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MARIO VARGAS LLOSA Más tiempos recios

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Hay pocos escritores que combinen con tanta maestría la crónica, la historia y la ficción asimilada a un argumento necesario.

Mario Vargas Llosa es un escritor de mundo, poseedor de una mirada abierta, sin horizontes, que no deja de indagar en las peculiares sociedades latinoamericanas.

Decir Mario Vargas Llosa y tiempos recios es como decir un argumento necesario para una novela adecuada a esos tiempos, aunque se derive de otros tiempos, también recios. Porque, a fin de cuentas, la Historia es una sucesión de tiempos recios con algunas salvedades de calma inquieta. Vivimos tiempos recios por causa de una pandemia que limita nuestro horizonte; también el horizonte del escritor cuya mirada se acerca cada vez más al círculo exiguo de los propios pasos. El virus reduce la capacidad de actuar, pero no la de reflexionar; es más, sirve de acicate para que el pensamiento tome las riendas de la memoria. Quizá sea demasiado pronto para escribir sobre la pandemia que sigue derribando puertas y colapsando hospitales, ucis y conciencias; circunstancia que conduce a hablar de otras pandemias. Y hay pandemias de las que sabe mucho el escritor peruano.

Las dictaduras son pandemias que no sólo asolan el territorio sobre el que el dictador tiene dominio, sino también los territorios adyacentes, los vecinos, amigos o enemigos. Bajo una dictadura la sociedad pierde la libertad y el país su significado; se exacerban los odios y la rivalidad entre distintas posiciones; la política deja sitio a la violencia, el abuso del poder y las luchas intestinas. Si el político es ya en sí mismo un habitante de una realidad paralela a la que el resto de la sociedad vive pero que tiene que compartir con otros políticos, asesores, etc… el dictador se construye una burbuja de oropel donde refugiarse de las tormentas externas y, así mismo, desde la que lanzar sus propios rayos, a veces contra enemigos imaginarios, casi siempre contra víctimas inocentes. Burbujas de hormigón, búnkeres protegidos por las fuerzas armadas, la policía, los acólitos militarizados. Salvar la vida no importa tanto como mantener el poder, el dominio sobre los demás, la riqueza que proporciona la rapiña, la manipulación de las conciencias por la fuerza: violencia, tortura y asesinato indiscriminado.

La única realidad que existe es el poder; es lo que hace grande al dictador y esa es la única realidad en la que el dictador puede crecer. El poder de la palabra envenenada y el poder de las armas; la coacción y la muerte. Los malos políticos son como dictadores pequeñitos, cuyo poder estará siempre en entredicho, sujeto al devenir de complots que se sucederán para derrocarlos. Incluso los políticos que intentan cambiar el mundo viven sujetos a ese devenir, por íntegros que sean.

Latinoamérica es un continente de paisaje hermoso y provocador de culturas diversas que a lo largo de la historia se ha visto sometido al capricho de dictadores de todo cuño y al efecto poco prometedor de malos políticos. Vargas Llosa conoce como nadie la situación actual e histórica de esos países donde la política ha sido causa y origen de violencia y crueldad. Él mismo participó en unas elecciones a presidente del Perú, que no ganó. Nos habla aquí de un país, Guatemala, acosado durante muchos años, hacia la mitad del siglo XX, por la sucesión de presidentes, derribados de sus cargos −aunque fueran electos− por intereses que no siempre crecían dentro del propio país, pero que eran ejecutados por personajes conocidos de dicho país. Recupera la figura del gran dictador: el general Rafael Leónidas Trujillo, protagonista de su envidiable novela, La fiesta del Chivo, en la sombra, manejando los hilos de las conjuras y las muertes.

Tiempos recios aquellos en los que la maldad era caldo de cultivo para historias que parecen mentiras de tanta sofisticación narrativa como tienen, pero que fueron reales, verdaderas y crueles. La realidad no se puede disfrazar, pero si no se recrea cual si fuera un sesgo de la ficción que toda realidad conlleva, nunca alcanzaría la verdad. La historia negra de Guatemala a mediados del siglo XX se hace verdad accesible en la última novela de Vargas Llosa, que emplea una sabia y serena combinación de crónica periodística y afán novelístico de muchos quilates.

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