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María Zambrano, ¿Feminista o femenina?

Rogelio Blanco

Rogelio Blanco

Zambrano defiende, al igual que Simone de Beauvoir, la neutralidad del pensamiento, ajena al género.

Es preciso darle alma a la realidad; pues, si la realidad necesita alma, el alma necesita realizarse.

La amistad, que en vida, gocé de María Zambrano, me permitió mantener conversaciones sobre diversidad de temas. Ella, mujer sabia y madura, recién llegada del largo exilio; yo, joven atareado y con la necesidad de recibir la lluvia de mensajes cargados de experiencia, me limitaba a preguntar y escuchar. Ella, a sabiendas de que toda pregunta es la manifestación de una inquietud, generosamente y tras el humo de su cigarrillo, iba desgranando reflexiones. En una de las charlas le pregunté -dado que en aquel momento, década del 80, era tema patente-, qué le parecía el movimiento feminista. Manifestó su respeto, si bien ella se sentía, en primer lugar, femenina. La respuesta me generó más inquietud, pues esperaba la decisión inequívoca de la filósofa por el movimiento feminista. María Zambrano no renegaba de este movimiento, pero, y bien al modo de su pensamiento, caminaba hacia los radicales, a las raíces, de cuanto sucedía. Así lo descubrí cuando me adentré en sus escritos sobre la mujer, que siendo dispersos, siempre estuvieron presentes en su biografía intelectual y desde los primeros momentos en que dejó, por escrito, sus reflexiones.

Me comentaba el escaso número de mujeres que alcanzaron los estudios universitarios en su época. No podemos olvidar que hasta 1881 una mujer española no alcanza el grado de licenciatura en una Universidad española. En su primer curso de filosofía, eran unas pocas las alumnas, y en la primera clase, impartida por el profesor García Morente, y ante este escaso número, les habló del pasado angosto de la mujer y su relevancia futura en áreas decisorias de la sociedad.

En el diario Liberal, 1928, aparecen dos primeros escritos de Zambrano sobre la mujer, temática que nunca abandonada en textos y conferencias. Desde el inicio la filósofa se adentra en la situación de la mujer tanto en la historia como en la cotidianidad, en la filosofía y en la literatura. Por sus textos desfilan personajes o figuras significativas: Antígona, Diótima de Mantinea, Eloísa, los personajes femeninos de Galdós, etc.; al mismo tiempo la crítica y análisis a la escasa presencia de la mujer en la filosofía o la situación de esta en la historia, sin olvidar la realidad hispana. A modo de resumen señala que hubo dos momentos en los que la mujer tuvo protagonismo y en cierta medida se perdió la ocasión: con la revolución ideológica causada con la llegada del cristianismo y con los planteamientos de la revolución burguesa del siglo XIX.

Zambrano, al igual que Simone de Beauvoir, defiende la neutralidad del pensamiento, ajeno al género, no obstante la cultura se ha mostrado con espacios de penumbra al llegar desde ámbitos de la mujer, a pesar de que ésta, y desde las idealizaciones masculinas, no se ha mostrado tangencial y más bien participativa. La mujer, para la filósofa, más allá de dar vida se ha sentido en la vida; de ahí, en sus primeros artículos solicita la participación de las mujeres en todo ámbito social y político por una “libertad esencialmente democrática”. Ya en esta época, finales de los años 20, Zambrano da por superada la polémica acerca de la capacidad de la mujer en tareas sociales así como su capacidad intelectual y dotes organizadoras, pero cuestiona su resistencia a actuar de un modo distinto al realizado. No es el seguidismo de los modelos masculinos el que debe señalar la “entrada de la mujer en el imperio de la dignidad”, sino descubrir y exponer su esencialidad. De este modo María Zambrano cuestiona el conformismo de las mujeres burguesas, la necesidad de integrar la fuerza masculina y femenina, burguesa y obrera. Desde esta perspectiva crítica duramente el espectáculo “desparramado por las calles de la ciudad de la esclavitud efectiva” femenina y la ausencia legal contra este modo esclavitud sexual; de igual modo se subleva contra la masa obrera campesina femenina, cargada de miseria y de hambre: ”y las mujeres se inclinan sobre la tierra abrasada desde antes del alba hasta después del oscurecer(…) Apergaminadas, curtidas por cien soles, como sarmientos secos, se retuercen sus brazos dando a la máquina, sujetando las yuntas del trillo, limpiando el grano”. La situación dramática se repite en la ciudad. Esta condición de injusticias sitúa a la filósofa en una posición de permanente denuncia frente a las injusticias sociales y a la vez en la reflexión del papel que debe jugar la mujer en la historia sin necesidad de que “la mujer tenga que igualarse al hombre, en ocasiones sería al revés”. Zambrano no plantea ni la emulación ni la sustitución o la superación, sino la complementariedad. La mujer va más allá de la idealización que el hombre pretende. Es un ser de carne y hueso, descendida en la tierra, real y más allá de las ensoñaciones de los hombres, luego, no se puede reducir ni en la idealización ni en la objetivación masculinas. La vida del ser humano es una historia por la libertad y se pregunta Zambrano en Eloísa por la existencia de la mujer:” ¿Habrá alguna manera en que la mujer encuentre su modo de vida participante en la aventura varonil de la libertad, sin dejar de ser alma? ¿Habrá existido alguna mujer que a través de una pasión dolorosa y fecunda haya logrado servir a la libertad en que el hombre quiere adentrarse? Si la ha habido su ser estará logrado y no será ya ni hechizada, ni hechicera”.

La historia, lentamente, se ha mineralizado, todo se mide y cuantifica. Es preciso darle alma a la realidad; pues, si la realidad necesita alma, el alma necesita realizarse. Y en esta tarea, el ser que concibe la vida, la mujer, ha de decir su propia palabra. Existen unos valores universales compartidos en los seres humanos, y también otros “femeninos” necesarios para la realización de la sociedad humana, que complementan y enriquecen, que no se oponen. “Mientras el hombre prevé, la mujer presiente”, escribe Zambrano a propósito de la publicación del libro de su amigo el doctor Gustavo Pittaluga, obra magna y de difícil hallazgo, Grandeza y servidumbre de la mujer. Y el presentimiento conduce al logro de una sociedad, como lugar natural, democrático, en el que se pueda vivir como personas, pues “la democracia es la sociedad en la cual no sólo sea permitido, sino exigido ser persona (…) es el régimen de la unidad en la multiplicidad, del reconocimiento, por tanto, que todas las diversidades, de todas las diferencias de situación”, escribe la filósofa en Persona y democracia. Zambrano utiliza el término persona, sin género. Y las personas se necesitan y conforman complementariamente, y sin desgarrarse ni rendirse. Zambrano es femeninamente feminista.

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