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Poesía con la prosa de la vida

Antonio Manilla

Antonio Manilla

Quedar a solas. Ángeles Carbajal.
Impronta. Precio: 12 €.

Ángeles Carbajal es un ejemplo del buen momento que vive la poesía astur desde hace años.

Como los clásicos, el objetivo de Ángeles Carbajal en Quedar a solas es decir más con menos.

A mis manos han llegado más o menos juntos poemas de última hornada de poetas asturianas como Sandra Sánchez, Isabel Marina y Ángeles Carbajal. Cada una con sus características y personalidad, también con distinta experiencia adquirida a través de su mayor o menor trayectoria editorial, pero todas ellas vienen a demostrar que el buen momento que vive la poesía astur desde hace años no es una cuestión de género.

Ángeles Carbajal (Argüelles, 1959), poeta que escribe y publica bilingüe, con sus poemarios en asturiano se ha hecho merecedora a los más importantes galardones en su lengua materna. Su obra en español, antes de esta nueva entrega, se componía de dos títulos: La caligrafía de la distancia (1993) y La sombra de otros (2002). Casi dieciocho años, pues, desde su último poemario en castellano; periodo en el que vieron la luz de la imprenta tres libros en asturiano. Quedar a solas viene a romper ese silencio y lo hace de la mejor manera, pues se trata de una obra de madurez, reflexiva y emotiva, redactada con la intención declarada de «capturar los días y los afanes de nuestra vida, antes del olvido».

Nos informa la poeta que esta es acaso su obra de versos más acompañados, con abundantes intertextualidades. «Ante el descubrimiento de la más radical soledad el yo comprende que su ser es un ser como cualquier otro, sometido al rigor de una vida y una muerte que no comprende, y que su canto desolado, desolado pero canto al fin y al cabo, no alza su propia voz sin las voces de los otros; que todo canto es el de todos como de todos es también la soledad». Esas voces de los otros, esas intertextualidades, son muy sutiles: una alusión a un poeta oriental, un poema de Joan Margarit o de Antonio Colinas que se adivina como al paso en apenas dos versos, el título de uno de las composiciones más conocidas de Edgar Allan Poe… Están, pero no pesan demasiado, pues por encima de ellas sobresale la voz personal, una voz que se ha curtido en el tiempo y se ha decantado en una dicción clara y comunal, que permite pasar a través de ella la luz que llega hasta el lector, como un vaso de agua.

La obra poética de Ángeles Carbajal está hecha con lo que se tiene más a mano, sin rebuscados motivos; el entorno cotidiano, las cosas que contemplamos y nos suceden, los pensamientos y recuerdos que nos provocan. Por decirlo de alguna manera: hace poesía con la prosa de la vida, una poesía del yo, con sujeto. ¿Y eso puede enganchar a un lector ajeno y lejano? Ahí está la dificultad de unos poemas con apariencia de sencillos: sin grandes palabras ni llamativos escenarios, sin fáciles concesiones al sentimentalismo más primario, evitando también el enrevesamiento de unas dicciones que aspiran a hondas y no pasan de turbias, lograr que un motivo elemental trascienda su significación hasta convertirse en universal, en sentimiento compartible. Ese era el objetivo de los clásicos: decir más con menos.

A fe que lo consigue en el libro que comentamos. Una tarde de lluvia, el color de moras y ciruelas, una puerta abierta o una pared que es memoria, unos gorriones pasajeros o una rama rota son algunos de los motivos elementales que concitan los poemas. En ellos hay una presencia constante de la consciencia, del convencimiento de vivir una «vida mal doblada», de ser como una de esas cosas «que no viven para ellas». Con la pérdida de los referentes familiares, el sentimiento de orfandad se ahonda en soledad ante el mundo y entra en nuestro horizonte vital la perspectiva de la muerte. Sobre esa soledad que ya columbra el final, cuya única barrera de contención puede ser el amor, dan vueltas muchos de estos poemas. Y también sobre los recuerdos de unos tiempos que, por ser pasado, siempre parecen mejores: viejos veranos de felicidad, las antiguas llamas en las que ardimos o las olas que bañaron nuestros pies en la infancia. Pero en ese ambiente general de planto por lo ido e irrecuperable, de plena cognición de un presente que un día se acabará, todavía existe espacio para la piedad de la inocencia, de la música o la poesía: «la belleza de la luz sobre la piel de lo humilde y de lo caduco» nos consuela de nuestra aleve consciencia, escribimos para vencer al olvido, para lidiar con ese yo ―cada uno con el nuestro― con que se consiente vivir a pesar de todo.

La piedra

La piedra que cae
del abismo al corazón
en el claustro en el que un beso
hizo temblar el universo.
La piedra antes de la herida,
la piedra antes de que en ella
se esculpiera el monstruo del dolor.
La piedra que devuelvo
desde el corazón hacia el abismo
porque todo lo que sucede,
sucede para siempre.

Horizonte I

Sentarme
como un cowboy cansado
a la caída de la tarde,
polvo en las botas
y un rayo de sol en la mirada.

Lavandera

Corretea
la lavandera y picotea
aquí y allá
tomando de todo nota,
apresurada y alegre,
y como cristalillo plateado
se mira en el agua clara del charco,
verdaderamente sabe quién es
y lo que hace,
y ve que todo es bueno
y descansa un instante.

Ángeles Carbajal

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