Hace años el viento me silbó una melodía con tal intensidad, que cada uno de los sonidos se encargó de vigilar mis movimientos, turnándose sin descanso.
Todo cambió desde ese instante. Un mundo diferente se puso a mis pies para siempre.
Tumbada sobre la arena, cierro los ojos. Los recuerdos llegan a mí en un falso idioma de sonidos desconocidos, disonantes, distribuidos de manera aleatoria, y que una y otra vez me persiguen. Se presentan ante mí como una fuerza que me empuja manteniéndome alerta. Remuevo la arena con las yemas de mis dedos y siento una rugosidad que evoca vibraciones serenas de un mundo feliz, en el que la consonancia de las cosas simples, concuerda con el vivir infantil sin preocupaciones. Mis manos como filtros dejan pasar las semillas que se entierran con libertad. Dibujos que se pierden con la brisa y quedan en la imaginación para futuros sueños.
Sentada sobre la arena, con los ojos muy abiertos observo lo que me rodea, y analizo con claridad todos los sonidos conocidos y consonantes. Los persigo con la intensidad que surge de una idea que me hace feliz. Busco los cauces para plasmar en un soporte comprensible las sensaciones de cada momento. Un laberinto de sonidos me atrapa y avanzo sin pensar. Cuando encuentro la salida me sorprende el ruido, y me doy cuenta de que esa era la última reseña para completar mi particular vocabulario.
De pie sobre la arena, comienzo a caminar sin rumbo porque la felicidad me desorienta. Cuento los pasos y voy sincopando progresivamente los movimientos. La prisa por llegar me acelera y pierdo mi tempo andante. Espero que llegue una cadencia para retomar la calma con un pequeño ritardando. Ahora la respiración es más serena y veo que nadie me mira, o no me doy cuenta. El sol deslumbrante me templa. Intento recordar el camino de todas mis conclusiones. Organizo mis ideas, y con la serenidad que regala el equilibrio, me pongo a escribir signos musicales que nos pueden trasladar a cualquier lugar o sensación. La flexibilidad deja huella en el discurso y la claridad timbrada hace brillar las tímidas melodías. Busco el final y no lo encuentro, queda mucho por hacer.
Con la alegría que supone solucionar los problemas del alma, limpio cuidadosamente la arena de mis pies, y me voy.