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La constante presencia de Lezama Lima

Alfonso García

Alfonso García

Poeta, narrador, ensayista y promotor cultural, José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976) es uno de los nombres más relevantes de la literatura cubana y su obra representa en el contexto de la hispanoamericana una ruptura radical con el realismo para abrir nuevos caminos.

Su influencia, que aún hoy está activada, llega desde el sistema tejido para explicar el mundo a través de la metáfora y especialmente de la imagen. “La imagen –es ya célebre su frase- es la realidad del mundo invisible”.

Hablar ahora de la importancia de Lezama Lima sobrepasaría la intención de esta visita. Queden, eso sí, tres notas que, al menos en alguna medida, crean el ambiente que se respiró en esta casa, hoy museo, del escritor cubano. Entrar en ella es una oportunidad única de entrar al mundo “lezamiano” por una senda privilegiada.

Por una parte, quien pretenda tal acercamiento ha de tener en cuenta que José Lezama Lima fue animador, aglutinador e innovador del panorama literario a través de la fundación de revistas, la más decisiva Orígenes (1944-1956), que, fundamentalmente, trató de distanciarse de poéticas anteriores buscando otras metas. Conocido el grupo de ella, surgido con el mismo nombre de la revista –hay una notable presencia e influencia españolas con J. R. Jiménez, María Zambrano y varios miembros de la Generación del 27-, ofreció como resultado una generación espléndida, uno de los grupos de mayor relieve del siglo XX: R. Fernández Retamar, Heberto Padilla, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, Gaston Baquero… En esa casa recibió a estos y otros muchos escritores, que encontraron allí siempre la palabra, el desbroce de caminos y la amistad.

Si esta actitud y actividad hubiese sido suficiente para calibrar la importancia y trascendencia del escritor cubano, en realidad pasó a la historia por firmar la novela Paradiso (1966): podríamos afirmar que toda su obra confluye en esta compleja y simbólica novela, cuyo carácter transgresor se percibió de inmediato. No está de más añadir, como tercera nota, la novela inconclusa y póstuma Oppiario Licario (1977), pensada como derivación de Paradiso.

En el centro de la ciudad

El Capitolio es una referencia inevitable en La Habana. Desde allí, bajando hacia el mar, es de obligado cumplimiento hacerlo por el Paseo del Prado, una de las más hermosas avenidas de La Habana y de toda la América Latina. La tercera calle, a la izquierda, es Trocadero. En el número 162, señalizado con un rótulo, la Casa-Museo “José Lezama Lima”.

Estamos ante una construcción ecléctica de tres plantas, dedicada inicialmente a viviendas. Es del año 1929, el mismo año en que el escritor y su familia, cuya situación económica pasaba por dificultades, llegó a vivir aquí, justamente cuando iniciaba los estudios de Derecho. Y en la planta baja de esta casa, convertida durante años en el centro literario del país, vivió hasta su muerte (1976). Su viuda continuó en ella hasta su fallecimiento, en 1981.

La casa albergó durante un tiempo una parte de la Biblioteca Municipal que llevaba su nombre. El 30 de junio de 1994, después de algunas reformas, se inauguró el Museo que ahora vemos. Dieciséis años después, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la casa de José Lezama Lima es declarada Monumento Nacional. La institución mantiene viva la memoria del escritor y además desarrolla un notable programa cultural a través de conferencias, exposiciones, recitales, visitas, cursos, talleres de creación…

El despacho es el centro neurálgico del Museo. Foto: Alfonso García

Un recorrido por seis salas

El recorrido es corto, como corresponde a una vivienda normal, pero intenso.

A la entrada, a la altura de la calle como queda dicho, el vestíbulo es el primer contacto. En él una serie de detalles nos abre el camino de una recuperación sentimental que le merecerá la pena al viajero interesado: sillones, fotografías     –entre ellas, la presencia de sus padres-, una pequeña y variada biblioteca, el título de Doctor en Derecho Civil (11 de enero de 1939), cuadros… Es importante subrayar este último aspecto, que será un tema recurrente en toda la casa. Lezama fue un gran conocedor de las artes visuales de su tiempo, las estudió y divulgó. En contacto permanente con muchos artistas, acabó convirtiéndose en un magnífico coleccionista de la vanguardia plástica del siglo XX cubano.

La segunda y tercera sala corresponden a habitaciones. En el primer caso, la de su madre, cuyos muebles originales no se pudieron recuperar, aunque cuelgan de la pared varias fotografías familiares y del Grupo Orígenes. En el segundo caso, la habitación del escritor, con los muebles recuperados de cuando era niño y que tenían guardados en un local próximo. Al lado, el baño, tal como quedó a su muerte. No está de más subrayar que estas referencias documentales ilustran, como añadidura, algunos aspectos de modos de vida de la época.

Uno de los muchos retratos que hicieron al escritor a lo largo de su vida. Archivo

Los retratos del escritor

Si en realidad este es, en alguna medida, un pequeño recorrido por el mundo de Lezama Lima, la cuarta sala es el epicentro, el lugar esperado, no exento de todos los supuestos e interrogantes que el viajero pueda hacerse. “Aquí –puede pensar con fundamento- se fraguó una de las obras más sólidas y originales del siglo XX”.

Aquí está, en la cuarta sala, el despacho. Mesa-escritorio, libros de variada condición, muchos cuadros, fotos y grabados. Entre ellos, y con tanto contraste, uno anota, por ejemplo, el de dos nombres tan incardinados en su concepción literaria: Martí y Góngora.

Anoto la máquina de escribir, que, como en el caso de no pocos escritores, era más utilizada por su mujer, responsable de llevar al molde tipográfico sus textos.

Y anoto los numerosos cuadros que reflejan al escritor en diversos momentos de su vida. No sólo la amistad con los artistas plásticos justifica el hecho, sino la conciencia que ellos tenían de encontrarse ante una de las personalidades más notables y definitivas de la creación literaria de la época.

El salón-comedor es la sala siguiente. Aunque los muebles no son originales, sí lo son de la época.

Detrás del vestíbulo, una “saleta” pone fin al recorrido.

Aquí es donde recibía a sus amigos. Tantos y tan variados. Como los libros que contienen dos grandes vitrinas –aquí están todas las ediciones de Paradiso-, originales, con la inevitable presencia de cuadros y no pocos elementos decorativos. El teléfono parece una referencia de las múltiples decisiones, consultas e iniciativas tomadas por este medio.

Dos puertas. Una da al vestíbulo. La segunda, al patio.

He repetido, se ha repetido permanentemente, que La Habana es, entre tantas otras cosas, una ciudad literaria. Éste es otro ejemplo más. Seguro que muchos de los que visitan la capital de Cuba tienen aquí otro motivo para calibrar la dimensión de la mirada poliédrica que exige esta ciudad.

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