En su reciente libro Comimos y bebimos, Ignacio Peyró afirma que “la cocina y la literatura han compartido una pasión que Dumas justifica con cierto optimismo corporativo: “Para conocer bien el arte de la cocina no hay nadie como los hombres de letras…”. Afirmación puesta en duda, lógicamente, la mesa, la buena mesa sobre todo es patrimonio universal con las lógicas variantes de los gustos que enriquecen la gama de posibilidades. En cualquier caso, como de literatura hablamos, quede en pie al menos la pasión compartida.
El Premio Planeta añade diversas variantes a la estrictamente literaria, enriquecidas todas con el mimo y el cuidado con que los responsables de la editorial –Carlos Creuheras al frente- diseñan las actividades complementarias, que tienen su cita más importante en la noche de la concesión del premio. La víspera, a mediodía, tiene lugar el primer encuentro entre la prensa y el jurado. Allí empiezan las primeras pistas sobre los ganadores, aunque la curiosidad periodística abra muchas posibilidades, algunas, claro, con poco fundamento. Sirve, de cualquier forma, el momento para trazar un panorama rápido del sector del libro, que está creciendo sobre todo en los apartados de ficción y literatura infantil y juvenil. Las previsiones de negocio de la editorial esperan alcanzar en este ejercicio los dos mil millones de euros de facturación.

La rueda de prensa tuvo lugar en el recinto modernista de Sant Pau, un verdadero tesoro arquitectónico, “una ciudad dentro de una ciudad”. Una constatación más de que Barcelona es una ciudad seductora, que enamora. Y a continuación, el almuerzo, con una amplia representación de la prensa nacional y local. Además del continente, me encantan los nombres de los platos, que a veces asocio a versos de un poema. Tomen nota del menú, curiosos y degustadores: Salmón ahumado con “babaganousch” y buqué de hojas y verduras. Sencillo y sabroso. Siguió “Magret” de pato “Iparralde” con manzana de sidra. En su punto, la manzana es el añadido que da gracia a plato tan consistente. Lo mismo que la suavidad del postre, un rico y generoso de sabor Pastel de manzana y caramelo. Cerrada la oferta gastronómica con café e infusiones, la bodega la conformaron un blanco “Sumarroca” (D.O. Penedés), un tinto “Marmellans” (D.O. Montsant) y Cava “Sumarroca” Brut Reserva (D.O. Cava). Personalidad y frescura.

Todos los paisajes del mundo comparten una cierta magia, que cada cual ha de hacer brillar conforme a sus propios gustos e intereses personales. La tarde, espléndida en esta ocasión, es un buen momento para los recorridos barceloneses. Porque, a la hora de la cena hay nueva cita. Es verdad que mucho más reducido el número de comensales y de porte más informal. Yo diría que es la cena de los encuentros entre periodistas de diversa procedencia, de los comentarios distendidos y de la algarabía y la risa. Familiar, sin duda. Eso sí, muy cuidada la elección: Casa Leopoldo, restaurante de cabecera de Manuel Vázquez Montalbán, con el que compartí mesa hace unos años en este mismo lugar, en un ambiente sencillo y cercano que lo recuerda, siempre una sorpresa, y cuyas cerámicas, tan características en la ciudad, no dejan de llamar la atención. El escritor lo frecuentaba a menudo y uno de sus platos preferidos era “cap i pota”, callos a la catalana. Eso sí, cuando llegue a los callos, seguramente estará saturado si ha ido haciendo caso a la larga y exquisita lista ofrecida como menú: pan “tumaca”, embutidos, paté de campaña, buñuelos de bacalao, croquetas, calamares fritos, gambas con romesco, bacalao a la brasa… para acabar con los callos, igualmente espectaculares, y rabo de toro. Un festín para los sentidos, en definitiva, para el contraste ejemplar de los sabores. Un helado de vainilla y “Tortell” de la Lis cerraron esta oferta, que, por supuesto, exige prudencia. Mucha. Los vinos, de buen paladar y maridaje, tenía D.O. “Montsant” (Mas Donis, tinto) y del Penedés (“Blanc Franguille”). La diversidad de panecillos y salsas completó el asunto. Exquisitez a raudales.

La noche invitaba a un paseo. Y la cena.
Ya lo recomendaba hace años –la tradición perdura- Manuel de la Fuente, periodista leonés que ejerció prácticamente toda su andadura profesional en el Faro de Vigo. Escribió durante muchos años las crónicas gastronómicas del Planeta, algunas de las cuales pude leer, aunque no sé si llegó a publicarlas. Hoy sería un verdadero documento lleno de gracia y de la sabiduría que le caracterizó.
Día 15 de octubre. Santa Teresa. El fallo del Planeta.
Quien quiso tuvo la oportunidad de asistir a una visita guiada de la Casa Vicens, proyectada por un joven Gaudí de 26 años y construida entre 1883 y 1888 como residencia de veraneo para el señor Manuel Vicens i Montaner, corredor de cambio y bolsa. Abierta al público ahora hace un año, es la primera casa de Gaudí en Barcelona y en la que despliega su gran talento. Confieso que desconocía todo, incluso su existencia. Pero merece, y cuánto, la pena, recomendación que hago a quienes visiten la ciudad. Un descubrimiento.
Hablando de recomendaciones, y abierta la hora de la comida después de la visita, con algún detenimiento en el trayecto, ya sabrá por qué, nos situamos en pleno corazón del Barrio Gótico, en la Plaza Real. Buena parte de los paisajes de Barcelona han sido monopolizados por restaurantes. La hora de comer sigue siendo aquí prácticamente una religión, a pesar de la prisa. Su personalidad culinaria no tiene límites. Es el día de las reuniones de afinidad, de la amistad nacida en esta presencia durante años, de no estar comprometidos con nada ni nadie. Somos diez. Diez. Compartimos palabra y comemos en “Les Quinze Nits”, un clásico, sobre todo de la buena relación calidad-precio. Al margen de los generosos menús del día, son conocidos y reconocidos sus arroces, entre su variada oferta. Aquí cada cual selecciona. No tendría espacio ahora para detallar tantas elecciones. Allá con los gustos y resultados. Créame que los últimos siempre han sido satisfactorios para mí. Repito.
La clásica cena de la concesión del premio (esta año, la LXVII edición) reúne a más de mil comensales: jurado, responsables de la editorial, periodistas, nombres de la vida social y pública, de la sociedad catalana… se dan cita, en esta ocasión en el Palacio de Congresos de Cataluña, un escenario que se ajusta con notable precisión a la necesidad que el evento exige. Entre plato y plato se van sucediendo las votaciones, quiniela incluida, hasta llegar, a los postres, al conocimiento de las dos novelas ganadoras.
Pero ¿qué han ido cenando el millar largo de comensales durante este proceso?
Verán.

Después de un cóctel previo, abrió la cena de gala Cigala con crujiente de albahaca, “genoise” de remolacha, germinado de calabacín y crema ahumada. Compañero, un Blanco Leiras Albariño (D.O. Rías Baixas), para regocijo de gallegos cercanos y en abundancia. Las cosas empezaban a estar claras –me refiero a los ganadores-, aunque no acerté la quiniela. Me consuelo pensando que, en contra de lo que se dice, no es tan fácil. Empezaron con el segundo: Rape de costa, jugo de estragón y matices de otoño, con un Tinto “Vol d’Ànima” de Raimat (D. O. Costers del Segres). Apenas si dio tiempo para ese postre de Chocolate intenso con su Cava Anna de Codorníu Blanc de Blanc, porque el veredicto se enredaba ya en el café y “mignardises” que estaban sobre la mesa. Todo estaba ya sobre la mesa. La conferencia de prensa de los ganadores –de esto ya está más que informado- puso luz en la noche barcelonesa con el argumento novelesco. Realidad y ficción se dan la mano.
Había que madrugar al día siguiente. Desde muy pronto los asistentes al Premio Planeta volvían a su rutina de origen. Usted ya sabe qué comieron. Una crónica no siempre contada, siempre interesante, sin duda, aunque, simplemente, se enuncien las delicias gastronómicas. Póngase, si se atreve, manos a la cocina. Que aproveche.