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El retiro religioso cerca del cielo: Meteora

Alfonso García

Alfonso García

Todos los caminos conducen a Roma. Clásico. Entre los clásicos griegos también, todos los caminos salen de Atenas.

Y de aquí partimos hacia Meteora, uno de los lugares más extraordinarios del mundo, fascinante.

Unos 350 kilómetros de distancia. Le recomiendo un día de viaje, con paradas interesantes, para aprovechar desde muy temprano en el destino, al día siguiente, y organizar así el regreso o la búsqueda de otros horizontes, suponiendo que viaje en coche, lo más recomendable, por la movilidad. Por si acaso, recuerdo que Atenas-Kalambaka puede hacerse en tren. Algo más de cuatro horas.

El monasterio de Santa Bárbara Roussanou es femenino y desde uno de sus balcones se divisa una panorámica espectacular. Foto: A. García

Es recomendable al menos detenerse en el Paso de las Termópilas, escenario de un hecho histórico del que seguramente todos hemos oído hablar. En la batalla con el nombre de este desfiladero se enfrentaron el imperio persa de Jerjes y una alianza de polis griegas lideradas por Esparta en agosto o septiembre del año 480 a. C. Una historia de estrategias, valentías y traiciones. Después se ha propuesto como ejemplo del poder que puede ejercer sobre un ejército el patriotismo y la defensa de su propio territorio por parte de un pequeño grupo de combatientes. Hay quien dice que si Pausanias –una estatua de bronce recuerda su gesta- no hubiese tomado la decisión de frenar a los persas, posiblemente la historia de Europa, seguramente del mundo, se hubiera escrito de otra manera. La zona sigue siendo centro de aguas termales, idea a la que alude su propia etimología, aunque el origen de las aguas, como casi siempre, tenga una razón mitológica.

La iglesia de San Nicolás ofrece una impresionante
decoración. Foto: A. García

Estamos en la fértil llanura de Tesalia, en la Grecia central, la mayor región agrícola del país –algodón, tabaco, olivos, legumbres y cítricos-, cuyo nombre hace referencia a la sal por su origen marino emergente, antaño morada de centauros. Siguiendo el camino, las ciudades de Lamia –fue importante base militar espartana-, Karditsa –la primera ciudad europea en ser liberada de la ocupación nazi- y Trikala, de mayor interés sin duda, cuna, según la mitología, de tres de los argonautas. Antes de llegar a Kalambaka, destino de referencia, una impresionante meseta de roca –“la piedra de Dios”-, coronada por una gran fortificación, anuncia en alguna medida el sentido de espiritualidad que Meteora significa.

Para dormir, Kalambaka o Kastraki. La primera es una pequeña ciudad, bulliciosa, con muchos restaurantes, cafeterías y tiendas de recuerdos, especialmente con los clásicos iconos griegos, como parece aquí lógico. Kastraki, por el contrario, es un pueblecito pequeño, tranquilo y acogedor que se convierte en el centro real de este paisaje único, daliniano, en que masas rocosas grises, oscuras, parecen surgir verticalmente de la tierra. Puede ir intuyendo el espectáculo del paisaje y su aprovechamiento humano. La realidad supera la ficción.

Rocas en el aire

Masas rocosas sirven de base para la construcción
de los monasterios. Foto: A. García

Meteora significa “rocas en el aire”. Y, eso, parecen. Las rocas, talladas por la erosión y la acción del mar hace millones de años, ofrecen un curioso, extraño, misterioso paisaje. Como lugar recóndito y aislado, era ideal para el retiro religioso y la soledad espiritual. Los ermitaños comenzaron a frecuentarlo a finales del siglo XI, aunque los primeros monasterios no se fundaron hasta el XIV, en parte para escapar de los turcos y albaneses de la época, convirtiendo así el valle en referencia importante del monacato ortodoxo griego. Eran los monasterios suspendidos del cielo, hoy Patrimonio de la Humanidad (1988), “las rocas enviadas por el cielo a la tierra” para permitir a los griegos el retiro y la oración. ¿Que cómo se construyeron? La respuesta tiene un largo recorrido de dudas y misterios, sin que nunca falte todo tipo de leyendas. Hasta puede crear la suya propia. El circuito en torno a los monasterios, de unos diecisiete kilómetros, da mucho de sí: contemplar, imaginar, soñar. El viaje tiene todos estos componentes. Para los más curiosos, anotar que aún se puede ver un primitivo telesilla –hay que tener valor- o una cesta que sirvió de montacargas en que los lugareños depositaban las provisiones. Con el tiempo se han ido construyendo escaleras y puentes que permitan el acceso y la visita.

Escaleras en la roca y puentes permiten hoy el acceso
y la visita. Foto: A. García

Llegaron a las dos docenas los monasterios. Abandonados algunos, un buen puñado fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial por las tropas alemanas: la resistencia griega se había refugiado en ellos. De los que quedan en pie, no todos son visitables. Servidor acudió, previo pago de tres euros en cada uno, a las maravillas de dos: Santa Bárbara Roussanou y San Esteban, ambos femeninos. Descensos y entradas por caminos escalonados y boscosos, filigranas inverosímiles en las rocas, impresionantes y diminutas iglesias bizantinas, frescos valiosos y mosaicos llenos de color, vestimentas y objetos históricos… Aunque, a pesar de tanta maravilla, el asunto tiene no poco de negocio, sea muy respetuoso, evite las fotos en el interior, prohibidísimas, y utilice la ropa adecuada que propone el recato y exigen las comunidades religiosas que se visitan.

La única preocupación aquí es mirar y ver. Las maravillas de dentro. La riqueza de todos los ángulos del paisaje, insólito. No hay que cerrar los ojos. Está todo allí, en el bosque de rocas que algunos califican como sobrenatural.

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