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Las que volvieron

Fermín Herrero

Fermín Herrero

Ninguno de nosotros volverá. Charlotte Delbo.
Libros del Asteroide. Precio: 20,95 €.

Una pesadilla “en los límites de lo soportable”, en “la linde del espanto”, cuando la razón se tambalea y se pierde el juicio.

El de Charlotte Delbo, miembro de la Resistencia francesa, no judía, es un testimonio inusitado desde el punto de vista formal, por su estilización literaria, compuesto por poemas («Apollinaire y Claudel / mueren aquí con nosotras») y escenas cortas, impactantes, estampas que componen un mosaico de la vida, es un decir, más bien de la muerte («No esperamos la muerte. Nos la esperamos. No esperamos nada»), en la parte femenina de Auschwitz, campo de concentración que luego fuera de exterminio y con el tiempo símbolo de los horrores del nazismo y de su execrable Solución Final. Heda Margolius, Seweryna Szmaglewska, Liana Millu, Ruth Klüger, Judith Klein, Helga Weiss o Magda Hollander-Lafon: repaso mentalmente los libros que he leído a lo largo de los años sobre experiencias en Birkenau, todos excepcionales, y ninguno recuerdo que tuviese un poso tan literario.

Delbo narra con una precisión escalofriante una de las eternas jornadas de los condenados a aquel averno. Los barracones como morideros, con morgues a sus costados, «un almiar de cadáveres» que se apilan. El recuento: cuerpos inmóviles, rígidos, entumecidos, inertes, insensibles, como enraizados en la tierra helada, la cabeza gacha: «El frío contusionaba las sienes, los maxilares, creíamos que los huesos se dislocaban, que el cráneo reventaba». Y «más allá de las alambradas, la llanura, la nieve, la llanura», una desolación sin límites donde las mujeres, columnas de sonámbulas, luchan y agonizan sobre un sudario de escarcha: perros guardianes azuzados, ciénagas, vagonetas, ruejos, angarillas, hambre enloquecedora, sed atroz, fiebre, diarrea, hedor, pestilencia… La pesadilla «en los límites de lo soportable», en «la linde del espanto», cuando la razón se tambalea y se pierde el juicio.

Una de las escenas más breves, bajo el título «Marie», principia de esta manera: «Su padre, su madre, sus hermanos y sus hermanas fueron gaseados nada más llegar. Los padres eran demasiado viejos, los niños demasiado jóvenes». Otra, entera, reza así: «Un cadáver. El ojo izquierdo devorado por una rata. El otro ojo abierto con su franja de pestañas. Intentad mirar. Probad a ver». Pero aun a lo inhumano arrebata la autora un lirismo estremecedor en esta edición de los dos primeros libros de su trilogía Auschwitz y después. En el segundo, Un conocimiento inútil («No se debe hablar con la muerte / es un conocimiento inútil»), los relatos se alargan y aparte de la estancia en Birkenau se abarca el tiempo de reclusión en la prisión parisina de La Santé, el transporte y la llegada al infierno y el posterior traslado a Ravensbrück, donde se aprende de memoria El misántropo, y la liberación, vía nórdica.

Como colofón a la primera parte de su trilogía, Delbo propone una pequeña, si bien tremebunda, variante respecto al título: «Ninguno de nosotros debería haber vuelto», que incide sobre otra de las secuelas de haber pasado por los campos, la mala conciencia de los supervivientes, el autoinculparse de haber hecho algo egoísta, contra la fraternidad humana, para salvarse, la sospecha de que el convencimiento de que sólo lograron sobrevivir los más fuertes esconde una justificación para la ingratitud de los amorales. Incluso que exponer por escrito aquellas monstruosidades, rememorarlas tranquilamente, con todas las comodidades, en un café, no deja de ser una deslealtad con los sacrificados y una traición al secreto inconcebible de lo que allí sucedió. A este respecto quienes dejaron constancia de su paso por Auschwitz con una propiedad hiriente y con honduras, como Primo Levi, sobre todo en Si esto es un hombre, Tadeusz Borowski en Nuestro hogar es Auschwitz o Jean Améry en Más allá de la culpa y la expiación, que recuerde ahora, acabaron suicidándose.

No debe jamás olvidarse, en todo caso, lo que figura como frontispicio del volumen: «Hoy, no estoy segura de que lo que escribí sea verdad. Estoy segura de que es verídico». Sabemos, en este sentido, que en un papel enterrado en el patio de un crematorio, que se encontró en octubre del 62, Zalmen Lewental, muerto en Auschwitz-Birkenau poco antes de la liberación, dejó escrita en yiddish una sentencia definitiva: «La pura verdad es mucho más trágica y espantosa». A estas alturas, a pesar de tantos testimonios, sigue siendo irrebatible. Seguramente lo será para siempre.

En un cuento de apenas página y media de Huellas, otro espléndido libro del tema, de la narradora polaca Ida Fink, se suceden tres tentativas inútiles, con variantes, para escapar de Auschwitz, que se inician de idéntico modo: «Fue liberado y cruzó el portón del campo con el letrero ARBEIT MACHT FREI…», porque, en efecto, de esa atmósfera dantesca no consiguió salir nadie, de hecho, es posible que la conciencia occidental siga encerrada entre sus alambradas: «perder la sensatez y perseverar en la locura de esperar es lo que salvó a algunos», aunque fueran «tan pocos que no demuestran nada». Lo que no obsta para que, cuando apenas quedan ya supervivientes, tengamos la obligación de perpetuar su memoria.

De todos los países de Europa

de todos los puntos del horizonte

convergían los trenes

hacia lo in-nominado

cargado con millones de criaturas

que eran arrojados allí sin saber dónde

estaban arrojadas con sus vidas

con sus recuerdos

con sus achaques

y su gran asombro

con su mirada que interrogaba

y que no vio más que fuego,

que ardieron allí sin saber dónde estaban

Hoy se sabe

Desde hace unos años se sabe

Se sabe que ese punto en el mapa

es Auschwitz

Eso se sabe

Y lo demás se cree saberlo.

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