¿Cómo eran las mujeres que se embarcaban hacia las colonias?
¿Qué diferencia había entre indígenas, criollas y españolas?
La sociedad colonial supone en sí misma un objeto de estudio complicado ya que las series estadísticas son muy discutibles al ser los datos fiables limitados y también porque es muy complejo valorar la actuación de los diferentes grupos étnicos atendiendo a la documentación existente que hace mención de aspectos culturales o roles sociales; otro problema es la fijación puntual del tema ya que el tema mestizo, por ejemplo, aflora como tal a mediados del siglo XVI junto con el mulato.
El estudio de la mujer durante la colonia (siglos XVI y XVII) se ha limitado a la utilización de los cronistas -Castellanos, Ercilla, Fernández de Oviedo, Inca Garcilaso, Herrera, Las Casas, Fray Pedro Simón y Bernal Díaz del Castillo- como fuentes secundarias y los archivos notariales, generales y arzobispales, donde quedaban registrados temas relativos a la dote, la fundación de escuelas y conventos, las mercedes concedidas por la Corona o los casos de amancebamiento y prostitución, como fuentes primarias. De esta forma, siempre aparecen repetidos casos puntuales y archiconocidos como los de las mujeres-soldado, Inés Suárez y María Estrada, la monja Alférez Catalina Erauso, las gobernadoras de la Isla Margarita y Guatemala, Aldonza Villalobos y Beatriz de la Cueva respectivamente, o la Adelantada de la Mar del Sur Isabel Barreto.


Para romper con esta tendencia ya institucionalizada, Juan Francisco Maura hace una interesante reflexión: ‘’una de las armas utilizadas por la propaganda lanzada contra España en su expansión por el Nuevo Mundo ha sido la de querer excluir a la mujer española en todo lo que supuso el descubrimiento, conquista y colonización de las nuevas tierras descubiertas. La razón es sencilla: la imagen tradicional de la mujer siempre ha inspirado respeto, ternura, amor, comprensión e identificación con la figura materna. El hombre, por el contrario, simboliza la violencia y crueldad de unos seres capaces de aniquilar pueblos enteros por el solo hecho de saciar su ambición y conseguir poder. Es por ello que debemos reescribir la historia de la mujer en la colonia desde una perspectiva de género alejada de la visión tradicional y de la secular marginación de la misma en la historia escrita por hombres.
Las mujeres que constituyeron la élite de la sociedad colonial (siglo XVI y XVII) tuvieron color blanco; fueron las españolas que viajaron a las Indias apoyadas por la Corona y sus descendientes directas que, a partir de la primera generación nacida en América, se convertirán en criollas. Los Reyes Católicos favorecieron la emigración de mujeres españolas a las Indias así que, cuando se preparó el tercer viaje colombino, se otorgó la Cédula de 23 de abril de 1497 ordenando que, entre los 330 nuevos pobladores que partirían para La Española hubiese ‘’30 mujeres’’, lo cual evidencia que para los monarcas las mujeres eran tan importantes como cualquier otro grupo de pobladores.
Sin embargo, las primeras españolas que llegaron a América lo hicieron en la expedición de fray Nicolás de Ovando a La Española en 1502; así lo afirma Fernández de Oviedo al asegurar que con el nuevo gobernador arribaron a dicha isla ‘’familias principales’’, lo cual induce a pensar en mujeres y niños, aunque Las Casas, también pasajero de aquella flota, no lo menciona.
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La primera llegada importante de españolas documentada tuvo lugar en 1509 en el séquito que acompañaba a la nueva virreina María de Toledo, esposa de Diego Colón; Oviedo señala al respecto: ‘’vinieron algunas dueñas e doncellas hijasdalgo, e todas e las más de ellas que eran mozas se casaron en esta ciudad y en la isla con personas principales e hombres ricos de los que acá estaban, porque en la verdad había mucha falta de tales mujeres de Castilla’’.
A partir de entonces comenzó una emigración más importante, estudiada por Boyd Bowman, pero algo debió ocurrir con las españolas solteras que emigraron a las Indias pues esta política cambió súbitamente durante el reinado de Carlos I, prohibiéndose el 23 de mayo de 1539 otorgar licencias a ‘’mujeres solteras’’.
Las mujeres españolas que viajaron a las Indias durante la primera mitad del siglo XVI supusieron entre el 5 y el 17% del total, la mayoría acompañaba a su marido y únicamente el 10% viajaba sola a su encuentro; en la segunda mitad del siglo (1560-1579) se incrementó su número siendo el 28,5% del total lo cual confirma que viajaron de nuevo mujeres solteras que buscaban un ascenso social. La mayoría de estas mujeres procedían de Andalucía y Extremadura.
Esta emigración fue favorecida en todo momento por la Corona de Castilla pues no quería terminar con la tradicional institución familiar en América a causa de las continuas entradas de los conquistadores y por ello tomó medidas legales, como obligar a éstos a la reunificación familiar o, en su defecto, la necesidad de contar con el asentimiento de sus mujeres o la negativa a seguirlos. Otro requisito impuesto por la Corona a los nuevos pobladores exigió tener esposa española para acceder a los solares y las ciudades recién fundadas y conseguir una encomienda.
A fines del siglo XVI habían llegado a las Indias sobre 20.000 españolas, entre las que había mujeres de la pequeña nobleza que se convertirán en las esposas de adelantados, gobernadores y virreyes; a partir de 1600 la emigración de mujeres peninsulares disminuyó porque los recién llegados encontraban esposa entre criollas y mestizas. Sin embargo, las peninsulares siguieron llegando durante dicho siglo, bien acompañando a sus maridos o bien buscando una oportunidad en solitario, en la mayoría de los casos no fueron mujeres cultas ni capaces de dejar testimonios escritos, pero, junto a las criollas, fueron un factor importante en la configuración cultural de la colonia al impregnar la vida cotidiana de elementos de la cultura peninsular.
A fines del siglo XV continuaba vigente en España el modelo de familia patriarcal que procedía de la Edad Antigua, del Derecho Romano consolidado a lo largo de la Edad Media, en el cual la mujer era parte de la institución familiar y el pater familias el protagonista absoluto. La literatura moralista apoyada por la Iglesia se encargó de fijar estas normas considerando a la mujer como una perpetua menor de edad, necesitada de la protección del padre o del esposo, sumisa y con una sexualidad definida por su estado civil, siendo esta una anomalía entre solteras y viudas.
Con todo, la familia patriarcal fue la institución más representativa de peninsulares y criollos, aunque quien verdaderamente gobernaba era la madre distribuyendo las funciones de sus miembros, instruyendo a las sirvientas, amonestando a los hijos, disponiendo lo que se debía comprar y comer, el modo de vestir y hasta dónde debía ir cada cual; también se ocupaba de enseñar a hablar correctamente, leer y escribir a los hijos y sirvientes trasladándoles los contenidos ejemplarizantes de la vida cristiana.
Aparte de los hijos legítimos vivían en el hogar familiar los hijos naturales del padre o de los propios hijos, siempre bajo la tutela de la señora.


Las familias criollas se relacionaban por vínculos de parentesco que guiaban los enlaces matrimoniales constituyendo verdaderas endogamias locales. El factor esencial del sostenimiento de la institución familiar criolla fue el Mayorazgo, un antiguo privilegio de la nobleza peninsular que permitía perpetuar la memoria de un linaje vinculando sus bienes patrimoniales a un sistema sucesorio que solo contemplaba el traspaso al hijo varón mayor; los mayorazgos comenzaron en Indias a mediados del siglo XVI y proliferaron en el siglo XVII.
Las riquezas atesoradas por los españoles iban a parar, irremediablemente, a sus herederos criollos, por ello al cabo de unas generaciones, los criollos se convirtieron en propietarios del patrimonio indiano resumido en tierras, minas y obrajes. El factor económico más importante que aglutinó la riqueza de los peninsulares y las primeras generaciones de criollos fue la encomienda; la promulgación de las Leyes Nuevas (1542) la hizo decaer en beneficio de los repartimientos que aseguraban la mano de obra; en ese sentido vemos cómo muchas viudas de los titulares litigaron en defensa de sus derechos asegurándose con ello una posición preferente en la sociedad colonial.


El otro factor económico sobre el que se sentó el poder criollo fue la Hacienda. Encontramos su origen en las denominadas ‘’Caballerías’’, que procedían de las tierras jurídicamente libres repartidas por los Cabildos siendo un desarrollo característico del siglo XVII. Muchos encomenderos consiguieron, a través de regalías o mercedes de tierras, poner en marcha empresas como el Ingenio que explotaban con mano de obra indígena procedente de la encomienda, algunos devinieron en hacendados; de esta manera, durante los siglos XVI y XVII se consolidó en Indias la gran propiedad, dando lugar a una nueva forma de vida que relacionó el mundo rural y el urbano ya que la vida social de los hacendados tenía lugar en la ciudad, un teatro perfecto donde escenificar el poder del grupo dirigente.
Las mujeres de este grupo recibían una educación especial, se casaban sin amor y mantenían el honor de la familia llevando una vida pública intachable, pero en el hogar. El hastío derivado de un matrimonio de conveniencia y la violencia masculina ejercida con el permiso de la Iglesia, las convertía en prisioneras de su propia condición.
La Dra. Carmen Pumar Martínez es Profesora Titular de Historia de América en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). Es autora de varios libros, como: Españolas en Indias. También ha dirigido dos proyectos de investigación y ha publicado numerosos artículos en revistas.