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EMILIO GANCEDO “Hay que valorar la riqueza y diversidad de España”

Antonio Manilla

Antonio Manilla

En el origen, La Brigada 22, no era un libro sobre la despoblación del medio rural.

La novela abunda en humor, pero también puede resultar cruel y tragicómica.

¿Por qué hablamos tanto de la guerra civil?

Primera novela, La Brigada 22 (Editorial Pepitas de Calabaza), después de un libro como Palabras mayores que, además de reflejar la sabiduría de las generaciones anteriores, para mí, ponía en el escaparate una colección de intereses que estaban en las afueras de la actualidad, en los márgenes.

Sí, pero Palabras mayores surge en realidad de una preocupación absolutamente personal por las diferentes culturas que conviven en nuestro país. Por mostrarlas de un modo ameno, humano y literario, en un afán quizá ingenuo por ayudar a valorar la riqueza y diversidad de España en vez de que eso se vea como motivo de disputa, lo cual por desgracia parece ser la norma. En origen no era un libro sobre la despoblación, aunque al hablar del medio rural, que es donde se encuentran sus mejores exponentes, lógicamente aparece el vaciamiento, pero ya te digo que no era el objetivo prioritario en modo alguno. Sí lo era, también, hablar del descomunal y valiosísimo —a muchos niveles— caudal de conoci­mientos, actitudes, creencias y modos de vida que se pierden sin remedio y, como apuntas, poner el foco en esas gentes que parecen orilladas, aparcadas, olvidadas de todos, cuando fueron quienes levantaron el país tal y como hoy lo conocemos. Y algo de esto último hay en La Brigada 22.

Aunque en La Brigada 22 la guerra civil española está de fondo, transcurre en otro periodo mítico de la historia de España, los añorados 80, pero no en los de la Movida sino en los del inicio de la España vacía. Y me parece que hay una clara intención de hablar sobre el futuro.

Si te soy sincero, todo cuanto sucede en esta novela, y también dónde se ubica y qué personajes la accionan, supone un auténtico misterio para mí. Diría que soy la persona menos indicada para hablar de ella, y esto no es pose ni fingimiento. Yo solo quería hacer una novela parecida a aquellas que tanto me fascinaron y me fascinan, novelas de tiempos pasados, muy del siglo XX quizá, esas novelas pobladas por personajes llenos de vida, ‘carnosos’ podríamos llamarlos, de ambientes muy sugestivos; novelas con varios niveles de lectura y que, bajo una apariencia de amenidad, bajo una historia seductora, ocultaban otras muchas cosas. Una vez dicho esto, pues sí, los 80 fueron sin duda una época increíble en la historia española, irrepetible, con indiscutibles luces y no pocas sombras, y a propósito de esa época se ha hablado mucho de la libertad, de los pactos políticos, del consenso, de las personas que han dado nombre a ciertas calles de nuestras ciudades… pero ¿y del resto?

Es una historia de personas que se han quedado al margen de la historia, desplazadas, apartadas de la corriente del vivir de su tiempo. Supervivientes. Volvemos a hablar de márgenes…

Claro. Es que la historia la hacen, la hacemos, todos, también los que están en las cunetas, los olvidados y los desheredados. Las personas que jamás creerían poder hacer nada heroico pueden hacerlo, a su modo, cualquier día al levantarse por la mañana. A mí, personalmente, el héroe ideal no me interesa demasiado, es aburrido en su perfección, superficial, vacío, inhumano; ese es el verdadero anodino. Sin embargo, el que está confuso, el que se siente solo, el que está lleno de dudas y complejos, el que es como nosotros, como todos nosotros, ese es el interesante, de ese podemos aprender algo buceando en sus palabras y actos. La Brigada 22 abunda en ese tipo de personajes: seres que, como el país, no saben bien qué camino tomar, están paralizados, perplejos, tanto porque todo les supera, caso de Paquito Munera y Aníbal Tosantos, como porque solo saben dar vueltas en torno a una rueda, como los miembros de una partida de maquis fieles a unas consignas hace tiempo ya superadas.

La literatura sobre el maquis ya cuenta con unos amplios antecedentes. Dinos en qué fuentes has bebido para tu narración.

El libro, como te decía antes, en cuanto a su forma nace de la devoción por un cierto tipo de novela y, en cuanto a su contenido, se inspira por un lado en una película cómica y banal de hace dos décadas en la que aparecían unos brigadistas octogenarios y por otro en un capítulo de ese libro formidable, gigantesco, esa biblia de la memoria histórica que es Los topos, de Jesús Torbado y Manu Leguineche. En él contaban el caso de Pablo Pérez Hidalgo, alias ‘Manolo el Rubio’, a quien detuvieron en la sierra de Málaga en 1976, con Franco ya fallecido. Una vez prendida esa mecha, todo lo demás es imaginación, fábula… y un tipo de labor enigmática (a la que, a falta de otro nombre, llamaremos cultivo de la ficción) que me hizo trabar capítulos y dotar al conjunto de cierto tono, estilo y unidad.

 A esos dos protagonistas que has citado antes, Paquito Munera y Aníbal Tosantos, tan distintos, les unirá la Brigada 22.

Imaginé un oficinista gris y mediocre eclipsado por una madre postrada en la cama, demenciada después una serie de sucesos vividos durante la guerra y de quien solo escuchamos su voz, y un serio teniente que recibe un encargo insólito que casa mal con sus ocupaciones habituales. El azar y la necesidad de reconocimiento empujan a estos dos personajes a topar con los achacosos miembros de la Brigada 22, un cuerpo militar sepultado en el olvido dado que jamás fueron localizados ni detenidos. Ignorantes del destino del país, estos combatientes continúan con sus liturgias bélicas e ideológicas y llaman a unos cuantos palmos de monte «el último territorio libre de España». Y bueno, al final de ese proceso he descubierto cosas como que el libro puede tratar sobre nuestra incapacidad para cerrar heridas, o sobre el afán universal por encontrar un sentido a lo que hacemos (aunque no lo tenga en modo alguno) junto con aspectos más cercanos como el aliento de la vida al aire libre o el valor de nuestra naturaleza mediterránea.

El humor sobrevuela toda la novela y te ríes hasta del periodismo, que es tu oficio. Amos Oz decía algo así como que nunca había visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en un fanático.

La literatura es distancia. Y cualquier forma de arte y de ciencia. Tomar perspectiva, sobrevolar un hecho o un pensamiento, de hecho, vernos desde fuera es lo que nos hace humanos. Y esa óptica distinta resulta del todo imprescindible, pues sin ella nos veríamos reducidos a la figura del condenado a galeras, un autómata obediente a unos pocos compases. El humor también lo es, es la distancia pura, la que nos hace ver lo asombrosamente ridículos que podemos llegar a ser. Sí, también me río del periodismo y de ciertos personajes arquetípicos del oficio, más que nada porque es un mundo que conozco más o menos bien. Y el sentido del humor constituye una herramienta poderosísima para contemplarnos y para conocernos mejor, conocernos de un modo más directo y más humano. No obstante, la novela abunda en humor pero también puede resultar cruel y tragicómica en ocasiones, como la propia Historia de España. Levantar una sonrisa y a la vez un estremecimiento es algo difícil de conseguir. Y solo cuando uno llora y ríe mientras escribe puede pretender que el lector, ese co-escritor, ese co-creador, llegue a hacer lo mismo. En La Brigada 22 he querido desdramatizar para superar, ofrecer una catarsis literaria —a falta de otra física— para cauterizar, para mirar hacia adelante.

También decía el escritor israelí que «la literatura es siempre la respuesta» o antídoto contra el fanatismo «mediante la inyección de imaginación».

Estoy de acuerdo. Y yo me pregunto: ¿Por qué hablamos tanto de la guerra civil? ¿Por qué sigue interesando e inspirando ensayos, novelas, poemas, películas o documentales? Porque fue monstruosa, porque cavó una grieta profundísima en las generaciones que la sufrieron y vivieron sus consecuencias, sí, pero también porque, de algún modo, la guerra civil sigue entre nosotros. Su superación real no ha sido posible ya que cualquier intento de hacerlo se ha percibido casi siempre de un modo partidario, «faccioso», en vez de como la gran labor de reconciliación colectiva que debería ser. Tan denunciable y vergonzoso es el hecho de que este país continúe ocultando muertos en sus cunetas como que aún muchos sigan mirando la ideología de esos cadáveres. En otros países de nuestro entorno las personas que se enfrentaron al fascismo o al nazismo, los «partisanos», la «resistencia»… son auténticos héroes estatales, elevados a la categoría de mito, depositarios de altos valores nacionales y morales. ¿Por qué no ha pasado lo mismo con el maquis español? Esa es una pregunta de hondura. ¿Qué falta por hacer aquí, entonces? Pues hace falta algo, claro, pero ese algo es tan grande, necesita de tanto valor y tanta generosidad, tanta altura de miras (barrida del mapa político en nuestros días), que a día de hoy solo se ha abierto camino en el campo de la creatividad. Al menos, es un paso.

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