
Ed. Planeta. Precio: 19,90 euros
Sin menospreciar, vengan de donde vengan y, sobre todo, si proceden de investigaciones científicas, los consejos para una vida sana, pienso que conviene hacer algunas reflexiones al respecto; lo que no quiere decir que esté en contra de dichos consejos y de que estos hayan aportado muchos beneficios a innumerables personas. La Ciencia ha evolucionado tanto que es difícil contradecir la mayoría de sus presupuestos, en tanto que dependemos mucho más que nunca de su auxilio; hasta el punto de que ya forma parte de nuestra cultura cotidiana.
Lo único cierto de la vida, lo único que no admite debates ni contradicciones, es la muerte y, en muchos casos, como experiencia previa, la enfermedad. El lado oscuro es, precisamente, el diagnóstico de la enfermedad, ese es el momento crítico que, aunque sea de una simple gripe, o no tan simple si contemplamos las estadísticas, que nos acerca a la única vedad irrebatible, la muerte. Sin embargo, acudimos cada vez con mayor frecuencia a que el especialista de turno nos recite un diagnóstico, muchas veces poco comprensible dados nuestra precariedad de entendimiento y el miedo que nos atenaza. Lo que subyace cada vez que acudimos al médico, por más que sólo sea en una consulta rutinaria, es, por supuesto el miedo a la muerte, un miedo atávico contra el que no han podido ni karmas ni filosofías y que han provocado infinidad de religiones cuya influencia muchas veces ha provocado el exterminio de un sinnúmero de personas que también tenían miedo a la muerte, pero sobre todo el pavor al dolor.
Lo peor de la enfermedad es el dolor, el sufrimiento propio y allegado que sobreviene al dictado del diagnóstico, la incertidumbre que nos perseguirá hasta el momento culminante, que, por lo mismo, ha acuñado la expresión del “eterno descanso”. O el descanso sin más, por fin descansa el finado todavía de cuerpo presente, no nos vamos a meter en otras honduras.
En un mundo en que la persecución del bienestar y la felicidad es, más que un reto, una obligación, el dolor es un signo de anulación del individuo y la enfermedad una lacra con la que, muchas veces, tendrá que convivir toda la vida. Vivir con dolor es vivir de una manera pesarosa y atormentada. Creo que todos estamos de acuerdo en que lo peor de estar vivos es la experiencia del dolor y, aquí, me atrevo a incluir el dolor del alma y el dolor del espíritu. Pero en ese mundo orientado al bienestar, a la consecución de la felicidad y, como consecuencia, al placer, que las religiones pasan por alto promulgando anatemas, hay tentaciones, placeres mínimos que, en su justa medida, avalan la libertad de los que caen en ellos.
Cada cual es un mundo, con una genética determinada, con unos deseos particulares, con unas aspiraciones que corresponden al círculo de su intimidad; salvo que estos deseos afecten a la libertad de los demás. Las teorías no son válidas en cuanto entran en el círculo de intimidad del vecino, el amigo o la pareja. Se pueden rechazar las tentaciones, incluso las que atentan contra la salud, incluso las que nos abocan a los vicios que denostan los libres de tentaciones, ¿vamos a ser más felices? ¿Vamos a durar más? ¿Qué significa durar más? ¿A dónde vamos a llegar, si el paraíso está detrás de la muerte y a la muerte se puede llegar de muy distintas formas, ninguna ilícita, salvo el asesinato?
Bien podría parecer esto un alegato del placer por encima de sus consecuencias. El propio Epicuro decía que la felicidad estaba en el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. La exageración, el descomedimiento de la libertad personal, pueden producir estragos. Pero es esa libertad la que ha de poner los límites; pues las imposiciones y prohibiciones nunca han de ser las catalizadoras del proceder y, nos consta, que lo que un día fue malo, en un futuro muy presente puede ser beneficioso.
No quiere decir esto que esté en contra de los libros que prescriben lo que hay que hacer o no hay que hacer para llevar una vida sana, que es el tema que nos ocupa. Al contrario, los consejos para llevarla a cabo del doctor Martínez González son, a todas luces, son merecedores de ser tenidos en cuenta. Además, como el propio doctor sabe, los consejos son adquieren la categoría de preceptos, argumento del que huye en todo momento. Además, no le duelen prendas en señalar a las farmacéuticas y al negocio de negocio de la medicina, mediante los laboratorios y los intereses subrepticios, como los responsables de la falta de claridad que hay sobre la salud en la actualidad; en algunos casos con resultados más crueles que los de la propia enfermedad. El negocio es el negocio. La vida, un valor cada vez más depauperado.