“Si miras la vida de cerca, no tiene ningún sentido. ¡Aléjate y disfrútala!” (Albert Espinosa).
Este ha sido uno de mis regalos de estas navidades, el nuevo libro de Albert Espinosa. Todavía no me ha dado tiempo a leerlo y ya he podido sentirme identificada con muchas de sus frases. Suele pasarme muy a menudo, conforme voy leyendo cada palabra voy asombrándome más de lo que es capaz de transmitir una persona cuando escribe desde el corazón hasta ese punto de pensar que el libro lo han escrito por y para mí, y eso es lo que voy a hacer yo hoy.
Os voy a hablar un poco de la historia de Grecia, esa chica que hizo que se me erizará la piel con su historia, reí, lloré, me enamoré e incluso llegué a creer en la magia. No hablo de Harry Potter que más me gustaría, sobre todo cuando tengo que madrugar y darme mucha prisa para desayunar, vestirme, peinarme, maquillarme e irme a trabajar. Que fácil sería todo con una varita y unas palabras rollo… ¡Diva se nace, no se hace! Pues sí, sería estupendo, pero la magia que ella transmite es de esas que cuesta un poco más ver, pero menos sentir. Grecia tenía una vida muy completa, pareja desde hacía diez años, trabajo, salud, familia y amigos que la querían mucho. Con solo 26 años había conseguido casi todo lo que le hacía feliz −tengo que recalcar que los viajes son otra de sus grandes pasiones−; por suerte, había descubierto bastantes países, pero eran más los que le faltaban por ver. No tenía prisa, nunca la ha tenido, le gusta vivir despacio y saboreando cada pequeño instante como si fuera el último; podríamos decir que es toda una soñadora, pero claro, esto es la vida real y siempre suceden cosas que uno no se espera.
Su relación se enfrió tanto que un día algo le hizo entender que ya no estaba en el lugar que le pertenecía; que el querer no lo es todo y que la vida tiene que estar llena de personas y momentos que nos hagan sentir. Fue un golpe duro, algo que le costó asimilar y por supuesto superar. Aunque sea muy joven siempre ha tenido clara una cosa, el amor a la antigua, de los que cuidan, protegen, apoyan, quieren, idolatran y se desviven por la otra persona. A pesar de todo esto, ella siempre fue muy creyente del destino y las casualidades, nunca buscó y un día apareció.
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Jon, un chico lleno de inseguridades y miedos, pero a su vez, y aunque él no fuera consciente, lleno de magia, tanta como la que desprendía Grecia cada vez que respiraba. Ella empezó contándome lo perdida que estaba en el momento que lo conoció, no entendía nada de lo que se le movía por dentro, una chica tan libre, tan soñadora, sin límites y con muchas ganas de comerse el mundo ¿Qué tenía ese chico que hacía que ella quisiera compartirlo todo con él?
La verdad es que me emocionó mucho cuando la miré a la cara y le vi esos ojos, brillaban más que cualquier vestido de fin de año, muy inocente me dijo que no estaba enamorada, que ya no creía en esas cosas, pero yo que siempre intento mirar más allá de las palabras puedo deciros que ese Jon era muy afortunado al tener a una mujer así tan loquita por él. Grecia aún no era consciente de lo que era realmente el amor sano, pero lo estaba viviendo, y lo sé porque cuando me hablaba de él y de lo que le gustaba siempre se refería a sentimientos, era un morenazo de esos que duelen mirarlos, pero no quiso entretenerse en su físico. Desde un primer momento me contó que ese chico la hacía sentir viva, con ganas de todo, de aprender, fallar y rectificar, pero de su mano. Sentía la necesidad de contárselo todo, de ayudarlo cuando él lo necesitaba y de querer reír mucho y muy fuerte cuando estaban juntos. Quería cuidarlo como ella creía que se merecía. Pero la pobre aún seguía diciéndome que no estaba enamorada, que ella era así, siempre muy protectora, siempre desviviéndose por los suyos. No se daba cuenta de que todo eso le hacía ser especial, pero no hablo de él sino de ella.
Pobre Grecia; digo pobre porque, cuando tienes tanto amor para dar, corres el riesgo de que esa persona no quiera recibirlo. No puedo contaros si Jon la miraba como se merecía, no por ahora; tampoco si Grecia estaba acertando dejándose llevar por su corazón, aunque ella esté segura de que si, de que el que hace lo que siente siempre gana, aunque pierda, no tendréis que esperar mucho para conocer más profundamente esta historia tan real como lo es la vida.
Puedo adelantaros que tiene tantas ganas como yo de que sepáis más, pero hasta entonces me ha pedido que os diga que viváis mucho, muy fuerte y bien. Que la vida es solo un ratito y que nunca podemos quedarnos con ganas de nada, porque el destino no está escrito y los sueños nunca serán demasiado grandes. ¡Feliz semana!