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MONÓLOGO DE LA GATA Y LA HUMANA Comienzo de una relación entre iguales

Esneda Cristina Castilla Lattke

Esneda Cristina Castilla Lattke

Protagonistas: LISA, COCO y ROS

Argumento: EL TRATO DE IGUAL A IGUAL, LA LIBERTAD COMPARTIDA.

Convivir con animales por el no tan mero hecho de vivir a su lado es un acto de fe en la Vida, en el Amor y en la Humildad.

Era una tarde de primavera de hace veintitrés años. Me encontraba persiguiendo destellos de luz que se proyectaban sobre las suaves almohadillas de mis patas delanteras, pero los reflejos se volatilizaban al instante. Los haces iridiscentes que las diminutas mariposas dibujaban en el aire con su rítmico vuelo sorteaban mis zarpazos. Aun así, aquellas revoloteadoras lograban de tanto en tanto posarse sobre la punta de mi nariz, eclipsando mis dos grandes almendras celestes. Ellas apostaban por libar mi brillante trufa nasal antes de que las atrapara entre mis fauces. Desde lejos, el ojo humano hubiera creído que boxeaba con la brisa queriendo noquear a algún fantasma. Era prácticamente una cachorra de meses, sólo jugaba, ejercitaba mi grácil anatomía y me dejaba dictar por el estómago, pero el espíritu de mi especie era tan viejo que no olvidaba el sino de nuestra propia supervivencia, más allá de la necesidad del alimento y de nociones de autodefensa al calor de mamá. Alguien me observaba atenta desde el hueco de una ventana.

Recuerdo que aquella gatita brincaba queriendo apresar al vuelo a unas mariposas caprichosas. Era muy joven, parecía perdida o abandonada, y sentí la necesidad de llamar su atención lanzándole pedazos de salchicha. Recordando mi experiencia con otros gatos, alguna clase de instinto de protección o quizá el misterio sutil que encierra el comportamiento felino, se apoderaron de mí, y aunque ella me observaba, parecía despreocupada y feliz.

Una mariposa se aferró a mi hocico y me hizo estornudar, humedeciendo mis ojos en gotas de cromática luz… Así es como el hado incierto empezó a urdir el silencioso plan que marcaba una inflexión en el tiempo, la eclosión del capullo vital, cuyo huésped larva su propia metamorfosis enajenando el discurrir lineal y mecánico en que a veces se sucede la monótona vida de ciertos humanos. La mujer de la ventana parecía querer decirme algo recurriendo a un lenguaje universal, fácil de entender entre especies. Y, además, me arrojaba comida. Me sacudí la cabeza y concentré mi energía en engullirla.

En los instantes en que la cachorra me miraba, las mariposas se cruzaban por delante de sus bigotes, y lancé pedazos de carne a la calle en el afán de acaparar su atención, lo que conseguí al instante. Sabía que podía hacerme amiga suya pero nunca hubiera imaginado que ella pretendía ganarse nuestra amistad mucho antes y, de paso, nuestra confianza, nuestro cariño y el cuidado y alimento que necesitaba según el plan del universo.

La proximidad con las casas del entorno fue motivo para que la mujer y otro humano captaran mi presencia. Entonces yo no sabía que aquellos observadores me abrirían sus puertas y sus brazos, y, un día, me rebautizarían con el nombre de Lisa para el resto de mi dilatada vida. Ellos no sólo necesitaban llamar mi atención, sino que requerían de mi naturaleza y presencia, por una suerte de nostalgia y amor por seres de mi condición impresa en sus genes. Nunca antes nada ni nadie me había cautivado así, salvo los tempranos lametazos de mi propia madre.

La gata caminó hasta el edificio donde nos alojábamos, subió hasta el rellano de casa, y sin apenas mirarnos, tomó nuestra vivienda. Lo que parecía que iba a ser una breve acogida, se convirtió en los fecundos diecinueve años de vida que nos entregó, haciéndonos partícipes de su universo y extendiendo el producto de su Amor a los dos maravillosos seres que trajo al mundo, Coco y Ros, enriqueciendo nuestra exigua existencia como nunca hubiéramos soñado.

Lo que tampoco sabían aún mis benefactores es que la acogida fue recíproca en la guarida perfecta y con la familia perfecta, donde se fraguó mi destino, el de mis nuevos amigos y el de mis dos preciosos cachorros.

Estaban estupefactos y debía parecerles, por mi ligero y sinuoso caminar femenil de cuadrúpeda, una princesa del lejano reino de Siam. Pasé al fondo del salón y la puerta se cerró a nuestras espaldas. La adopción mutua comenzó a ser un hecho.

Convivir con animales por el no tan mero hecho de vivir a su lado es un acto de fe en la Vida, en el Amor y en la Humildad. Y, especialmente, nuestros amigos saben tomarnos el pulso de nuestras limitaciones y de nuestras posibilidades. Si la voluntad humana no se rinde a aquellos tres factores, nada se puede hacer. Se defienden, huyen. Lisa, como así quisimos nombrar a nuestra pequeña gran amiga, no quiso abandonar su nueva guarida jamás.

Pasaron días y corroboraba que mi olfato no me fallaba. Ellos eran tan felices como yo. Mis amigos se acostumbraron a mi silenciosa y pacífica presencia. Empezaron a quererme, a sentir que yo formaba parte insustituible de su vida, y dejaron de buscar otras familias para mí. El vínculo se hizo indestructible y la llegada de mis cachorros supuso una fiesta mayor. Hice de mi descendencia la suya, y nuestra longeva vida superó todas las expectativas. Un perfecto clan familiar interespecie. Si mi instinto ordenó desde mi infancia acercarme a quienes consideraba amigos, supe enseguida lo que podría significar conocer la raza humana expresada en su mejor versión. Todo nuestro empeño fue siempre mostrarles la esencia de nuestra alma, nuestro agradecimiento, aunque ellos nos expresaran desde su propio código que los agradecidos eran ellos. Paseábamos por la calle o salíamos de excursión, viajábamos…, pero ni nuestro propio instinto de libertad nos invitaba a escapar. Nos sentíamos gatos y libres y, sobre todo, amados. El trato de igual a igual, la libertad compartida, el cuidado mutuo reforzaban nuestra unión. Entendimos las claves. En nuestro caso, proveernos de alimento o recibirlo generosamente está muy bien, pero la esencia de nuestros destinos no se agota en la mera supervivencia, sino en el Amor incondicional a pesar del tiempo limitado de nuestra existencia. Mi vejez, larga y saludable gracias a un sinfín de cuidados como si retornase a mis primeros meses de vida, alcanzó su punto álgido a los diecinueve años, y decidí transmutarme, depositando en la memoria de mi familia la ofrenda de mi amor.

Nuestros gatos nos desentrañaron el sortilegio del ciclo de la vida (nacer, vivir, envejecer, morir), con el Amor como ejercicio transversal a cada etapa. El ciclo natural culmina, pero alcanza el mundo sutil que ellos mismos muestran, haciendo visibles sus consignas. Y sin que la despedida suponga separación alguna, sino un cambio de perspectiva que acumula el gran bagaje de que se componen todos y cada uno de los momentos de nuestra historia común. Su aparente carácter independiente se superpone a su deseo consciente de compartir, de orientar y dirigir sutilmente al observador consciente, al que quiere entender. El plan de vida de Lisa, de Coco y de Ros era tan sólo el regreso al origen de Todo y de todos, donde confluye la fuente que nos diferencia una vez, pero nos iguala para siempre. Por supuesto, aquella descendencia multiplicó la profunda enseñanza, confirmó el mensaje original, la homeostasis que regula el Universo y armoniza la existencia de todos los seres vivos… Pero eso tendrá que alimentar las páginas de otro capítulo y de otra historia.

Cada primavera las mariposas regresan frente a la ventana de nuestra familia, dibujando suspendidas en el aire la imagen de otro espacio y de otro tiempo, sutil y perpetuo.

(9 de marzo de 2021. En memoria de mi familia)

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