“Los intereses priman y más en los grandes medios de comunicación.”
“Lo que llama la atención no es que abunden los subpoetas o poetastros y poetisas de las redes; lo que resulta escandaloso es toda la trama que los respalda.”
Epicuro: Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española (Bartleby Editores, 2020) continúa a Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española, aparecido en 2014 en la misma editorial, con la intención de realizar una cartografía de los libros de poesía publicados durante un determinado periodo.
Juan Carlos Abril: Efectivamente, como bien dices, entre un libro y otro median seis años, y se recogen en total más de un centenar de poemarios. Entre los dos se abarca más de una década. Los poetas mayores, de mediados de los 60, y los menores, de mediados de los 80. En realidad, Panorama para leer nació del anterior, ya que me di cuenta de que, tras la publicación de Lecturas de oro, debía continuar con ese acercamiento a la actualidad, extendiendo el criterio de lector y crítico. Leer, entonces, es seleccionar, pero orientando con la perspectiva estética de la evolución y los cambios que se están produciendo en la poesía española. La normalización de la poesía, que vino con la democracia y que trajo la Poesía de la experiencia a principios de los 80, lleva tocando a su fin más de una década, y es que no hay estética que haya durado tanto en la historia de la poesía española contemporánea… Pero hay una resistencia grande al cambio, no solo estética. Me refiero al discurso, y este es un término ideológico complejo que implica muchas cosas. Lo que supuso a comienzos de los 80 una propuesta progresista, hoy en día, para los epígonos de la Poesía de la experiencia, es una actitud absolutamente conservadora. Y hay razones muy activas que llevan a ello, no estrictamente líricas, sino de poder. Las posibilidades de la voz también influyen, ya que la estética se encuentra hecha, quiero decir ahormada, y se trata solo de continuarla, dar a los lectores lo que demandan, igual que postulaba Lope de Vega. Y luego no podemos olvidar las razones económicas que, aunque en poesía no sean determinantes, también influyen. Pero lo que más determina es, como he dicho, el poder, que siempre se mide con índices relativos.
E: De alguna manera, esta selección crítica está generando una antología, un muestrario de lo que se está escribiendo, actúas como prescriptor entre los miles de poemarios que se publican. ¿Cuánto pesan en ella el criterio del profesor universitario y el del poeta?
JCA: No creo, honestamente, que se diferencien uno de otro: no existe esa escisión personal, porque en el individuo todo se mezcla, y yo no sería poeta si no fuera profesor, y al revés. Aunque mi vocación es de poeta, no creo en las esencias, por reduccionistas, y porque los seres humanos somos altamente complejos… Además, vamos cumpliendo etapas, cerrando y abriendo ciclos, y no somos siempre los mismos, ni monolíticos… En cualquier caso, respecto a lo de prescribir o recomendar libros, creo que cualquier selección es personal, aunque aquí se presente bajo criterios estéticos y de formación, encuadrándose históricamente en su evolución y contexto. Ya veremos qué pasa con todos estos poetas y libros dentro de unas décadas, aunque lo cierto es que necesitamos filtros a menudo para orientarnos en el marasmo inflacionario de publicaciones que se suceden mes a mes. La crítica literaria interesa muy poco. Incluso para los que nos interesa la actualidad, es realmente vertiginoso el panorama de publicaciones…
E: Entre Lecturas de oro y Panorama para leer han cambiado algunas cosas en el mundo de la poesía. Por ejemplo, la crítica cada vez es menos crítica, está más mediatizada por el corporativismo de los holdings empresariales privados. ¿Es una crítica bajo cero la de los principales suplementos literarios de la prensa española?
JCA: Lamentablemente hay mucho de esto. Lo explico en el prólogo a Panorama para leer. Los intereses priman, y más en los grandes medios de comunicación. Pero, aunque lancemos nuestra queja, no podemos darnos por perdidos, hay todavía mucha crítica valiosa en la prensa, y sobre todo hay mucho por hacer. No soy en ese sentido catastrofista, pero tampoco podemos echar las campanas al vuelo.
E: En tu prólogo adviertes también contra la mercantilización y rebajamiento de nivel de la poesía. Aludes directamente a otro fenómeno reciente, el de los que algunos denominan «parapoetas» y tú «subpoetas», los «poetas» surgidos al calor de las redes.
JCA: Sí, sí, esto es un fenómeno muy llamativo y deplorable. Hay muchos intereses en el campo literario. ¿Qué podemos hacer los críticos o los poetas ante esta proliferación de basura? ¿Podemos luchar contra esta lacra? La consigna de la Poesía de la experiencia de que la poesía debe hablar de la cotidianidad, la ha acabado rebajando a la coloquialidad, y por tanto reproduciendo discursos ya manidos, absolutamente inanes y, en última instancia, adolescentes. La poesía de estos subpoetas no aporta nada nuevo, no pellizca. Es como una telenovela, se basan en la estructura melodramática y suelen caer en lo que en retórica se llama hipotiposis, que es un recurso literario a modo de descripción muy vívida de forma patética o muy emotiva del público, en este caso los lectores. Eso son las telenovelas. Describir y escribir siempre del dolor que sienten, ese dolor tan íntimo, profundo y oscuro que sienten, y que nadie podrá igualarles en su pena. De ese modo empatizan con el lector, a través de una suerte de falacia patética, pero la poesía es otra cosa… Lo que más llama la atención no es que abunden este tipo de subpoetas o poetastros y poetisas de las redes, que al fin y al cabo se pliegan al mercado y a lectores no formados que se nutren de ese material para pensar que así se culturizan, sino que lo que resulta realmente escandaloso es toda la trama de agentes o subcríticos que les amparan, premios y editoriales, amén de otras figuras, escritores o poetas que quieren subirse de alguna manera al caballo de la fama —o tempora, o mores— de estos subpoetas mediáticos, ya sea por las redes o por donde sea, con tal de medrar. Todo sea por aferrarse al poder, perpetuarse y seguir controlando el panorama.
E: Podríamos resumirlo, quizás, en que la poesía tiene lectores, no seguidores o followers.
JCA: Así es. La poesía, ya se sabe, no tiene público, tiene lectores. Y no followers, como bien dices. Siempre recomiendo una película impresionante, para hablar de la degradación de la sociedad de consumo, que es The Chase (1966), traducida al español como La jauría humana, de Arthur Penn, con un reparto prodigioso… Una auténtica obra maestra. Ahí se escenifica muy bien en lo que nos hemos convertido.
E: En el estudio que antecede a tus críticas selectas, propones una «tercera vía» entre la poesía como misterio y la poesía como comunicación.
JCA: En efecto; por un lado, entre el naturalismo, el melodrama o esa claridad que ha desposeído a la poesía de todo interés, y que ha estado muy trillada en las últimas décadas; y, por otro lado, entre ese misterio que ni los mismos poetas desvelan, el panfleto semiótico o el cripticismo; digo que pienso que entre ambos polos hay un término medio, una poesía que indaga en la realidad, que es altamente ideológica, pero que al mismo tiempo busca soluciones líricas para nuestro tiempo. La poesía suele ser una rara mezcla entre comunicación y misterio, pero decir esto es algo que, como quisieron los poetas del 50 frente a Aleixandre, parece decir bien poco. Ahí también se ponía en juego conseguir el poder del campo literario… Te voy a poner un ejemplo: en los 90, sin ir más lejos, no podías comentar en ningún sitio que te gustaba Gil de Biedma y decir al mismo tiempo que te gustaba Valente. Pues eso, una poesía que sepa disfrutar de ambos. La poesía no es terapia, ni consuelo, la poesía es descubrimiento, desvelamiento de emociones que no conocíamos. Si la poesía habla de emociones que ya conocemos, de cosas que ya conocemos, de historias que ya conocemos, si nos narra lo ya consabido, como sucede en las telenovelas, entonces esa poesía está destinada al fracaso. La poesía es, ante todo, búsqueda.
E: Un cambio de paradigma que no percibes como ruptura o «matar al padre» sino como una transición.
JCA: Desde luego, tanto las estéticas que han querido partir desde cero, como las epigonales, no han sobrevivido a lo largo de la historia. Una tercera vía debe saber leer la tradición y de igual modo integrarse en la vanguardia, dependiendo de las posibilidades del poeta. En la tradición de la ruptura, como quería Octavio Paz, se halla un poco la tercera vía, pero sin desdeñar ningún recurso o herramienta, ni del realismo ni de ningún estilo. A mí no me interesa la metafísica, ni el trascendentalismo, porque soy materialista, pero muchos poetas exploran ese terreno… Tampoco me interesan los poetas de consignas, ni los que le dan a la manija de la «máquina de trovar» machadiana. Hay muchos de estos… Sea como fuere, es evidente que no todos los poetas tienen las mismas necesidades expresivas y allá cada quién que busque su veta. No se puede imponer un estilo, pero si queremos leer poesía, hay al menos que pedirles rigor a los poetas, y que nos den poesía, no un bodrio melodramático.