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Puntadas de luz

Antonio Manilla

Antonio Manilla

Una luz en algún lugar. Ricardo Bermejo.
Aguaclara. Precio: 12 €.

De la mano de dos premios literarios, nos llegan los últimos poemarios del extremeño de nacimiento y gaditano de residencia Ricardo Bermejo Álvarez (Fuente de Cantos, Badajoz, 1961).

Un poeta cuyo nombre quizá no diga mucho a quienes bucean en suplementos y antologías, pero sí para los que fatigan los catálogos de pequeñas editoriales, sin que eso sea sinónimo de menores. Ni todo lo que reluce es oro, ni todo lo mate es secundario, como demuestran, por poner algunos ejemplos de entre lo leído recientemente, los poemas reunidos del asturiano Carlos Iglesias Díez en El peso del silencio (Bajamar Editores), Niño (Franz Miniediciones) del canario Melchor López o Domino Dancing de Martín Vázquez Grillé (Liliputienses). La oscura y callada labor editorial de sellos como estos, en unos tiempos en que la visibilidad ya no está en exclusiva en los escaparates de las librerías o las publicaciones en papel, cada vez es más seguida por los amantes de un género que siempre ha tenido en revistas y fanzines caladeros de novedad a los que ahora se han sumado múltiples posibilidades de promoción digitales.

En todos los libros suyos que uno ha leído, siempre ha encontrado poesía, unos hallazgos que a menudo se echan tanto de menos en los de autores consagrados por la costumbre. No se duerme en los laureles Ricardo Bermejo, quizá porque la mayoría de sus libros, para verse publicados, tienen que pasar por el tamiz de la libre competencia: enfrentarse a otros para convencer a un jurado, ya que es un habitual de los concursos literarios como camino hacia el libro impreso. El único camino, en muchos casos, dentro de un panorama poético que se vuelca quizá en exceso con los muy conocidos o con los muy jóvenes y nuevos. Galardones de peso, como por ejemplo el Espronceda, el Ateneo Jovellanos, el Gerardo Diego o el Leonor de poesía.

Lo que de amor yo sé (Ommpress poetas) y Una luz en algún lugar (Aguaclara) llegan ambos a la vez con los avales respectivos de los premios Carmen Merchán Cornello-Cazalla de la Sierra y Paco Mollá. Ambos títulos comparten algunos de los estilemas propios del quehacer del poeta, como la desautomatización de significantes, un recurso presente en la mayor parte de su producción. Este recurso de dar a sintagmas lexicalizados por el uso nuevos horizontes, herencia quizá de los poetas de la generación del 50, podemos ilustrarlo con un ejemplo del primer libro, cuando al hablar del amor nos dice que viene, como si fuera un niño que trae un pan, «con tu luz bajo el brazo»: amada y amante trasmutados en un recién nacido el uno para el otro.

Entre las características de la poesía de Ricardo Bermejo, como bien señala en el prólogo de Una luz en algún lugar el escritor Agustín Pérez Leal, están la versatilidad y la capacidad de condensación. Además de ello, un fuerte impulso de búsqueda y experimentación en aras de eludir cualquier estancamiento del decir. Para ello, juega con recursos heredados de los ismos, con algunos resabios de la vanguardia: ausencia de signos ortográficos que son sustituidos por espacios; palabras autogenerantes; versos que cabalgan sobre sí mismos buscando la sorpresa asociativa, tipográfica o visual, como en el poema «Reflexión», que se dobla sobre su propio cuerpo, aspirando a la simetría de la página impresa o al eco de la voz que lee.

El elemento central del poemario desde un punto de vista estructural es la concepción de la escritura como una forma de costura, una labor manual cuyas acciones están orientadas a reparar lo roto. Que recomponen y también hieren. «Con un hilo de voz ensimismada» canta el poeta, atendiendo al silencio; cose sus versos sobre la falsilla del mundo de la costura, enhebrando palabra y voz en un ejercicio que no aspira a la facilidad sino a la mucho más complicada sencillez expresiva. Sin eludir ni el dolor del vivir —ese otro coser, el quirúrgico, que restaña las heridas, el poeta sería «el que cuenta los puntos de sutura»— en que puede contemplar llorar hasta al ojo de una aguja, los versos se confrontan directamente con la temporalidad humana. «Todo gira / en torno a un estribillo // el tiempo pasa», nos dice, constatando los costurones que el tiempo produce en nuestra mortalidad irreparable.

Pese a «la ajada indumentaria / de los días» y «el punzante dolor de cada sílaba», o los ángulos muertos que se conforman al pasar de las horas hasta no hacer pie en las palabras, como refleja el título, inspirado en unos versos de Charles Bukovski, queda la esperanza de la salvífica luz, esa luz que se halla en algún sitio y «puede que no sea mucha luz, pero vence a la oscuridad». Con puntadas de luz, una luz que «la cantas e ilumina», que no siempre se ve en los poemas, Ricardo Bermejo ha escrito un poemario que constata y alivia el luto. En el que, como él mismo dice, «le pongo letra al tango de mi vida / le quito hierro a no saber bailar».

Poética vespertina
cada tarde
un rayo viene o va
por el talud del mundo
como si buscase un casquillo
de la bala que ha malherido al sol

Simbiontes
otra vez esta música
esta vez otra música

la misma siempre
distinto cada vez

la melodía
el instante

Correspondencia
todas aquellas cartas
que nunca me escribiste
y jamás me enviaste
las recibo y las leo
todavía

Autolisis (II)
me he tatuado una herida
en el palmo más intacto de mí

pero dónde el dolor
su viva imagen

la he cosido después
con la tenaz e inútil
destreza de quien sueña
ser en la vana noche
el que cuenta los puntos de sutura

Ricardo Bermejo

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