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La rebeldía de la palabra poética

Andrés García Cerdán

Andrés García Cerdán

La poesía es un faisán. León Molina.
Editorial La Isla de Siltolá Aforismos. Precio: 18€

La trayectoria poética de León Molina suma otro escalón a una obra en expansión vertical.

La poesía en un faisán nos acerca a la idea de la poesía y al lugar y la perspectiva del poeta en el mundo.

Debemos agradecerle al poeta albaceteño que nos acerque La poesía es un faisán. Antología de aforismos sobre la poesía y los poetas en la preciosa edición de La Isla de Siltolá. Lo hace tomando para el título una imagen de Wallace Stevens que nos deja abiertos de par en par: “La poesía es un faisán”. Por supuesto, pero también un faisán “desapareciendo en la maleza”. “Como un buscador de oro de California, como un pescador de perlas de la Polinesia, como un cazador de perdices en Albacete”, así ve en el prólogo Antonio Avendaño al autor, valiente en su labor y en su pesquisa.

Insiste León Molina con este libro en su buceo en las profundidades de las formas mínimas. Fue el haiku primero, luego el aforismo propio (Mapa de ningún sitio) y ajeno (Verdad y media. Antología de aforismos españoles del siglo XXI, 2001-2016), ahora estas máximas iridiscentes, estas microexplosiones que nos acercan a la idea de poesía y al lugar y la perspectiva del poeta en el mundo. “El poeta perfora agujeros en el hueso del lenguaje para hacer una flauta. Eso no es nada, pero esa nada habla de lo eterno”, advierte Christian Bobin. Desde trallazos como este, nos ofrece un arrecife de coral, lleno de perlas y criaturas y algas milagrosas e incendios metafísicos y piedras preciosas. No en vano, para Carlos Edmundo de Ory, “la poesía es un vómito de piedras preciosas”. Esta selección, también.

El volumen se estructura de forma sistemática, llamando a los escritores por su nombre de pila. Las entradas son disímiles en su extensión: comparecen autores de quienes apenas se recoge un aforismo (Vicente Huidobro: “El mayor enemigo del poema es la poesía”) y otros a quienes se dedica una decena de páginas (Wallace Stevens, Juan Ramón Jiménez o Ángel Crespo), quizá haciendo justicia a su devoción. En cualquier caso, León Molina recorre, con afán exhaustivo, como un explorador de ojos ardiendo, la obra de un centenar de poetas para rendir esta mínima cosecha, el grano de trigo de oro: de Nietzsche a Octavio Paz, de René Char a Émile Cioran, de Dionisia García a Cipriano Játiva, de Roberto Juarroz a Rafael Cadenas. Huelga decir que el mapa de este reino se presenta desbordado de hallazgos y revelaciones: “Poesía: palabra que amanece”, según Eduardo García. Por lo demás, el espíritu que anima la selección es caleidoscópico y, en cierto sentido, indómito, con la intención última de agujerear múltiplemente la realidad: “Las palabras crean espacios agujereados, cráteres, vacíos. Eso es el poema”, avisa José Ángel Valente.

Esta voluntad de reflexión sobre la palabra poética abunda en la necesidad de los poetas de decir más, de pensar otra vez, de ser otro. El antólogo sigue a los poetas que han seguido el otro camino del crepúsculo, como Matsuo Basho, quienes se han batido el cobre para llegar a la veta de la idea y la música y la emoción y socavarla y ofrecerla en bandeja de plata. “La poesía es un meteoro” insiste cósmicamente Stevens. En este ámbito gnómico, en este microuniverso, los vínculos entre la poesía y la filosofía son evidentes: “Vosotros vais a la verdad por la poesía, y yo llego a la poesía por la verdad” (Joseph Joubert). Y la paradoja puede ser una forma de amor: “La filosofía aborrece las contradicciones; la poesía las ama” (Ángel Crespo). Una fe.

Contra un esteticismo light, contra una literatura concebida como objeto de consumo, de deglución rápida, Molina nos acerca en su voz el testimonio sin fecha de caducidad de quienes consiguen detener el tiempo, demorarse en el milagro, despertar: “Todos los poemas posibles están escritos dentro de cada lector; el poeta sólo se los despierta” (José Mateos). La desobediencia y la rebeldía de la palabra poética mostrarán al poeta, al cantor, como artífice órfico: “Sólo la poesía desobedece al lenguaje”, nos recuerda Vicente Núñez. Esta insumisión nos habla de la necesidad subterránea de huir de la impostación, los discursos vacíos y la inanidad de un mundo (no sólo literario) regido por oscuros (peor aún: simples) poderes materiales. “Allí donde el ideal es el conformismo, la poesía no es bienvenida”, dispara Charles Simic. Desde el poema asistimos a la invulnerabilidad, en él hallamos el refugio en la tormenta: “El poema puede surgir ileso de cualquier catástrofe”, en palabras de Dionisia García. Esa es su epifanía y su ruptura. Cuando ya no quede nada, parece decirnos la poeta fuentealamera, aún nos asistirá esta elocuencia feraz, esta incisión magnífica.

Ante la velocidad y la idiocia, disfrutamos en La poesía es un faisán este detenimiento y esta inteligencia, el vértigo luminoso de lo que no puede ser dicho de otra forma. “El poema es un arma cargada de pasado”, apostilla Juan Varo Zafra. Y de presente. Y de futuro.

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