Los libros son un vicio para los que escriben, los que editan y los que leen.
Trama editorial sigue alimentando la aventura que supone viajar al mundo de los libros.
Es en acontecimientos como la Feria del Libro en el Parque del Buen Retiro madrileño (ya concluida), las otras ferias que se diseminan por el territorio español con mayor o menor predicamento o el pasado día del Libro y la Rosa en San Jordi, cuando los libros adquieren su mayor visibilidad y se acercan en tropel a la perspectiva del lector. Lo mismo ocurre con los escritores; circunstancia que se esgrime como elemento indispensable de cualquier feria del libro: el contacto entre autor y lector con una firma por medio.
Si nos fijamos, por cercanía, en la de Madrid, rápidamente, disponemos de una panorámica de lo que es el mundo del libro cuando la presencia del lector es generosa. Si a esto le sumamos la cantidad de visitantes que, aunque no sean lectores de raza, compran para regalar o para certificar su comparecencia, o los que se advienen al rito de comprar un libro en la feria, el éxito está garantizado, salvo que la crisis trastoque todos los argumentos. Así ha sido, al parecer, este año: éxito de público y ventas.
Esta es la cara amable del mundo del libro; incluso se podría decir que alegre y, en cierto modo, enfervorizada. El estímulo necesario para afrontar el estío con buen ánimo y números negros. Además, en la feria se produce una especie de democratización entre los grupos editoriales, las grandes editoriales, las pequeñas y las librerías que ocupan caseta.
Pero ¿qué ocurre cuando las luces de la fiesta se apagan? ¿Cuántos de los visitantes, que se cuentan por millones, entrarán a partir de ese día en una librería? ¿Cuántos incluirán entre su compra alguno de los libros que se depositan en los estantes retirados de las grandes superficies? La respuesta es sencilla y tiene mucho que ver con la dinámica que ha adquirido la edición en los últimos tiempos en los que impera lo comercial sobre lo cultural, a veces por encima de la propia calidad.
Tanto es así que el libro se despoja de su valor cultural y se convierte en un producto de la mercadotecnia y de los actantes del marketing. Los escritores seguirán escribiendo, las editoriales editando; pero, en su mayoría, sus pretensiones cambian de naturaleza. Los grandes grupos seguirán expansionándose y las pequeñas editoriales, si no son absorbidas por los anteriores, intentarán con ímprobos esfuerzos mantener la llama de la buena literatura. La lucha por la vida editorial, tan lejos a veces de la realidad editorial.
Se me dirá que exagero y tendrá razón quien me lo diga. Pero sólo desde la exageración se puede percibir el peligro que entraña la cara oculta de ese mundo que tiene que seguir siendo uno de los pilares de nuestra cultura. Y, si no, podemos contar las librerías que desaparecen todos los años o los lamentos de las pequeñas editoriales ante las dificultades para conservar su independencia.
Entre estas últimas, hay una por la que siento una inclinación especial; por ella y por su editor, Manuel Ortuño, presidente a su vez de la Asociación de Revistas Culturales. Trama editorial sale de las mismas entrañas de la afición a los libros y a lo que eso conlleva. Varios años hace que surgió Trama y lo que al principio parecía el capricho de un espíritu, activo e ilusionado, en poco tiempo se ha convertido en una propuesta seria y profesional de libros de calidad y buena hechura, comprometida, además de acercarnos a libros que estaban en alcancías lejanas o inéditos, con el mundo de la lectura. Sin duda, un auténtico ejercicio de fortaleza a favor de los lectores de verdad; aquellos que no quieren que las librerías desaparezcan y que se despistan en los centros comerciales para encontrarse con algún libro inusual en sus estantes.
Podría citar muchos títulos, su catálogo ya es más que interesante, pero me voy a centrar en dos de los últimos; quizá para citarlos someramente y dejar que sean los lectores los que confirmen que, en esta ocasión, no exagero.
Del vicio de los libros es una feliz selección de Íñigo García Ureta (que también firma el prólogo: En alabanza del lector; donde afirma: “Entendamos aquí por lector a aquella persona vehemente y excéntrica que entabla con los libros la misma relación que un gato con una pantufla vieja, si bien sus taras no son necesariamente la de otros adictos a los libros.”) de textos que se escriben en torno a los libros y a los lectores. Los firman, nada más y nada menos, W. E. Gladstone, Edith Wharton, Theodore Roosevelt, Lewis Carroll, William Roberts y Virginia Woolf. Textos afilados y curiosos que van desde el acomodo físico de los volúmenes hasta la diferencia de gusto de los lectores, los libros peligrosos, el disfrute o la alimentación del intelecto. Al fin, se le dedica el libro a Miguel Martínez-Lage, desaparecido en 2011. Desde Epicuro también le mandamos un saludo.
El otro volumen, Contra la arrogancia de los que leen, no tiene desperdicio. Su incursión en el territorio de los libros es tan acertada como próxima a extraer los entresijos de ese mundo que, como ya he dicho, tiene su cara oculta y ya no depende tanto de la fidelidad de los lectores que, en la mayoría, permanecen al margen de los mismos. Cristian Vázquez se desliza con soltura y conocimiento a través del azogue del espejo donde se mira el lector y obtiene destellos hasta de donde sólo había oscuridad.
Como quiera que sea, llega el verano y, se cumplan o no nuestros propósitos de lecturas más relajadas, los libros siguen teniendo su parcela de importancia en los planes de los lectores: ¡una buena compañía tanto para mar como para montaña! Y en los viajes, se convierten también en turistas accidentales. Desde Epicuro planteamos también un verano de libros y viajes: disfrutar y aprender. El placer a través de la cultura; tal lo diría el mismo Epicuro.