Pasar de trabajar y dirigir una revista en papel sobre libros durante más de treinta años a hacerlo en una revista digital abierta a la cultura en general, puede parecer un cambio demasiado brusco para alguien no nacido después de los noventa del siglo pasado.
En cierto modo lo es; no puedo negarlo. Empecé mi procesión de periodista literario cuando el maestro Anciones todavía maquetaba a lápiz y cartabón; él nunca lo haría de otra forma. Escribíamos con las eternas “Olivetti”, tanto los artículos como los soñados relatos, cuando no a mano y a pluma, quizá de ganso en algunos casos. Sin embargo, ya se veía pasar a nuestro lado la chispa incendiaria de las nuevas tecnologías.
Una vez el incendio se produjo, ya no hubo forma de negarse a la evidencia: no habían pasado tantos años desde que todavía teníamos un serio problema de analfabetismo en la sociedad y nos encontrábamos con un nuevo problema, el analfabetismo digital.
Los hubo más avispados; pero algunos observamos atónitos el imparable progreso tecnológico y hacíamos cábalas sobre hasta dónde podía llegar; la sociedad virtual nos parecía fría y poco fiable; todo cambiaría, pero ¿para bien?
No sé si, a estas alturas, se han descifrado aquellas cábalas (quizá si hubiera hecho más caso a José Antonio Millán y a Pilar Socorro, lo tendría todo más claro), pero es seguro que el mundo ha cambiado y que Internet está aquí para quedarse, si no para hacerse con los mandos de nuestro destino.
Ya no hay nada que argüir en contra y el debate que se abrió respecto a la convivencia entre el mundo analógico y el digital, en mi opinión, ya no tendría sentido si no hubiera surgido un nuevo elemento a tener en cuenta: encontrar la forma de regular el nuevo mundo en el que todo se produce con prisa y sin control.
El pasmo que te provocan los acontecimientos, sobre todo si son de la dimensión de Internet y un mundo cada vez más mecanizado y cercano, apabullante, suele producir estragos, pero también abre nuevas vías de reciclaje. En el aprovechamiento de estas vías está la diferencia en quedarse quieto o seguir adelante.
Epicuro es una vía de reciclaje, pero también de renovación. La nostalgia no es un buen compañero de viaje.
Al fin, el espíritu es el mismo: recorrer el espacio de la Cultura con la intención de recolectar y compartir con los lectores los frutos cosechados. La totalidad de la Cultura. La ambición es grande, el esfuerzo habrá de ser mayor; pero la ilusión y las ganas están ahí, como al principio de esta andadura periodística y literaria.
Para alguien que, como he dicho, ha pasado la mayor parte entre libros, el hecho de cambiar de medio de expresión no ha de ser óbice para que sigan formando parte de su vida futura. Por lo tanto, en Epicuro tendrán un sitio prioritario, independientemente de su género, y trataremos de seguir ofreciendo una información exhaustiva sobre lo que se publica; así como de todo lo que se ha escrito hasta llegar aquí. La memoria es indispensable para empezar a andar.
Libros en papel. Libros digitales. Libros, más madera.