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LA LUCHA CRUEL Fernando Benzo: El terrorismo no deja héroes

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

No, el terrorismo no produce héroes; sólo víctimas y desarreglos emocionales.

La lucha antiterrorista marcó una de las etapas más cruentas de la Democracia Española.

No es nuevo en esta plaza Fernando Benzo. Varios libros (Los años felices, Mary Lou y la vida cómoda, Después de la lluvia, Los náufragos de la Plaza Mayor…) y algunos premios (Castilla la Mancha, Kutxa Ciudad de Irún, Ciudad de Majadahonda…) lo avalan; entre ellos, un exhaustivo estudio compartido sobre el terrorismo. A fuer de su dedicación profesional (detrás de la ficción siempre hay una vida y una realidad, que no siempre coinciden en su perspectiva), que le permitió conocer muy bien el asunto que ocupa su narrativa.

De este modo, se puede afirmar que, si hay vida detrás de la ficción, no es menos cierto que la vida, sin ficción, sería tan pobre y recurrente como un canto al olvido. El terrorismo formó parte de la vida durante un periodo demasiado largo de la historia de España; una terrible realidad, no sólo por el rastro de cadáveres que dejó, sino también por los estragos emocionales y los desajustes psicológicos, la culpa, el odio, la resignación, incluso el perdón, en algunos casos.

Las víctimas del terrorismo no olvidan; sólo sufren y gritan a veces y sus gritos van a dar contra muros que los devuelven como ecos aún más dolorosos. La ficción tiene la misión de recordar (cuando la memoria ya no es reo de muerte o venganza) lo que esa memoria tiende a matizar para alivio de sufrientes e intentar tapar la sangre que aún queda en las rendijas de la fatalidad. En este caso no viene esa ficción a cambiar o trastocar la realidad; ya que la realidad, el hecho consumado, no admite interpretaciones. Quizá sí los motivos y circunstancias que la han propiciado; la cantidad y diversidad de vidas que hay detrás de dicha realidad, pero no el hecho consumado, la contundente y cruel realidad de un atentado contra las personas, ajenas a cualquier causa, injustificado en cualquier caso.

La ficción, a modo de thriller, es en este caso más valiosa si cabe, pues surge de las catacumbas de lo prohibido, de la cueva del silencio obligado, del miedo colectivo, de las ganas de gritar con las manos alzadas tiznadas de blanco. Es necesaria para contextualizar esa realidad determinante, sostenida en el tiempo por muchas vidas y conciencias que aún vagan por las lindes de los hechos consumados esperando una respuesta que ya conocen. A veces, mendigando una pizca de comprensión.

Fernando Benzo sabe de lo que habla y de lo que habla es de la guerra contra el terrorismo que se alarga durante años en la voluntad de los actores de las dramáticas escenas que se suceden después de un atentado. Refuerza en modo de relato las imágenes que aún perviven en la mente de muchos y en la conciencia de otros tantos. Los sentimientos, las emociones a que da lugar esa guerra (sucia, como quiera que sea) son el sustento de la trama; ya que el argumento, cuando se dice “terrorismo” es de casi todos conocido. Sentimientos y emociones que comparten policías, investigadores y terroristas sedientos de sangre, como si se tratase de un espejo donde se miran todos; error, pues el espejo está en el territorio siempre huidizo e interesado de la política.

En el enfrentamiento a vida o muerte entre el policía jubilado con sed de venganza y el terrorista que vuelve a las andadas por dinero, sin una pizca de ideología, sanguinario que delega la autoría de los atentados, es cuando la realidad muestra todo su esplendor, nefasto esplendor de la memoria, que casi siempre aboca a la muerte. Ya decíamos que la ficción lo puede todo menos trastocar los hechos consumados, aunque cambiemos de nombre a los actores o les impongamos un disfraz.

Fernando Benzo conoce la realidad de los hechos consumados y los retrata tal fueron, sin interpretar, sin olvidar a los sufrientes ni a los muertos, dando forma identificable al conflicto; pero también maneja los resortes de la ficción para que lo que narra consiga entrar suavemente por la ventana de nuestros recuerdos y que lo haga para quedarse en ellos.

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