
Editorial Espasa. Precio: 21,90 euros
Carmen Posadas llegó a España, procedente de Uruguay (había nacido en Montevideo en 1953) y de otros países, en los que vivió por mor del trabajo diplomático de su padre, en 1965. Aún quedaban 10 años para que la muerte del dictador abriera un campo de posibilidades políticas y sociales y, cómo no, culturales. Tiempos duros para la mirada de una adolescente, acostumbrada a otros estímulos (por suerte, seguía viajando y conociendo lenguas y mundos), que, tras una transición, complicada pero pacífica, a pesar de ETA y otras organizaciones terroristas, que se negaban a abandonar los réditos de la violencia, desembocaron en un ansia ilimitada de libertad y algarabía: la Movida.
Los que, como yo, hemos tenido la oportunidad de seguir la progresión literaria de Carmen Posadas, nos congratulamos con que “La maestra de títeres” haya salido a la luz, pues con ella alcanza la madurez necesaria para escapar a cualquier encasillamiento.
La autora uruguaya, afincada en España, ha tenido que luchar contra su imagen pública, al principio, demasiado aireada por las revistas llamadas “del corazón”, como si su reflejo en las revistas tuviera una relación directa con su talento de escritora y la frivolidad que se desprende de dichos medios hubiera superado a veces sus perspectivas personales. Eran otros tiempos y el mundo del corazón aún era tratado con cierto respeto y mucho colorín, lejos aún de convertirse en ese mundo endogámico y febril que ha de llenar cada día y cada vez más espacios de televisión y nubes de internet. No obstante, marcaban con una señal difícil de quitar, pues el encasillamiento en un papel que casa mal con la propia identidad y con el recuento de los deseos que atesoramos. Los medios, sobre todos aquellos que llevan el marchamo de la frivolidad y la identidad hipotecada, hacen de la persona un personaje que sustituye a la anterior.
Posadas reivindico esa identidad, la suya y, como consecuencia, la de otras muchas personas, sin discriminación de sexo, a través de la literatura y, a fe mía, lo ha conseguido. Esta novela es la prueba fehaciente de que el corsé que la constreñía ha aflojado ya todos sus nudos y que, aunque siga apareciendo en los medios y las circunstancias en muchos momentos hayan obrado en su contra, su postura es la de distanciamiento, el asentamiento definitivo de su personal y la confirmación de su verdadera identidad. Los personajes, inventados, aunque tengan mucho de realidad, pues la ficción no tendría razón de ser si no pisa el suelo que nos corresponde a todos, toman el relevo en esa naturaleza enquistada de papel cuché e imágenes adulteradas.
“La maestra de títeres” es una especie de catarsis que busca la serenidad de conciencia, la tranquilidad de haber llegado a una edad determinada (65 años) con la identidad recobrada; una identidad que cada vez se expresa más en sus escritos y que prevé una producción literaria destacada, una vez el personaje creado por fuerzas externas se extravía entre los objetivos prioritarios. En ella, los personajes son reos de la popularidad, del personaje que ha creado la prensa, de la imagen que se resiste a envejecer o a desaparecer, pues eso conllevaría la ausencia total de referencias vitales y de rentabilidad social y económica. No hay escrúpulos que valgan en la búsqueda de la fama regalada y financiada; hasta el punto de que el engaño y la traición pueden llegar al intento de asesinato, asesinato al fin.
Carmen Posadas no escribe, únicamente, para mujeres; por más que en muchos casos la protagonista sea una mujer o, como en este caso, varias mujeres, toda una saga de mujeres que se enfrentan a la descomposición de su cara más frívola y rentable con malas artes, haciendo de la seducción y la belleza casi un arma de destrucción masiva. En un momento se dice: ”El presente es la sangre y el semen del pasado”; lo que refleja la significación de la memoria y su capacidad para defraudar a las ilusiones, por banales que éstas sean.
Carmen Posadas no hace autobiografía; pero, como cualquier escritor maduro, cuyo estilo está engarzado con su identidad, está en la novela, vive y redacta la novela cuando las brumas del pasado, el suyo, se abren a una nueva luz.
La Historia, y el siglo pasado ya es historia, es, como ya se ha dicho aquí, campo abonado para la invención, campo conocido en muchos casos, campo susceptible de conocerse, sobre todo si la autora mezcla con solvencia situaciones y personajes reales con invenciones que no acaparan la atención y, a lo que ocurrió, le suma su mirada retrospectiva y, hasta cierto punto, inaugural.