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La ciudad de dios y Alcalá de Henares

Cirilo de A.

Cirilo de A.

¿Es Alcalá de Henares la primera Ciudad de Dios?

Estaba donde los aguadores llenaban y cargaban sus cántaros de agua.

Me acerqué a la sombra del Cardenal, que murmuraba: El reino de Dios se parece a un hombre que hecha simiente en la tierra.

Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo frutos sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?. Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra.

Bajo su brazo, suspendía la Ciudad de Dios, el libro donde la Nueva Jerusalén muestra Su Justicia.

Pedro Ximénez de Cisneros señaló con el gesto, me dijo casi al oído: esta “Universitas Complutum” es la primera ciudad universitaria planeada del mundo, el concepto más próximo a la Ciudad de Dios; el Alcalá exportado  sobre planos de arquitecto.

Son asuntos de orden, de justicia, de ley, sin la cual los asentamientos de los hombres no son más que cuevas de ladrones. La Paz, el mayor bien que ha de conseguir la ciudad, la paz como base y fundamento del conocimiento. Toda maldad no es más que ignorancia, como bien dijo el Santo.

Paseábamos por la calle de los colegios, donde hace quinientos años, las órdenes religiosas habían establecido sus templos de educación y razonamiento teológico, donde enseñar la Palabra y practicar la caridad; Colegio de los Franciscanos, Colegio de los Irlandeses, Colegio de los Dominicos; Conventos, seminarios, muchos otros colegios, el mismo sueño en diferentes lenguas.

Ahora, siguen otras lenguas, otras diferentes razas, y es que la semilla cundió dando el ciento por uno, en este sueño humilde de una ciudad para Dios y los hombres, hecha a base de ladrillos, recocho, madera y algún cimiento de piedra.

Alcalá de Henares, dilatada por las américas, que atravesó el Pacífico y se refundó en Manila.

Saltamos del año 420, Hipona, con su Obispo San Agustín escribiendo su obra maestra, a mil cien años después, 1508, con la Universidad de Alcalá abriendo sus puertas;  saltamos a su paraninfo, quinientos años después, 2019, y reconocemos que el sembrador dormía mientras la semilla germinaba.

El grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, cayó en buena tierra y dio la vuelta al mundo entero en los brazos abiertos de la Cruz, como otro misterio más a guardar y meditar en nuestro corazón.

Después de hacer esta declaración de modernidad que dio respuesta al mandato “Id y predicad el evangelio a todas las naciones”, repasé paso a paso la prevalencia de esos hechos universales en la historia; en verdad, caigo en la cuenta de que la globalización primera, se manifestó cuando España fue ese Cardenal que instauraba encargos de Dios; pocos años después, ya muerto en paz, el planeamiento urbanístico de nuestra ciudad de Dios cortó los océanos y el sol no se pondrá nunca más, donde haya una cruz que nos sostenga. Todo lo demás pasó, pero no pasarán los paraninfos de las ciudades universitarias del mundo donde la misión española llegó para quedarse.

La luz de Cisneros no paraba; este asceta que reformó lo que tocaba y mostró tan alta destreza política, olvidaba el tiempo y las exigencias de su cuerpo, así que me lo supe: “hoy no comemos”.

La universidad ocupaba hoy sus pensamientos y su vista; las obras, desde sus comienzos, el 14 de marzo de 1498, hasta hoy, un día de primavera de 1508, habían terminado. La Universidad de Alcalá de Henarés tenía sus aulas abiertas y nos dirigimos al despacho del Rector de la Universidad, que era Director del Colegio Mayor de San Ildefonso, donde estábamos entrando. Habíamos dejado a un lado la Colegiata de los Santos Justo y Pastor. La reorganización y la dotación otorgada por este Franciscano mayor de nuestra historia, convirtió a Alcalá en el centro modelo de vida sacerdotal.

Había dieciocho colegios, mayores y menores, en  la calle de los colegios, donde ahora mismo recopilo datos, entre el Parador Nacional y uno de sus dos restaurantes, la antigua Hostería del Estudiante.

De París habían venido los primeros profesores complutenses; es una academia humanístico-teológica esta semilla de mostaza que porta en su germen una Teología renovada al contacto directo con las fuentes en sus textos originales. Aquí se toleran opiniones, aquí las expresan con libertad, aquí sellan sus aportaciones las escuelas Tomista, la corriente Nominalista y la de Duns Scoto, franciscano también, vencedor de la controversia sobre el dogma de la Inmaculada Concepción. Allí, delante nuestra, la otra obra del Cardenal, la Biblia Sacra Polyglota Complutense, seis volúmenes en sus originales griego, hebreo y caldeo, con traducción interlineal al latín, y un diccionario hebreo con su correspondiente gramática.

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