
Editorial: Errata naturae. Precio: 24,50 €.
Con esta primera novela, a sus treinta y dos años, Jan Nëmec adquirió marchamo de clásico.
Una historia de la luz es muy recomendable para los aficionados a la fotografía y, en general, para quienes aman la expresión artística.
Jiři Kratochvil, al que se tiene por sucesor de Milan Kundera y de cuya prosa, sobre todo La promesa de Kamil Modracek, venimos disfrutando gracias a Impedimenta, considera Una historia de la luz (2014) un faro de las letras checas actuales, sin rival en el panorama narrativo del país centroeuropeo. Es más, con esta primera novela, a sus treinta y dos añitos, Jan Němec adquirió marchamo de clásico. Y no es de extrañar, dada la pericia que demuestra con una narración ambiciosa, muy bien acompasada, y la gracia con la que va incorporando los meandros argumentales y las oportunas digresiones al asunto medular: la recreación del “alegre regocijo de vivir” del fotógrafo František Drtikol a partir de su empeño en mostrar el “reverso luminoso del mundo”, “el ser silencioso, el universo ilimitado”, gracias al trabajo exhaustivo con la luz, hasta volver la fotografía hacia el interior de sí mismo.
Justamente a esas entrañas de la luz, que tiene “los mayores secretos del universo”, alude el equívoco título, que parece de un ensayo científico, cuando en realidad Němec nos conduce con mano maestra por los avatares biográficos del fotógrafo, va engarzando, con planificación y ejecución sobresalientes, pasajes de su vida: en una cabaña minera de Bohemia, más bien una choza miserable, donde pasa la tarde, de niño, con un amigo; en la tienda de ultramarinos de su padre donde le sorprende la llegada de unos bomberos voluntarios que solicitan auxilio porque está ardiendo un pozo, convertido en un laberinto infernal, dantesco, de casi quinientos kilómetros de galerías, con cientos de mineros dentro…
Al hilo del avance biográfico, entre amoríos difíciles con mujeres caprichosas, algunas con aire a femme fatale, y paréntesis bélicos, hasta el acercamiento de Drtikol a la mística, Plotino y Angelus Silesius mediante, y por último al budismo (“con la meditación comprendes que la luz es consciencia y la consciencia es luz”), con el que enlaza el colofón, marca de la casa, el novelista expande el argumento por la Mitteleuropa finisecular y de entreguerras, de las vanguardias, del primer tercio del siglo XX, centrándose en Praga y Múnich. En una taberna de esta ciudad aparecen como tertulianos Stefan George, Frank Wedekind, Thomas Mann y la insaciable Lou Andreas-Salomé, a cuento de la que se cita, claro, a Rilke, Nietszsche y Freud. Ahí es nada.
Un libro, en definitiva, muy recomendable para los aficionados a la fotografía, en general para quienes aman la expresión artística en cualquiera de sus manifestaciones. Desde el principio, cuando el futuro artista, aún niño ensoñador y reservado, se afana en dibujar y pregunta si “está en el lápiz ya todo lo que se va a dibujar con él”, Němec apunta al misterio del mundo, al de la creación, a su raíz poética que luego cifrará en “el sentimiento de la naturaleza” unamuniano –presente, por caso, en un paseo de atardecida en el que le echa una mano a una anciana que lleva una carga de leña- y sobre todo en la luz, a través de las enseñanzas de los profesores muniqueses, que despiertan sus posteriores averiguaciones propias.
De ahí, desde una voluntad de fusión panteísta con la naturaleza, la atención con que el protagonista mira el mundo: lo mismo las diversas formas de caer de las hojas que la tipología de las modelos a las que retrata desnudas. La novela nos va ofreciendo así iluminaciones; inolvidable, por ejemplo, la del profesor del Instituto de Fotografía, la primera de las lecciones, que nos ilustra magistralmente sobre la relación entre el arte fotográfico, la pintura y la poesía. Bien concebida y trabada, de su trama se desprende una visión del mundo por la que respira la luz, lejos de la banalidad posmoderna imperante.