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Oceda: Ortopedia y simulación

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

El hijo de las cosas. Galaxia Gutenberg. Luis Mateo Díez

Oceda es un mundo en sí mismo, dentro del mundo literario de Luis Mateo Díez. Un mundo definido como pocos, lo he dicho en mucha ocasiones, ahora con más razón; pues nos topamos con un mundo de simulación y engaño que sólo puede proceder de la imaginación soliviantada de un escritor que ha hecho de la mentira de los asuntos triviales la mayor verdad de la literatura.

También me reafirmo en que la catadura de un escritor se mide por la dimensión de su mundo personal y éste es, por antonomasia, lo que distingue al escritor de escribiente, aficionado u oportunista. En el origen de este mundo está el estilo, que, a la vez, se refuerza y revaloriza en la proyección de dicho mundo. La imaginación es el puntal que abre el resquicio hacia la ficción que, a su vez, pone en jaque a la realidad creando una nueva: único recurso fiable contra el mundo que camina por su cuenta y riesgo.

Es imposible abjurar de la vida y ésta, conforme a su esencia, muchas veces juega malas pasadas, que, como no puede ser de otra forma, influyen en el estilo y en la confianza y, por lo tanto, introducen fisuras en un mundo que quizá parecía intocable. La verosimilitud de una novela reside precisamente en la conjugación de esa vida y el mundo que se le interpone, cuyas claves sirven para reforzarla y, al mismo tiempo, liberarla de su ansiedad y capacidad destructiva. La literatura es un bálsamo y, si no se pone cuidado, un veneno que llega a matar como el gas dulce, sin enterarte, presintiendo la llegada de un sueño imposible. De cómo el escritor juegue sus cartas dependerá el resultado de su pesquisa. Ya que toda novela es, en definitiva, una búsqueda.

Cuando la vida se convierte en ficción y se funde con el mundo literario de un autor, se produce una explosión tal que saltan todos los esquemas y se borran todos los límites, salvo los que se imponga el propio escritor y demande la trama que se dirime. La literatura de Luis Mateo Díez ha sido, durante muchos años, el resultado primigenio de dicha explosión: la vida que cabalga a lomos de la memoria y la ficción.

Luis Mateo lleva tanto tiempo como escribe cuidando el fuego de la imaginación, templando un estilo que ya ha llegado a simas insondables para cualquier otra mirada, forjando a martillazos la memoria, que suele ser casquivana y tramposa.

Me congratulo de haberle seguido con la vana esperanza de pillarlo en un renuncio, por un territorio que de tan transitado casi acepto como propio aunque haya de compartirlo con muchos lectores más, entre ellos buenos críticos y mejores amigos.

Me congratulo, así mismo, de haber leído esta última novela (El hijo de las cosas, Galaxia Gutenberg), en la que, lejos de obedecer a la injerencia del tiempo que pasa sin que la ficción logre aplacar su intransigencia, descarga todo su arsenal de ilusionista de la palabra. No será la última vez que lo haga y me seguirá dando la razón en que se trata de un autor, como se suele decir, cervantino y, cómo no, centroeuropeo, que utiliza el expresionismo como reto y el absurdo como medio para llegar a la raíz de las cosas que se transforman continuamente y rara vez muestran su verdadera cara. De ahí los personajes demediados, las piernas ortopédicas que se rebelan y buscan un cometido de más alcurnia, los ojos postizos que salen de sus órbitas para escapar de su ceguera y convertirse en amuletos, los jueces prevaricadores, los policías que en lugar de investigar se tocan el culo, las mujeres que veneran a quienes les quitan la vida y hacienda, en fín…

No es mi cometido hablar de las cuestiones técnicas de un autor que ha dado suficientes muestras de dominar el lenguaje y el territorio de la ficción y que cuenta con los argumentos necesarios para atacar cada nueva empresa (han sido muchas en los últimos tiempos) con la impresión de que se porta todo lo necesario para emprender el camino, tortuoso sin duda, sin más preguntas que las que aparecerán en lo sucesivo.

Luis Mateo Díez ha regresado al humor por la puerta grande; a la ironía que descubre más que impone, al afán que siempre tuvo de poner luz en la sombra que persigue a las cosas y a los personajes, a lo grotesco que revela y denuncia las irregularidades y sobornos y crueldades a las que te somete esa vida que hay detrás de la ficción y que, como ya he dicho, nunca nos pierde de vista.

Un ejemplo: la dimensión humana y sacrificada de las mujeres, en un año propicio para llamar la atención al respecto; como todos los años.

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