“En su timidez, Claudio tenía algo bien guardado que pocos podían ver: un gran mundo interior.”
Claudio era un niño bastante introvertido. Apenas hablaba al salir con su mamá de paseo, y cuando lo hacía era muy prudente, insuflaba un hilito de voz dulce y pausada, con palabras que salían de entre sus labios un tanto desorganizadas.
No le gustaban los ruidos, y mucho menos que le apretaran los carrillos al dirigirse a él.
Era bastante maniático para la comida, pues el arroz era su base alimentaria, abriéndose poco o nada a nuevas experiencias culinarias.
Su sentido del humor era bastante particular; incluso para sus padres era difícil de entender en alguna que otra ocasión. En su timidez, Claudio tenía algo bien guardado que pocos podían ver; un mundo interior, tan variopinto y colorido, que no necesitaba del exterior para vivir auténticas aventuras.
Cómo cada sábado, antes de salir al mercado, Claudio se daba un largo baño, con agua calentita y su jabón favorito de albahaca y mandarina.
Disfrutaba de sus experiencias en ”alta mar”, sentado en el fondo de su bañera. Sobrevivía a tsunamis provocados por su patito de goma. Otras veces eran las olas las que le enjuagaban su pelo lleno de espuma. Incluso se atrevía a desvalijar a algún que otro pirata arrebatándole el acondicionador de su muñón con garfio.
Pero ese día, Claudio, salió de su cuarto, tras haber recorrido toda la casa a hurtadillas, sin hacer apenas ruido, disfrazado con todo lo que pudo hallar.
En su cabeza llevaba el casco de moto de su hermano mayor, unas chanclas de verano estilo zori, calcetas blancas hasta las rodillas, y una bata negra que había encontrado en el cuarto de su hermana. Tomó un palo de escoba al que le había quitado el cepillo a modo de espada.
Su madre no supo cómo reaccionar al verlo de esa guisa. Era evidente que no podría salir así a la calle, pero tuvieron que conversar para que entrara en razón el pequeño y terco samurái.
−Claudio, mi amor. ¿De dónde has sacado todo eso? Quítatelo, por favor, que tenemos que salir antes de que haya más gente y se aglutinen en la pescadería”.
−“Mamá. ¡Hoy seré tu samurái, no temas!” –decía el infante con una media sonrisa algo pícara.
−“Claudio, por favor, devuelve el casco a tu hermano que tendrá que salir pronto para el trabajo, y regrésale la bata a tu hermana que se levantará y pasará frio”
−“Mami; pero ¿Por qué no quieres que sea tu samurái? ¡Si soy invencible! Mi espada apartará de tu camino a todas esas viejas chismosas que tanto te molestan cuando vas a comprar. Además, los perros no se acercarán, y con estos zapatos tan chulos puedo ir tan sigiloso que si me pides que vaya a por algo de fruta nadie se dará cuenta de que estoy allí; seré “La invisible sombra del samurái”.
−Mi cielo, a mí me gusta mucho cómo vas; pero ¿Sabes que la gente te mirará extrañada, ¿no? -decía algo preocupada por la testarudez de Claudio.
−¡Al pequeño samurái nadie osa mirarlo extrañado, en todo caso, asombrado! Así que por eso no debes temer, pues mi coraje se hará presente ante todos los mortales del mercado” –decía Claudio mirando a su madre empuñando la espada imaginaria.
−Claudio, cariño, haremos una cosa -decía su madre sonriendo−. Tú iras vestido como quieras, a mí no me importa en absoluto, pero prométeme una cosa. Si alguien te comenta algo o sonríe, sólo contesta con una palabra: GRACIAS.
−¿Y por qué deberían decirme algo? Al pequeño samurái, nadie puede ofenderle. Pero si alguien me dijese algo, ¿Por qué debería darle las gracias? -refunfuñaba Claudio con voz algo más firme.
−Claudito, no todos tienen tu imaginación. A muchos se les ha olvidado con el paso del tiempo, puede incluso que ni la llegaran a conocer. Pero no olvides que tú eres un rayo de luz para esas personas grises, así que agradece si se extrañan o te sonríen. Eso quiere decir que provocaste algo positiva en ellos, aunque la confundan con la vergüenza o el ridículo. Eso a ti te tiene que dar igual. ¿OK?” –le decía mientras entrelazaban sus meñiques sellando el pacto.
−Prométeme vivir siendo tú mismo, libre y sin miedo al qué dirán, y ser feliz vayas donde vayas, vayas con lo que vayas. Las personas correctas te querrán siempre tal y como eres. Sólo, confía en ti igual que lo hago yo.
Porque aprender de un niño que no tuvo miedo a ser por un día un samurái, puede ser un regalo.