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Herederos de Epicuro: el poder del mal

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Sorprende aún observar cómo ante una tragedia (secuestro, desaparición, accidente, etc…) la gente que hay alrededor de la misma, incluso gente que procede de lugares lejanos y extraños, aunque no le toque de cerca, se vuelca para que el problema se resuelva de la mejor forma posible. Tenemos un ejemplo en tiempo real: el intento de rescatar del agujero en que cayó al niño, Julen Rosello, en Tatalán (Málaga). Innumerables medios técnicos procedentes de las empresas de todo el mundo, material, ingenieros, técnicos y los mineros de Hunosa, que van a hacer, precisamente, lo que saben hacer: profundizar en la tierra. Aún no se sabe cómo finalizará la búsqueda, pero la expectativa de todos es digna de consideración y su generosidad al ofrecer su ayuda, sin contrapartida, es loable. Se podría decir, a la vista de éste y otros casos, que el ser humano fue creado para hacer el bien.

Sin embargo, mientras las muestras de solidaridad se suceden y el temor aumenta a medida que pasan los días, en otros puntos de nuestro planeta globalizado, hombres y mujeres siguen muriendo en guerras desproporcionadas, genocidios, dictaduras y revanchas históricas. O, sin ir más lejos, la violencia que desde hace algunos años se ha desmandado contra las mujeres y que ha cobrado especial virulencia en los últimos. ¿Significa esto que el ser humano fue creado para hacer el mal?

Cuando los  casos se suceden de forma tan seguida y alarmante, se tiende a englobar a los mismos bajo un epígrafe o varios epígrafes, simplificando la significación del caso individual, que resiste en los medios mientras duran el espectáculo y la indignación. Así surgen términos como: Violencia machista o violencia de género.

No es descartable que con estas premisas estemos creando un nuevo arquetipo social y literario. Incluso desde foros feministas se está intentando que los juristas acuñen el término de un nuevo delito: feminicidio. (Aprovecho el artículo de Cristina Monje en el País del día 17 de enero de 2019).

Sin desmerecer ningún avance que permita a corto o medio plazo acabar con el problema e invocando a jueces y fuerzas de seguridad a que multipliquen su esfuerzo en la defensa de las víctimas y el castigo a los culpables a los que su mala conciencia no ha abocado al suicidio, creo que elevar la violencia contra las mujeres a Categoría es arriesgado, pues refuerza la confrontación entre sexos; algo que no ayuda a la convivencia ni al reclamo feminista de la igualdad. No todos los hombres son machistas; incluso me atrevería a decir que muchos que, sin querer, tienen comportamientos machistas, nunca matarían a nadie y, menos, a una mujer. Demonizarlos, lo único que consigue es retrasar el auténtico objetivo de las manifestaciones y reivindicaciones, lícitas y comprensibles de todo punto, de las mujeres.

Desde esta perspectiva,  no tenía más remedio que deducir que había algo más en el germen de dicha violencia que un presunto odio a la mujer. Ni siquiera en  el Holocausto el germen de la violencia se sustentaba sólo en el odio al judío, sino que era el instrumento de un perfecto plan de exterminio de una raza predominante.

De modo que me puse a indagar en la historia y, dentro de ella, a los pensadores que reflexionaron y fijaron los males de la sociedad desde los albores del mundo. Por casualidad cayó en mis manos un libro (La maldad, Enrique Bonete ed. Cátedra) que me facilitó el trabajo. En él aparecen la mayoría de los filósofos que a lo largo del tiempo, indiscutiblemente desfavorable para la mujer, han reflexionado sobre el asunto de La maldad, como promotora de muchos acontecimientos negativos para la vida y la cultura de los seres humanos.

Desde Platón, los pensadores  se han debatido por la idea de Dios y la maldad del ser humano como resultado de la libertad que el propio Dios les ha otorgado. La pregunta que se hacen es: si Dios es omnipotente, por qué permite que, a resultas de la maldad del hombre, sucedan cosas atroces, horrorosas. La respuesta es diversa e inconclusa muchas veces. Lo que es indudable es la capacidad del ser humano para ejercitar esa maldad. Algunos piensan que sin esa dosis de maldad la vida sería muy aburrida. Gracias a nuestra libertad, somos capaces de hacer el bien y el mal. Otra cosa es la causa que en un momento determinado nos lleva a ejercer la maldad, bien para conseguir algo (ejemplos, el poder, la riqueza…), bien para conquistar territorios, saquear haciendas, asesinar, torturar y producir dolor en los contrarios, aleatorios o conocidos. No hay maldad que no busque una rentabilidad o un placer. La historia ha sido campo de barbecho para la maldad y ésta ha sido con frecuencia motor de la historia. ¿Quiere decir esto que somos malos por naturaleza y que ésta, produciendo catástrofes y muertes, también es mala? Sólo en momentos puntuales, prefiero pensar después de tan elocuentes lecturas.

Para ser breve, me fijaré en los motivos que da Schopenhauer para que la maldad impere: el egoísmo y el sadismo. El lema de la maldad es “todo para mí y nada para los demás”, seguido de “daña a tantos cuantos puedas”. No pierde de vista la cortesía, que en muchos momentos evita males mayores, pero afirma: “El egoísmo es, por su naturaleza, ilimitado: el hombre quiere mantener incondicionalmente su existencia, la quiere incondicionalmente libre del dolor, al que también pertenece toda carencia y privación, quiere la mayor suma posible de bienestar y quiere todos los placeres de que es capaz; e incluso pretende, en lo posible, desarrollar en sí mismo nuevas capacidades para el placer.” Todo lo contrario a eso provoca la indignación y la indignación y  la ira y, como resultas de la maldad, al sadismo, para el filósofo, demoniaco.

Creo que las palabras de Schopenhauer nos iluminan sobre la razón equívoca de la violencia contra las mujeres: egoísmo, ira y sadismo, derivados de la maldad intrínseca en los seres humanos, cualquiera que sea su género y su posición en la vida.

No quiero ser concluyente en este sentido, pero creo que el hecho de que se haya puesto el foco en la mujer es bueno para llegar a un estado de igualdad en el que nadie tenga que arrostrar una mala conciencia que esconda sus verdaderas intenciones. También para denunciar los malos tratos y la violencia, cualquier género de violencia, y que la maldad se oculte o encuentre un rápido y contundente castigo.

La conquista de la igualdad es asunto de todos y, si le ponemos cortapisas y decidimos de antemano quiénes son las víctimas y los verdugos, no se llegará al entendimiento necesario.

Epicuro fue un hombre justo y malinterpretado, consideraba a la mujer y no aceptaba el placer, que preconizaba, si era causa del dolor de otros.

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