se reseñará en todas las obras y propia de quien dispone captación y habilidad narrativas. De este modo, y valga para todos los casos, se cumple con tino el ducere et educere tan pretendido por todo narrador.
Nuevamente en 2009 en Te estaré esperando, Escuredo nos conduce a los tiempos pasados o perdidos. La memoria y sus juegos más el amor entran en acción y el autor combina y teje una telaraña con final esperanzador. Aquí se refleja el cansancio de la rutina y de la liviandad de lo cotidiano tras la aparente seguridad del discurrir. En esta tercera entrega la figura de la mujer sigue jugando un papel central y el autor muestra voluntad de que así sea.
En 2011 con El blanco círculo del miedo el autor cambia de registro y nos conduce a la novela negra. Digo aparentemente porque los temas eternos, los materiales necesarios de un buen relato permanecen. Entra en juego el inspector Sobrado y la figura de Claudia Morante sostiene el papel de la mujer, una vez más; pero la intriga, el chantaje, la corrupción financiera, la ciudad (Madrid), los bares, la inmoralidad y lo sórdido se dinamizan entre la pasión y las delaciones. Frente al modo de la prosa anterior, el autor se adapta correctamente a las exigencias del nuevo género: ritmo trepidante, prosa vertiginosa, verbos en indicativo donde el presente de indicativo y el pretérito perfecto dominan, también las máscaras y la vanidad.
En 2014, nuevamente en Laberinto de mentiras nos visita el inspector Sobrado. Los mimbres utilizados en la anterior novela se mantienen formalmente y Rafael maneja los contenidos y formalidades que caracterizan y exige el género negro más la demostración de credibilidad de lo narrado. De igual modo son creíbles los contenidos ofrecidos en Los santos custodios. Estas tres novelas son manifestación de un buen ejemplo de manejo del género que se suman con criterio a este subgénero en lengua española.
Sobrado tras protagonizar tres magníficas novelas ha logrado un puesto en la novela negra hispana y se ajusta al modelo clásico al participar de la novela policiaca propiamente tal y las de enigma. Esta trilogía negra participa de los dos modelos. Poseen investigación (enigma) y hay relato y retrato social. Expone denuncia social. Se levantan los costrones de la corrupción y el lector los reconoce próximos. Reconoce los diálogos eléctricos de los personajes, la solidez de sus exposiciones, la imperfección y putrefacción de determinados ambientes. Para lograr la intensidad recurre al presente de indicativo, que como diría Sartre es el tiempo gramatical propio de la novela. La sobriedad en las descripciones favorece el ritmo que exige la presencia de un protagonista, Sobrado, dedicado a una profesión con intensidad, un “buen madero”, que no cede ante simulacros ni le despistan las máscaras. Va a lo suyo. El resultado es un relato verosímil al que el autor pone ficción y el lector la adecúa a su mundo. No es fácil este logro, que el autor investiga sobre un hecho que aún no lo es, pero puede serlo, que hace real lo novelado en la que lector se adentra cómplice con facilidad.
En estas novelas, como diría José Luis Borges, cumple un mandato necesario, “hay realidad suficiente”. Sobre ella opera el autor. La dota de forma. Inyecta vida y la brinda al lector. Aspira a dar realidad a unos hechos posibles en un mundo que diría X. Zubiri lo habita el hombre, “el animal de realidades”. En este contexto, el autor, sabe que juega en este mundo, con seres imperfectos y putrefactos que va rescatando en relaciones y ambientes para conformar una telaraña con centro y periferia.
En su conjunto, ya se puede afirmar que los elementos esenciales de la novela asisten y existen en el taller rafaeliano: personajes principales y secundarios perfectamente alejados de perífrasis gratuitas, dominio de la palabra y la fabulación, manejo de recursos estéticos, tema definido con argumento y trama bien conducidos, diálogos vivos y trepidantes si la acción lo requiere o pausadas si la reflexión del personaje lo exige; de igual modo los ambientes y paisajes se definen a la vez que las conductas de los personajes y sus pensamientos. Mimbres que se explicitan con estructura alineada y circular, ceñidos se alzan lentamente hasta el desenlace. No sobra ninguno. No hay hojarasca innecesaria. El clímax y la serenidad van amalgamados con paso firme y ágil. A estos se agrega la tensión que la trama requiere: el desencanto, el honor, la traición, la petulancia y otros comportamientos propios de perdedores. El conjunto logrado es la expresión de voces ordenadas y diferentes que caminan sin perder su “yo” hacia el desenlace final. Entre esta polifonía, lejanamente, se atisba la voz del autor. Es preciso buscarla, pues sabedor de la necesidad del crecimiento de sus criaturas las deja que maduren, avancen y sean ellas irrepetibles, identificables.
Por estas páginas caminan, pues, extorsionadores, perdedores y frustrados, amorales y honorables, personajes representativos de la realidad. Aquí sí se ve la mano del autor, lógicamente no está entorpeciendo la vida de sus criaturas pero tampoco es un ausente, ya que hay crítica social y denuncia en su justa medida, sin pretensiones mesiánicas. Estamos ante una trilogía-novela expositiva e intemporal en la que el poder y la violencia, la extorsión y la lealtad o compañerismo juegan la partida.
En este orden, estas novelas reflejan el profundo humanismo y compromiso ético que subyace en el autor, que manifiesta su incomodidad y expresa a través de sus personajes, pero sin anularlos. Si bien gran número de personajes caen en la categoría de “BoBo’s” (bo-urgois y bo-hemians) acompañados de perdedores.; un oxímoron capaz de expresar la perversidad, la angustia y sus contrarios. Los “BoBo’s”, burgueses y bohemios, juegan a las apariencias para esconder la falta de escrúpulos. Sostienen (son los atlantes) lo social u oficialmente correcto para ocultarse en los submundos rampantes y escasos de escrúpulos. En este paisaje habitan personajes con un yo firme y decidido (el inspector Sobrado, por ejemplo) y los disueltos en la carnavalización y canivalización de la propia vida y la de los prójimos sin compasión.
Stendhal escribía: “Novela: es un espejo que paseamos a lo largo de un camino”. Un espejo que debe reflejar lo que existe. Cada autor elige una parte, pues es imposible lograr la expresión de la totalidad, y en el acervo y estro del autor hallará el logro de la percepción fragmentada y de la capacidad de colocar adecuadamente una tesela acertada sobre el mosaico de la vida. Escuredo recoge fragmentos, pule la tesela elegida y ubica. Esta es la coherencia que obliga a quien se empeña en girar el calidoscopio de la vida de los humanos que ocupan un mundo ontológicamente inestable. De ahí que los personajes rafaelianos transitan y se mantienen en el modo tradicional de representar la vida y el mundo a la vez que ejercen la mímesis coherente con el momento que le ha tocado en suerte vivir.