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QUERIDA VENECIA. Dos puntos. Escribir a la Belleza

Magdalena G. Alonso

Magdalena G. Alonso

¿Qué le pasa a Venecia?

¿Hay remedio para su enfermedad?

 

Querida Venecia:

Espero que cuando recibas estas letras te encuentres mejor. Ha llegado a mis oídos que llevas un tiempo con bastantes achaques y no levantas cabeza. Me dicen que en tus últimos análisis tienes el nivel del agua cada vez más alto y no hay terapia que lo haga descender; además también son  especialmente preocupantes los ataques de “turistitis” aguda que te atacan cíclicamente y con especial virulencia durante el verano. Me consta que has acudido a la consulta de los mejores especialistas del mundo para buscar solución a tus problemas, pero sin éxito por el momento. Parece que los doctores están planteándose incluso restringirte las visitas, a la vista de tu alarmante estado. Me encantaría contarte en esta carta que tengo el remedio para tu enfermedad, pero lo cierto es que desgraciadamente no es así. Te escribo, sin embargo, porque creo que tengo la receta para ofrecerte alivio y algo de descanso con una medicación que  beneficiará a tu castigado corazón y a tus congestionadas arterias. Lo mejor es que tú, que eres el paciente, no tienes que tomar nada. Son los que no pueden resistirse a visitarte, haciendo caso omiso a los consejos de los que velan por tu salud, los que tendrán que seguir el tratamiento.

Posología:

Desayuno: dos píldoras de San Giorgio Maggiore.

El vaporetto de la línea 2 atraca en la isla del mismo nombre y al desembarcar ya se puede disfrutar de la luminosidad de la fachada en piedra blanca y  la majestuosidad de la cúpula de la iglesia. Su arquitecto fue Andrea Palladio y su interior alberga tres Tintoretto y “La Virgen con el Niño y Santos”, pintado en 1708 por Sebastiano Ricci y considerada la obra más preciada de la basílica. El conjunto religioso lo completan el monasterio benedictino – que en la actualidad es un  centro cultural y de exposiciones-  y la esbelta torre.

Subir en ascensor, sin esperar cola y por la mitad de precio que al campanile de san Marcos, llegar a lo alto de sus 75 metros, respirar hondo e hidratar los ojos con el colirio de las vistas sobre el canal de la Giudecca, la Salute, el Palacio Ducal…Venecia en todo su esplendor.

San Giorgio Maggiore es una de las imágenes más fotografiadas de Venecia desde la distancia del poco menos de medio kilómetro que la separa de la Riva Schiavoni y de la muchedumbre que ya ha invadido San Marco y la vecina Piazzetta. Ya antes su belleza serena fue protagonista en las obras de Canaletto, en tonos verdeazulados; de Turner, desdibujada su silueta; de Visconti, envuelta en la niebla; de Monet, entre dos luces, una explosión de fuego más que una puesta de sol.

Media mañana: una tisana de San Michele.

Otro vaporetto (esta vez el 4.1) llega a la Isla de los Muertos. El pasaje es escaso y está compuesto mayoritariamente por señoras mayores que visitan a sus seres queridos y adecentan sus tumbas. Pero además de los Brunetti, Masiero  y Vianello, -típicos apellidos del Véneto- hay esculpidos otros nombres  que atestiguan que por aquí pasaron y aquí se quedaron personajes célebres nacidos en lejanas tierras.

Siempre hay flores sobre las sencillas lápidas del compositor Igor Stravinsky y su mujer Vera. Cerca reposa Sergei Diaghilev, el fundador de los Ballets Rusos, que murió en Venecia y en cuya tumba hay más zapatillas de ballet que margaritas o crisantemos.

Sonia Kaliensky tiene apoyada en su pecho una rosa roja; fue una  joven aristócrata rusa que se suicidó por un amor no correspondido con una sobredosis de láudano durante el carnaval de 1907. Sus padres encargaron una escultura que representa a su hija tal y como fue encontrada en su habitación del famoso hotel Danieli: en camisón, con la foto de su amado en una mano y la rosa sobre su corazón roto.

El poeta ruso Joseph Brodsky fue premio Nobel de literatura 1987; amaba Venecia y la retrató tomando como elemento central, (no podía ser de otra manera), el agua. Sus cenizas fueron enviadas a esta ciudad por expreso deseo suyo y ahora recibe las ofrendas en forma de lápices y bolígrafos que dejan en su tumba admiradores de su obra.

Ezra Pound, ensayista, poeta, músico y norteamericano también encontró la paz en San Michele. También por amor a Venecia. De ella dice en un poema que esta ciudad “ha nutrido sus venas, dispuesto el fluir de su sangre y llamado a su alma desde profundos abismos”. Solo por esa declaración,  entregada y sentida, merece que los visitantes pregunten por su lugar de descanso y se acerquen a agradecerle su contribución en la publicación del “Ulises” de Joyce.

El vaporetto se aleja de la isla más silenciosa de la laguna. Rojo el muro de ladrillo que la rodea casi por completo, blancas la fachada y la cúpula de la iglesia de San Michele in Isola, verdes los cipreses que dan la bienvenida a los que la pueblan y ayudan a sus almas a elevarse hasta el cielo.

Comida: una cucharada de jarabe de Torcello

El vaporetto 12 sí que va lleno. Es importante no seguir a la masa e ignorar las paradas de Murano y, aunque las casas de colores pastel nos atraigan con sus cantos de sirena, de Burano. Haciendo caso omiso a las miradas incrédulas, hay que descender en Torcello y caminar unos diez minutos a lo largo del canal principal de esta pequeña isla prácticamente deshabitada hasta encontrar el tesoro: la iglesia más antigua de la laguna véneta.

La Basílica de Santa María Asunta es un templo construido alrededor del año 639 d.C. con una apabullante riqueza histórica y arquitectónica.  El interior contiene dieciocho  columnas griegas rematadas con capiteles corintios  y un pavimento de mármol adornado con teselas policromadas, pero es sobre todo  una ostentación dorada, una rebosante exhibición de mosaicos de la época bizantina (la datación exacta es objeto de controversia, y se calcula entre los siglos XI y XII).Escenas que representan a la Virgen, los santos, la Crucifixión o el Juicio Final se extienden por el ábside principal y por el muro occidental de la iglesia dejando boquiabiertos a quienes han llegado hasta aquí.

Al lado de la iglesia se conservan el edificio pentagonal del Martyrium de Santa Fosca, los restos del Baptisterio de San Giovanni y dos palacios del siglo XIV, que hoy están habilitados como museos. Enfrente, se observa un gran sillón de piedra conocido como “El trono de Atila”. No hay documentación alguna que confirme que fuera utilizado por  el rey de los hunos, que sí pasó por estas islas en el año 452 arrasando todo a su paso según su costumbre; pero, siquiera como leyenda, complementa el ambiente misterioso de Torcello.

Misterio que no es posible desentrañar desde lo alto de la torre del santuario. ¿Por qué la islita está actualmente rodeada de marismas? ¿Por qué esta parte de la laguna se fue encenagando desde el siglo XII en adelante y la navegación en el “aqua morta” se fue haciendo a la par imposible y peligrosa por la malaria? Los habitantes de Torcello se marcharon para siempre cuando ya no pudieron ganarse la vida, pues desaparecieron las salinas que les habían permitido  enriquecerse cuando se asentaron aquí.

Poco de todo eso importa ahora. Mirar hacia abajo y ver Burano y sus casitas de fachadas color celeste, amarillo, verde o rosa, a un paso, solo atravesando el canal que separa las dos islas ; y en dirección oeste el perfil de Venecia en la lejanía del horizonte. Todo ello en una paz difícil de creer estando tan cerca de una de las ciudades más visitadas del mundo.

Volviendo al muelle del vaporetto se pasa al lado del Locanda Cipriani, uno de los mejores restaurantes de Venecia; Hemingway (sí, Hemingway también estuvo aquí) se alojó en una de sus habitaciones  y disfrutó de su cocina durante el otoño de 1948. Cerca está el llamado “Puente del Diablo”, construido en ladrillo y piedra en el siglo XV, y del que  nada hay que temer a pesar de su amenazante nombre, pues parece ser que éste proviene de la distorsión de “Diavoli”, el apellido de la familia dueña de las tierras donde se levanta.

A media tarde: unas gotas de de Fondaco dei Tedeschi .

La entrada de este centro comercial de lujo pasa casi desapercibida en la calle Fontego, detrás del Gran Canal; ocupa un edificio que fueron los almacenes que usaron  los comerciantes alemanes de Venecia, y posteriormente aduana en tiempos de Napoleón y sede de correos durante las últimas décadas. La rehabilitación ha sido respetuosa con su historia y es impresionante el patio  rodeado de elevadas y elegantes arcadas sobre un suelo geométrico de mármol granate y blanco. No hace falta comprar nada en sus carísimas tiendas para reservar (en internet o en las I Pads de los pisos tercero y cuarto), una plaza para acceder a su magnífica terraza, y durante quince minutos admirar, con una perspectiva de ojo de pez, la curva que traza el Gran Canal  al pasar bajo el puente Rialto. Una vista solo comparable – y sería difícil decidir  cuál de las dos es la ganadora- a la que se ofrece de París desde la terraza de las Galerías Lafayette en el Boulevard Haussmann. Paradójicamente, gratis e impagable, es la oportunidad de asomarse al tráfico de góndolas y otras muchas y variadas embarcaciones abarrotando el canal, a los tejados rojos que llegan hasta San Marcos y su cúpula, y a la sensación de casi tocar con la yema de los dedos el león alado de su torre.

Antes de la cena: un comprimido de Gran Canal.

El anochecer, ese momento perfecto del crepúsculo cuando el agua refleja tanto el sol poniente como las luces de las farolas recién prendidas. Es la hora precisa para subir al vaporetto 1 y remontar lentamente desde Arsenale hasta Piazzale Roma los cuatro kilómetros del Gran Canal. Tomar asiento en cubierta, a ser posible en los asientos de las primeras filas y flotar… navegar entre la belleza que se materializa en una abrumadora  sucesión de iglesias y palacios sin rival en ninguna otra ciudad del mundo. El barco avanza lentamente, en zigzag; acercándose al Palacio Ducal, saludando a  San Marcos, acariciando a la basílica de la Salud,  rozando suavemente la Ca d`Oro, haciendo una reverencia a la Academia, guiñando un ojo a Ca Pesaro, atusando la palidez del palacio Grassi, tocando  las filigranas de Ca Foscari.

A esta hora el canal se despeja. Ya han vuelto a sus “arcas” los miles de cruceristas que cada día atestan puentes, plazas y calles. Ya los sufridos lugareños  preparan la cena en sus casas y dejan de escuchar los gritos de los turistas y el traqueteo de las ruedas de las maletas bajo sus ventanas. Ya los gondoleros descansan sus brazos y sus gargantas y amarran las negras naves a los coloridos postes.  Ya cierran las tiendas de recuerdos y las máscaras venecianas hechas en China cierran sus ojos vacíos.

Ya se puede oír el leve salpicar del agua contra los pilotes que a duras penas te mantienen en pie, Venecia.

Acabo aquí  mi carta. Espero haberte servido de ayuda y que te recuperes poco a poco de tus dolencias. Ojalá  que encuentres fuerzas para resistir hasta que haya una solución definitiva para tus males. Recibe, con todo mi apoyo y mi admiración, un cordial saludo.

Postdata:

Seguir cuidadosamente las indicaciones del prospecto.

El tratamiento produce efectos secundarios irreversibles que consisten en:

Ver Venecia (casi) sin pisar Venecia.

Sentir Venecia (casi) en soledad.

Respirar  Venecia (casi) en silencio.

Vivir Venecia (casi) como la habíamos soñado.

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