
Editorial Periférica. Precio: 15,50 €.
El personaje del poeta expresionista alemán, Georg Trakl es tan complejo como relevante para la historia de la cultura.
Pasión, relación incestuosa con su hermana, vicios, depravaciones, resacas, drogas y poesía, sobre todo poesía que sobrecoge por su belleza perturbadora, como su vida.
Hay que echarle valor y destreza para enfrentarse literariamente a la figura terrible y quebradiza del poeta expresionista alemán Georg Trakl y salir airoso de la empresa como hace el filósofo francés Claude Louis-Combet en Hiere, negra espina. Trakl cargó sobre sus hombros la herencia del malditismo hölderliniano y añadió en su contra un porrón de vicios y depravaciones. Louis-Combet ha recogido en su recreación de la apasionada, hasta extremos absolutos, relación incestuosa del poeta con su hermana todo ese peso y ha sido capaz por añadidura de plasmar con fidelidad el mundo poético de Trakl con una precisión tal que abruma y desconcierta. Cuando terminamos de leer, en vilo, la narración nos preguntamos cómo es posible que alguien haya rehecho en prosa con tal propiedad su descarnada poética, desgarrada e inquietante, solitaria y crepuscular, melancólica y lúcida, vertiginosa y audaz, herida e hiriente, sombría y, al tiempo, jubilosa, como la misma personalidad del poeta, que nos sobrecoge por su belleza turbadora.
Para conseguirlo, Louis-Combet adensa su prosa mediante un estilo lírico, impetuoso y ferviente, tensado semánticamente al límite, como corresponde a la naturaleza del personaje abordado, con una delicadeza contundente, valga la expresión aunque sea aparentemente contradictoria, que nos deja página a página con el corazón en un puño, ya desde la apertura de la novela, una enumeración melancólica de trastos y antiguallas desportillados por el tiempo en un desván. Pero en verdad en cualquier fragmento, recuerdo ahora las escenas de la Primera Guerra Mundial, un «orgasmo de dolor, de desesperación y muerte».
Si la tensión estilística, abrasiva y en consecuencia rozando de continuo la hipérbole (el sexo de las prostitutas se describe como «mórbido, viscoso, bezudo, erizado y abierto»), se mantiene, en un auténtico tour de force, a lo largo de la narración, el argumento, sin embargo, se organiza nítidamente, con una linealidad diacrónica que avanza a saltos temporales. Cada uno de ellos traza los momentos decisivos de la vida del poeta de las tinieblas, alternándolos con los de su hermana, almas sedientas de absoluto, en lucha permanente con y contra lo sagrado. Así la niñez, su hermandad fraguada en lugares secretos: desván, sótano, cobertizo y jardín, en la que ya los dos se prendaron para siempre, la entrega carnal, clave y cumbre de sus existencias, en un calvero del bosque, sus vidas separadas, sin sentido, y el duro final de ambos.
Avanzamos a tientas junto al complejo y difícil Trakl, que «esparcía el frío a su alrededor», entre espantosas resacas y vapores de productos farmacéuticos usados como drogas, por el aire espeso de los lupanares o de la guerra, tratando de dar respuesta a la «necesidad acuciante de la poesía», «aquella belleza que hacía que las palabras de sus poemas temblaran», entendida como única «vía de realización del ser». A sabiendas de que nunca saciará «la fascinación del deseo, su violencia ciega, y el desgarro que mata y purifica», exclusivos de un amor maldito y mortificante, morboso, prohibido, a pesar de ser la auténtica «pasión viva y generosa», el de la hermana y el hermano inseparables, de asombroso parecido, cómplices y prisioneros en el misterio, el mal, la perdición, el pecado, la belleza última, porque «ella era la conciencia de su belleza» y por tanto el poeta maldito «quería pertenecer por completo, y a través de las palabras, a la hermana sombría que el destino le había deparado».