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ELVIRA LINDO En el nombre del padre

Aurelio Loureiro

Aurelio Loureiro

Un libro redondo. Un tortazo de buena literatura.

Elvira Lindo ha sido capaz de captar la palabra Amor con todos sus significados y contradicciones.

No suelo leer nada referente a un libro antes de leerlo; prefiero la lectura virgen, lector y libro desnudos, sin referencias que desvíen la atención y enturbien el disfrute de la lectura. El autor habrá de esperar con calma a que llegue su turno. Después de leerlo, en cambio, a veces si me dejo llevar por las opiniones de otros lectores para contrastar y complementar mi primera impresión y, si voy a escribir sobre libro en cuestión, despierto al autor y le obligo a acompañarme en el periplo de la interpretación sosegada.

En lo concerniente al último libro de Elvira Lindo, A corazón abierto (Seix Barral), teniendo en cuenta la aureola que preside la labor literaria y periodística de la escritora gaditana, parecía imposible dejar a la autora en reposo y a la espera hasta haber leído el libro. Pero, además, al azar se me cruzó una frase de Javier Cámara impresa en la faja del libro: “Es un libro precioso, lleno de ternura y alma”. Frase que me llevó directamente a la esencia y causa de la literatura y a la razón última del escritor que lo es y no sólo de oficio.

A menudo es difícil identificar las razones −no siempre comerciales− por las que a un libro determinado le envuelve una atmósfera de acertijo resuelto. Más allá de los adjetivos laudatorios: páginas impagables, novela portentosa, obra maestra, excelente, conmovedora, arriesgada, profunda y emotiva. Calificaciones de especialistas cualificados (Fernando Aramburu, J. M. Pozuelo Ivancos, Juan José Millás, Manuel Rodríguez Rivero, Jesús Ferrer, Ignacio Martínez de Pisón, Inés Martín Rodrigo, Javier Morales…) con los que no puedo estar más de acuerdo. Porque, a parte de su ya conocida presteza en la escritura y la interpretación, sus apreciaciones me relevan de buscar nuevos adjetivos que quizá ya se habrían utilizado. Porque la atmósfera que envolvía A corazón abierto era de consenso crítico y regocijo lector. El mejor libro de Elvira Lindo. Qué mejor embajada para empezar la lectura.

Confirmo, una vez leído, que todos tienen razón en su particular manera de ensalzar un libro que tiene todos los visos de ser un hito kilométrico en la carrera de Elvira Lindo. No obstante, me atrevería a añadir (sin desestimar la referencia a obra maestra, aunque siempre me crea cierta inquietud) que es un libro redondo en el que la creadora de Manolito Gafotas no sólo pone el alma, sino las vísceras. La verdad reside en las vísceras. Éstas no mienten. El alma puede ser engañosa, o perversa, o estar condicionada por impulsos nocivos de la memoria, manipulada por recuerdos sombríos. En las vísceras todo resulta más natural, pues hay una total ausencia de hipocresía. Las vísceras son la mejor arma contra la hipocresía porque no emplean la astucia para revelar las emociones, los sentimientos, las contradicciones. Hay muchas memorias y la memoria de las vísceras es la más limpia ya que es perecedera; pertenece al impulso primigenio, ese que sólo puede cobrar forma a través de la palabra.

En la anterior entrega de Epicuro escribí sobre la última novela de Petros Márkaris en la que una banda de cincuentones se dedicaba a perpetrar actos terroristas que reivindicaban como una venganza contra la hipocresía; cruento pero digno motivo que hasta al comisario encargado del caso, el singular, Kostas Jaritos, le parecía licito.

En tiempos de zozobras la hipocresía suele ser el campo de cultivo de la manipulación. Elvira Lindo se hace transparente, sin embargo, en su búsqueda, el estómago apretado, el hígado que echa de menos las barras de los bares cercanos, los pulmones que aún respiran el humo de los cigarrillos del padre fumador, el corazón que tamiza la virulencia del tiempo, los padres, la infancia destronada, que no perdida, la sinrazón de la hipocresía. Nunca es mal momento para poner en orden la infancia y la adolescencia y, a su vez, la infancia y adolescencia de los padres; los sentimientos, al fin.

Amable y, a la vez, arriesgado el asunto de los padres cuando la infancia ha perdido su rol de paraíso; pero inevitable para un escritor que quiere ajustar de una vez por todas su relación la memoria para así ajustar la relación con la vida. No hay escritor que no haya tenido la tentación de regresar a la infancia o sentir añoranza por una adolescencia donde nada está resuelto.

Si en el tránsito aparecen los padres −suele ocurrir, aunque no fueran ellos los protagonistas− el recurso de la memoria adquiere coordenadas inesperadas; las emociones no allanan el camino de los recuerdos, pero aligeran la carga de la escritura. Elvira Lindo habla de la madre, fallecida prematuramente. Pero sobre todo habla del padre, la figura contradictoria, la autoridad no exenta de cariño, en los ojos de la niña, en los ojos de la huérfana de madre que persigue un sueño, en los ojos de la mujer que lo ve en la cama de un hospital, desahuciado, aniquilado por la vida.

El padre omnipresente que también fue niño reo de una orfandad obligada por su propia madre, la abuela, que tuvo que sacarse las castañas del fuego, que vivió para los suyos y para sí mismo, que reclamó atención porque quizá en su infancia no la tuvo. Son cosas que nos recuerdan a otros padres, otras infancias, otras adolescencias, otra época de la historia de España, que no está tan lejos como parece y que no conviene olvidar.

En las circunstancias en las que nos encontramos se empieza a hablar del respeto que se merecen los que protagonizaron esa época oscura y que consiguieron sacar adelante generaciones más libres. Algunos ya lo pensábamos. Elvira Lindo lo grita en este libro con todas sus vísceras.

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