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MANUEL RICO Comprometido con nuestra memoria

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Manuel Rico nos guía por el laberinto de nuestra propia memoria.

El escritor siempre está a la espera de algo que, a veces, llega.

Desconfío de mi memoria. Sin embargo, nunca tomo notas sobre lo que ocurre en mi vida cotidiana. En mi calendario existencial, las fechas ocupan el último lugar. No recuerdo nacimientos, ni muertes, y, cuando he querido felicitar a alguien, a saber por qué tipo de aniversario, han tenido que recordarme, incluso el mismo día, la fecha de la celebración. Nunca tuve la perspectiva (quizá tampoco la capacidad y la paciencia) de escribir sobre mi vida; aunque, probablemente, no he hecho otra cosa que escribir sobre ella, si bien con el matiz de la ficción. En el fondo, cualquier texto autobiográfico contiene una gran dosis de ficción y viceversa; lo que no quiere decir que falte a la verdad. Paradojas de la literatura que ya he abordado y, si ese tiempo sin fechas me lo permite, seguiré abordando.

Escritor a la espera. Manuel Rico.
Punto de vista editores

Por eso agradezco la aparición de libros como el que ocupa este espacio (Escritor a la espera, Punto de vista editores), de un autor, Manuel Rico, cuyo reto de entrar en el ámbito literario viene de lejos y se culmina, de momento, en un buen número de libros publicados, entre poesía y novela, y la presidencia de la Asociación Colegial de Escritores (ACE), además de algunos premios de consideración.

No lo tuvo fácil; yo fui testigo. Procedente de la Administración y la Política activa, Rico tuvo que sortear muchos obstáculos hasta llegar a este momento de placidez en el que ya cuida nietos. Entre ellos, uno de gran importancia en su evolución personal y profesional: resolver la duda entre dedicarse de pleno a la política o a la labor literaria; duda asaz espinosa, principalmente, porque ambos territorios son de una exigencia máxima.

Por su parte, la literatura es laboriosa y compleja, pero lo es más aún el mundo en el que se desarrolla, que es mucho más que la habitación donde los escritores imaginan y escriben. Ha cambiado, como no podía ser de otra forma, el mundo literario desde la Transición hasta la actualidad; lo que no ha cambiado, aunque por razones diferentes, la dificultad de entrar en él, sobre todo si procedes de territorios alejados. De tal manera que la experiencia del escritor se basa en la espera, en muchas ocasiones: espera a disponer de tiempo para perfilar el libro que tienes en el telar, espera a que te vean como un escritor y no como un político, espera a que las editoriales grandes te acepten, espera a ese premio que te ayudará a progresar en cuanto a consideración, etc…

Fotograma de la película Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. De Pedro Almodóvar

Pues bien, no sé si Manuel Rico ha resuelto su duda; pero sí que pertenece al gremio literario y al mundo que le rodea con pleno derecho y dicha circunstancia elimina cualquier interrogación al respecto. Desde esa posición, privilegiada por la edad y el oficio, reúne y presenta estos diarios de los 80, la década prodigiosa que concitó un buen número de ilusiones por cambiar la sociedad española desde la cultura y la libertad, después de una larga dictadura (la movida). Él mismo lo dice en el prólogo: “Si en la década de los veinte París, para Hemingway, era una fiesta, en los años ochenta Madrid no lo era menos. Un optimismo sin límite, una pulsión más provocadora que revolucionaria, un afán vanguardista e irreverente, una explosión estética que se reflejaría en multitud de re vistas culturales –quizá la más emblemática fuera La luna de Madrid– y mestizas, en exposiciones, en el orgullo gay, en el primer cine de Almodóvar, de Fernando Trueba o Fernando Colomo.”

No todo eran vino y rosas; había una crisis, pobreza en los barrios periféricos de Madrid, reconversiones industriales, se empezó a oír hablar del Sida, la movida dejó un reguero de cadáveres. Pero, a la vez y sin desprenderse de la realidad que ya existía, se empezaba a forjar una nueva realidad que tenía en la cultura su punta de lanza. En esa década comenzó la pulsión literaria de Rico (que hasta entonces se había orientado sólo a la poesía y trabajos teóricos). Ahí fue donde Rico empezó a escribir novelas y donde el oficio de escritor quiso trascender de su cuarto de escribir. Ahí fue cuando el que esto escribe, bien acompañado, llegó a Madrid y esperó a 1985, mayo, año en que nació la Revista Leer (año preciso en el que comienza el primer diario de El escritor en espera) de la mano de Alfonso Palomares y Heriberto Quesada, con el ilustrado asesoramiento de Luis Mateo Diez, para dedicarle su vida hasta que, recientemente, unas manos negras e indecorosas le pusieron fin y cuenta vieja. En Leer colaboró el autor madrileño del barrio de la Alegría y de Leer habla en este libro que contiene recuerdos compartidos, como compartida fue una larga etapa de nuestras vidas profesionales, libros, cultura, arte y, desde distintas fronteras, ilusiones literarias.

Celebro, por lo tanto, la salida de este libro, procedente de un cuaderno de notas rescatado de un cuarto de trabajo, como si en realidad fueran las notas que yo nunca escribí. En definitiva, mi propia memoria.

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