El menosprecio que sufrió Galdós se ha debido a la incuria y la miseria lectora que nos rodea.
El panorama de su narrativa breve, aunque irregular, es lo suficiente sugestivo como para recordarlo.
El centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós es una ocasión excelente para recordar al autor que, siendo sin duda uno de los más grandes, tanto de la narrativa europea como de la española, se ha visto menospreciado en nuestro país desde que recibió en 1924, en Luces de Bohemia –por cierto, cuatro años después de su fallecimiento…- un infame apodo vejatorio. Gran parte de ese menosprecio se ha debido a la incuria y a la miseria lectora que nos rodea, incluso dentro del gremio letraherido. Porque nadie que lea sin prejuicios Fortunata y Jacinta -por citar solamente una de sus obras entre las 31 novelas y 46 episodios nacionales que publicó, o de las 33 obras de teatro que estrenó- puede negar su excepcional calidad, reconocida además por muchos ilustres estudiosos y creadores.
Hay un aspecto de la obra de Galdós, acaso por lo poco extenso si lo comparamos con otros, que es el de su narrativa breve, donde en ciertas perspectivas es posible confirmar rasgos patentes en la novela, pero donde también se encuentran facetas exclusivas de su trabajo con el género corto. Por lo que he podido comprobar, los expertos recogen en Galdós, como escritor de cuentos, alrededor de 30 piezas. Hay quien incluye en este campo galdosiano La sombra –novela breve- como otros incluyen artículos –Ciudades viejas: El Toboso-… En cualquier caso, el panorama de su narrativa breve, aunque irregular, es lo suficiente sugestivo como para recordarlo.
He dicho irregular porque la mayoría de los cuentos de Galdós se publicaron en la prensa, y se da el caso de que varios prometían una continuación que nunca se produjo. Es lo que pasó con su primer cuento, Un viaje redondo por el bachiller Sansón Carrasco, del que solo aparecieron publicados dos breves capítulos en 1861, cuando el autor tenía 18 años. Pero es interesante el tema que plantea, el secuestro de Sansón Carrasco por Satanás para que el bachiller le consiga farándula para la boda de un cuñado del diablo, y una visita a la ahumada y azufrosa vivienda del secuestrador, donde conoceremos el “libro de registro” del Infierno, en el que están anotados miles de procuradores, escribanos, pervertidores de la juventud o mujeres perdidas… Escrito con tono y maneras del Siglo de Oro, esta pieza inconclusa es una muestra del interés de Galdós por El Quijote, que quedará claro en la voz que irá madurando en sus novelas y en los homenajes como La desheredada o Nazarín. Otro curioso cuento inacabado es ¿Dónde está mi cabeza? –en todas las referencias que he encontrado se dice al final: “la continuación en el número de Navidad del año que viene”-, que pertenece al género fantástico pero que tiene el problema sustantivo de que el hombre sin cabeza oye, ve y habla, lo que a un lector como yo no le convence… Tampoco tiene final el “cuento navideño” Rompecabezas (1897) en el que se relata huida a Egipto de la Sagrada Familia con una deriva por lo menos esperpéntica…
Creo que uno de los aspectos más curiosos de la narrativa breve de Galdós es su intento de integrarla en el periodismo con una mezcla de crítica y noticia. Por ejemplo, Una industria que vive de la muerte (La Nación,1865) en que la epidemia de cólera que sufrió Madrid aquel año le sirve para narrar la historia de un constructor de ataúdes y determinados momentos de su vida que acaban entrando en lo fantástico. Y en Manicomio político y social -Soliloquios de algunos dementes encerrados en él– (La Nación, 1868) donde se presentan cuatro jaulas sucesivas, en cada una de las cuales están encerrados un Neo –los miembros del partido neo-católico que creó Cándido Nocedal, camino de carlismo- empeñado en prenderlo fuego a todo; un “filósofo materialista” que intenta destilar “la materia del alma”; el don Juan “más célebre del mundo” del que conocemos los dos estrepitosos fracasos anteriores al encierro; y un espiritista alucinado por sus experiencias. Y en Un artículo de fondo (Revista de España, 1871) asistimos a la urgencia con que un periodista está materializando tal artículo, lo que podemos comprobar en sucesivos párrafos, y de qué manera sus pensamientos y lo que está sucediendo a su alrededor van determinando la deriva ideológica de su escritura.
Como se puede advertir, el humor sarcástico está muy presente.
Pero acaso lo más interesante de la narrativa breve de Galdós está, a mi juicio, en su impregnación de lo metaliterario, de lo alegórico, de lo maravilloso e incluso de lo fantástico, tan poco usuales en su narrativa larga. Un excelente ejemplo de lo metaliterario es sin duda La novela en el tranvía, (La Ilustración de Madrid, 1871) donde, a lo largo de 18 breves capítulos, el narrador hace un recorrido en un tranvía madrileño en el que un amigo le cuenta una historia que luego se irá enredando con originalidad y maestría en algo que narra el periódico y en sucesivos comentarios de viajeros, hasta construir un multifacético, divertido y misterioso relato. Y otro ejemplo puede ser Un tribunal literario (1871 y 1872), en el que cuatro ilustres personalidades del mundo de la escritura, tres hombres y una mujer, han accedido a asistir a la lectura del texto creativo de un joven autor, y cómo las diferentes y contrapuestas miradas –dos románticas, una descarnada y soezmente realista, otra arcaizante- de ese jurado, que acabará a bofetadas, conseguirán un texto hecho de “remiendos y pegotes”.
De lo alegórico sería un ejemplo La conjuración de las palabras, (La Nación 1868/ versión definitiva 1889) en el que del enorme edificio “Diccionario de la Lengua Castellana” salen bien armados los artículos, sustantivos, pronombres, adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones… para luchar contra los escritores que están destrozando nuestra lengua con su entrega al francés…. En cuanto a lo maravilloso, estaría muy bien representado por Celín, una historia que al parecer es homenaje simbólico al mes de noviembre, y en el que la invención espectacular es una ciudad, Turris, donde ni las calles ni el río ofrecen nunca la misma forma… Esa sugestiva movilidad arquitectónica y telúrica le da al cuento una atmósfera especial, mientras Diana, la protagonista, inconsolable por la pérdida de su amado, busca la forma de suicidarse acompañada de una misterioso niño…
A veces, los cuentos se inscriben en el género navideño, como La mula y el buey, historia maravillosa de una niña que ha fallecido sin ver completarse su belén. Más del gusto de Galdós por lo fantástico y su destreza para manejarlo, el mejor ejemplo sería La princesa y el granuja, aparente historia infantil de la que solo se puede disfrutar con mayor edad, en la que Pacorrito Migajas, humilde y harapiento niño de siete años que vive descalzo en ese mundo madrileño tan bien conocido por el autor -de vender periódicos, fósforos y algún billete de lotería-, se convierte en el salvador de un juguete que resulta ser una importante princesa en el mundo muñequil…
En fin, que en el género breve –y sin citar obras maestras como Marianela o Torquemada en la hoguera-, Galdós demostró así mismo su bien probada genialidad literaria.