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Houellebecq

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

¿Puede la verdad provocar animadversión?

Michel Houellebecq nos anima a reflexionar sobre el sentido de la vida.

Serotonina. Michel Houellebecq

Hace unos días se produjo, con gran expectación, la final de Gran Hermano –ese reality  endogámico de Tele 5, que mira de soslayo al planeta orweliano-. No suelo verlo, salvo que esté en un momento de cortocircuito mental o demasiado cansado como para meterme en profundidades filosóficas; en  ese instante, sólo cabe elegir entre los gritos del Chiringuito o los de Gran Hermano; ambos, todo hay que decirlo, tienen una filosofía propia: el espectáculo televisivo –y todo es espectáculo- se basa en el griterío y el intercambio de insultos e intenciones subrepticias, que engañan pero entretienen al espectador. Es un elemento sustancial del nuevo viejo periodismo; el que campa a sus anchas por la red y donde el espectador puede participar con su voto entrando al engaño.  Por otra parte, es muy difícil abstraerse de Gran Hermano, salvo que no enciendas el televisor, ni el ordenador y condenes a Firefox a cárcel sin fianza; está en todos los sitios y a todas horas. Imposible evitar el gran ojo que todo lo ve y que se multiplica para que todos lo veamos y percibamos la grandeza de su poder mediático.

Me enteré del resultado al día siguiente. Había ganado la mujer frente al hijo de una famosa cantante. No me sorprendió. Tampoco que esa mujer fuera la más castigada durante el concurso, denostada por sus compañeros, vituperada y, en algunos momentos, perseguida por una pantomima de seducción o los celos de su ex. El espectador, sobre todo las espectadoras, está muy sensibilizado con esas cosas.

Tenía, a la sazón, sobre la mesa el último libro de Michel Houellebecq, Serotonina, esperando su lectura para este artículo. Inmediatamente, se me ocurrió una extraña relación entre aquella final y la trayectoria exitosa del escritor francés. A éste le han atacado hasta la saciedad, quizá porque la verdad, además de ampollas, provoca animadversión. Sin embargo, y ahí la paradoja, es esa misma animadversión la que lo ha aupado a lo más alto del ranquin literario.

Sería simplista decir que la polémica es lo que le ha reportado el éxito; porque en la obra, creciente, de Houellebecq puede haber polémica, provocación, pero, sobre todo, hay una especial manera de ver el mundo y de narrarlo hasta sus últimas consecuencias.

La verdad duele y más si está intensificada por mor de la literatura mezclada con rasgos muy definidos de la ficción que la integra. El arte no lo es porque sea provocador. Un buen  escritor tampoco, aunque a veces nos guste una pizca de provocación. La sociedad en la que vivimos se lo merece y el mundo necesita que alguien diga que se está volviendo impracticable.

Houellebecq vive en la realidad, la conoce, la siente y la sufre, como cualquiera de nosotros, pero con la ventaja de una escritura cada vez más depurada. Y gusta de decir la verdad, su verdad, que, a la postre, es la verdad de muchos, estén a un lado o a otro de la polémica. Es un escritor duro que no se para en barras de convenciones, creencias o prejuicios. Escribe lo que cree a partir de su experiencia y de su conocimiento del mundo que condiciona nuestra existencia. Una existencia cuyos únicos lenitivos son la escritura y el suicidio, ya que el amor y las relaciones de pareja casi siempre producen dolor. Es un escritor valiente que se enfrenta a todos los asuntos que son fundamentales en este momento en que la humanidad entra sin escudo en la nueva era de internet.

Serotonina es un compendio de esos asuntos –la familia, el amor, la mujer, el feminismo, la homosexualidad, las reivindicaciones campesinas, los gobiernos, la pornografía, la prostitución, la eutanasia, el suicidio, etc.- y los afronta desde su punto de vista, bastante clarificador por otra parte, cimentado en una escritura rotunda, sin resquicios y con poderoso contenido emocional. No creo que eso sea provocación, sino libertad e independencia; aunque lo que escribe, a veces, avive la polémica. Además, es un autor que deja en el lector la necesidad de volver a leerlo, con lo cual el trabajo interno de proyección de esa libertad es contagioso.

Houellebecq es un escritor epicúreo: “la felicidad no te viene dada; hay que buscarla, perseguirla y, por encima de todo, tener capacidad para ser feliz”. Un epicúreo cuyo protagonista está enganchado a los ansiolíticos, porque “No hay que dejar que el sufrimiento aumente más allá de cierto grado, de lo contrario haces cualquier disparate, te tragas un desatascador y tur órganos internos, compuestos de las mismas sustancias que atascan habitualmente los fregaderos, se descomponen entre dolores atroces; o te tiras a la vía del metro y acabas con dos piernas menos y los cojones hechos picadillo, pero todavía vivo”. Aunque para ello haya que renunciar al placer (los ansiolíticos reducen drásticamente la potencia sexual; también los desengaños. Otra vez la antinomia: dolor & placer. Tantas veces el camino hacia la felicidad se ve entorpecido por los remedios que utilizamos para alejar el dolor. Al fin, como última posibilidad, está el suicidio o «esa esperanza que va más allá de la esperanza”.

Un buen libro que da que pensar.

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