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El pequeño continente: La vía de la plata

Jose Maria Merino

Jose Maria Merino

Los españoles sentimos tal fascinación por los extremos que, del mismo modo que consolidamos con rapidez identidades colectivas al parecer inconmovibles, somos también capaces de disolver en pocos años otras identidades acreditadas por el paso de los milenios.

Tal es el caso de la “Vía de la Plata”, ilustre topónimo que debería ser intocable, pero que se ha utilizado para denominar una autovía que ni respeta los límites del trayecto originario ni su auténtico trazado, y que hubiera debido titularse “Autovía del oeste”, por un respeto mínimo a la significación de eso que llamamos “los patrimonios culturales”.

Esquema de la Vía de la Plata. Epicuro

El camino llamado en la antigüedad “Iter ab Emerita Asturicam” – la verdadera “Vía de la Plata”- unía Emérita Augusta –hoy Mérida- y Astúrica Augusta –hoy Astorga-. La  denominación no se sabe muy bien de dónde procede: hay quien asegura que viene del árabe “al balat” o “balata” –el camino, el pavimento- y que era la manera con que fue denominada en tiempos de la dominación árabe. Pero es de suponer que entonces todas las calzadas subsistentes de la compleja red romana de la Península Ibérica recibirían el mismo nombre genérico… Una explicación interesante la dio el historiador Antonio de Cárcer de Montalbán, al asegurar que las vías romanas solían cubrirse con una capa de arena gruesa y cal, y a veces de cascajo menudo y blanquecino, “de donde se apellidó Argéntea la vía militar que atravesaba Salmántica y entraba en Lusitania”. Uno se imagina la calzada brillando bajo la luz de la luna,  y no puede menos que sentir simpatía, al menos poética, por esta versión.

El caso es que la auténtica y única “Vía” o “Ruta” de la Plata es, repito, la que enlaza Mérida y Astorga. Tenía precedentes prerromanos, pues su condición de lugar de tránsito vino favorecido por los propios accidentes del terreno, pero fue en tiempos de Augusto cuando se consolidó, recibiendo un cuidado del que todavía dan testimonio muchos trechos del firme originario bien conservados y numerosos “miliarios”, los grandes cilindros de piedra que iban señalando el trayecto cada kilómetro y medio, aproximadamente.

Miliario de Nerón en la ciudad de Cáparra, al norte de Cáceres. Foto: Caligatus

La “Vía de la Plata” es una de las rutas monumentales más interesantes de España. Para empezar, Mérida. Fundada en tiempos de Augusto como retiro para los veteranos de las guerras cántabras, se convirtió en una de las urbes importantes del imperio. Al recorrer los distintos monumentos que salpican la ciudad –puente, templos, termas, teatro, circo, acueductos, mansiones…- y otros, como los embalses para el servicio del agua,  con sus enormes muros intactos, el visitante tiene conciencia del gigante que está sepultado bajo los edificios modernos, mucho menos interesantes, cuyo mejor destino acaso fuese el de trasladarse a un espacio extramuros de la antigua Emérita y permitir que aquella emergiese totalmente a la luz, pues sin duda sería uno de los espacios de la Roma imperial más fascinantes del mundo. En cualquier caso, solamente el recorrido del Museo Romano  merece la visita.

Teatro Romano de Mérida. Foto: Håkan Svensson

La segunda ciudad importante del camino es Cáceres. En España no es fácil encontrar recintos medievales tan bien conservados como el de esta ciudad, donde los edificios religiosos se alternan con una abundante muestra de palacios y edificios civiles espléndidos, todo ello enmarcado por los restos de la muralla romana. Siguiendo la Vía, el viajero encontrará luego la ciudad de Plasencia, con sus murallas medievales,  su ayuntamiento renacentista, sus catedrales, una de traza románica y gótica y la otra también renacentista, y un  abundante conjunto de antiguas y bellas iglesias y mansiones palaciegas. Béjar será la cuarta estación de nuestro recorrido. Localizada en terrenos boscosos y en una cresta montuosa que remata en el Palacio Ducal –sobre el lugar que sirvió de asentamiento prehistórico y alcázar árabe- su historia, como la del resto de las poblaciones de la Vía, está marcada por la sucesión de las culturas, y lo atestiguan restos de murallas, iglesias de origen visigótico, y románico, plazas porticadas y edificios de noble apariencia, que muestran lo que debió ser su esplendor dentro de la producción de paños.

De Salamanca qué se puede decir a estas alturas. Cargada de inmortales referentes intelectuales y literarios; de una riqueza arquitectónica, sobre todo renacentista, deslumbrante, la romana Helmántica, ciudad del Tormes, en la que el gran rey leonés Alfonso IX fundó lo que sería la primera universidad española, sigue siendo un hechizo del ánimo, como en su día dijo de ella Cervantes. Mas como la sucesión de emplazamientos extraordinarios es inacabable, la siguiente estación obligada en la Vía de la Plata es Zamora. Zamora la bien cercada/ a un lado la  cerca el Duero/ al otro peña tajada, como canta el romance, ofrece al visitante, con una catedral románica muy bella -una inigualable cúpula y una torre que parece propia de la arquitectura contemporánea-, muchos otros edificios religiosos, murallas, castillos, casonas, palacios y lugares cargados de resonancias legendarias.

El séptimo hito importante de la Vía de la Plata es Benavente, que los romanos consolidaron, muy cercana al río Esla. Su famoso castillo, del que solamente resta una impresionante torre, sus hospitales, la iglesia románica de Santa María del Azoque, merecen ser conocidos por el viajero. Por último, en el otro extremo de la ruta, está Astorga, donde el Camino de Santiago viene a confluir en la Vía de la Plata. En la ciudad, cercana al sagrado Monte Teleno, las murallas romano-medievales enmarcan una serie de monumentos muy singulares, como el palacio  episcopal  que levantó Gaudí o la catedral, de estilo gótico tardío. Astorga conserva muchos restos del pasado romano y la llamada Ergástula, un pasadizo donde se presenta un museo romano muy interesante.

La referencia exclusiva a estos “hitos” no hace justicia a la materialidad ni al espíritu del conjunto, pues todo el trayecto está salpicado de poblaciones y lugares que merecen la atención del viajero curioso, tanto en los aspectos monumentales como en los paisajísticos y gastronómicos. Por citar los lugares más importantes he dejado al margen muchos otros que el viajero tranquilo debería también conocer, tras su salida de Mérida: Aljucén, Aldea del Cano, el embalse de Alcántara, Grimaldo, Galisteo, Cáparra, Baños de Montemayor, Fuenterroble de Salvatierra,  San Pedro de Rozados, El cubo de la Tierra del Vino, Riego del Camino, Benavente, Alijo del Infantado, La Bañeza…

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