
Editorial Seix Barral. Precio: 18 €
Juan Bonilla se ha alzado con el Premio Nacional de Novela con su obra La totalidad sexual del cosmos; novela cuya importancia ya anticipó en Epicuro nuestro colaborador, Antonio Manilla, con el título: “Una metamorfosis (Agosto 2020).
Totalidad sexual del cosmos se centra en el fascinante personaje de Carmen Mondragón, figura de culto del imaginario mexicano.
La nueva mujer escribe, pinta, provoca un cataclismo emocional posando desnuda, vive el vértigo del amor.
Fíjese en la portada de este libro. En ella aparece la que para el mundo fue Carmen Mondragón, pero esa hermosa muchacha que nos mira atristada desde la cubierta de la novela con sus inmensos ojos verdes hace tiempo que ha renunciado a ser Carmen, para ser Nahui Olin: ha dejado de ser musa para convertirse en la primera mujer que se dio de alta en el Sindicato de Artistas de México.
La historia es conocida en el país norteamericano y se han hecho esfuerzos para el rescate de su figura desde hace años: exposiciones de su obra, como Una mujer de los tiempos modernos (1993) o La mirada infinita (2018); ensayos como La mujer del sol de Adriana Malvido (2002, Circe) y películas como La musa olvidada (2017), dirigida por Gerardo Tort. La nueva novela de Juan Bonilla, Totalidad sexual del cosmos, se centra en este personaje fascinante, que acaso va para figura de culto del imaginario vanguardista mexicano, pero ni mucho menos se ciñe a ofrecernos una biografía novelada: nos narra su metamorfosis, la transformación de objeto a sujeto, ese cambio del yo para tratar de alzarse en protagonista de su propia historia.
Con su anterior novela, Prohibido entrar sin pantalones (2013), premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, donde abordó un relato sobre el poeta ruso Vladimir Maiakovski, Juan Bonilla inauguró lo que ahora puede comenzar a intuirse como un proyecto de vidas ejemplares de artistas. Seres al margen de lo convencional, sorprendentes como un aplauso en mitad de un aria, que rompieron moldes y, de alguna manera, dieron una bofetada al gusto del público de su época.
Carmen Mondragón nació en una familia burguesa. Era hija de un general fabricante de armas y «la muchacha más bonita de México». Hermosa, alta y rica, pronto se rebela contra el «hic et nunc» que le ha tocado en suerte: «no voy a aceptar este aquí», leemos, voy «a inventar un nuevo ahora para ser yo de verdad aquí». Ese aquí es el México de los años 20, una sociedad, acaso como todas, efervescente y pacata a la vez, en la que conviven religiosidad y anhelos de apertura artística. La joven que tontea con la prostitución como coquetería y provocación, la que quiere comerse a mordiscos la manzana del mundo, se enamora y matrimonia con un cadete: cuesta imaginar algo más burgués. Pero no durará. La primera parte de la novela nos muestra a Carmen, la hija que sigue al padre al exilio, primero en París y luego en San Sebastián, a la muchacha que va siendo consciente de vivir en un mundo donde la mujer —actualmente es tenida como una protofeminista— nace «para ser esclava y servidora en la realidad en que le toca desenvolverse». Su matrimonio frustrado, con la pérdida de un hijo en raras circunstancias, provocará la mutación.
Si el primer acierto de Totalidad sexual del cosmos está en la elección de un personaje que fascina, la segunda está en la estructura del relato, en cuyas partes asistimos a la muda de piel o regeneración en algo distinto de la protagonista. Si la primera sección está dedicada a Carmen Mondragón, en la segunda aparece Nahui Olin, bautizada así por su primer amante, el Dr. Atl. Significa, en náhuatl, «el último sol» o «movimiento perpetuo». La nueva mujer escribe. Posa. Pinta. Se convierte en musa de los artistas de su tiempo, vive el vértigo del amor, publica su primer libro de versos. Provoca un cataclismo emocional, posando completamente desnuda en la portada de la revista Ovaciones, que logra que se hable de libertad femenina. En un gesto que tiene la importancia de Duchamp o Beauys, firma una exposición fotográfica de la que simplemente ha sido la modelo.
El autor, ya lo hemos dicho, no ha hecho una biografía: Bonilla bucea en las motivaciones de esa metamorfosis, rebusca en sus poemas, mira sus cuadros naives, en la parte de su existencia que ha sido investigada, se pone en su piel de amante apasionada y abandonada. Contemplamos así la formación de un alma siempre nueva, en el fondo modelada por sus sucesivas parejas, en la que se reflejan sus amantes. Con el paso de los años, acaba convertida en «alguien a quien se reconoce desde lejos, alguien a quien los hombres quieren seducir, las mujeres temen, alguien ante quien los biempensantes se echan las manos a la cabeza o desaparecen, los revolucionarios desconfían de ella, los poetas la desprecian y los pintores no la tienen en cuenta». Ha pagado un alto precio por salirse de la rueda de los días, por ser «mundo no sujeto al mundo», como escribiera en uno de sus poemas.
Alguien, el restaurador Tomás Zurián, al que está dedicado el libro, se propone resucitar su memoria tras su fallecimiento. Salvar a Nahui con una vida dedicada a rescatarla. La tercera parte de la novela es el relato de esa historia de amor imposible y real, en que la amada es una y los amantes, dos.