La bodega literaria española es una muestra más del compromiso de bodegas Vivanco con la literatura y el arte.
Consumir buena literatura y buen vino no alargan la vida, pero la hacen más placentera.
Editado por la Federación Española del Vino, Bodegas Vivanco –que, aparte de la calidad de su vino, cuenta con un museo excepcional sobre la cultura vinícola- y el Instituto Cervantes, apareció en 2018 un librito –lo llamo así solo por su forma física- de Miguel Ángel Muro, titulado La bodega literaria española.
Miguel Ángel Muro, catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad de la Rioja, es autor, entre otras obras, de otro libro titulado El cáliz de las letras. Historia del vino en la literatura y, como se señala en la contracubierta del que voy a reseñar…“un apasionado de la enseñanza, de la lectura, de la cultura del vino y, por supuesto, del vino, del buen vino: ya dijo Goethe que la vida es demasiado breve para beber vino malo”.
La bodega literaria española está dividido en seis partes. La primera parte –“La prestigiosa bodega hispana”- habla de algunos de los clásicos latinos como Marcial, Columela o Séneca, que por la habitual desmemoria española hemos olvidado que son hispanos –Marcial de la actual Calatayud, Columela de Cádiz y Séneca, cordobés- reproduciendo algunos de sus textos a propósito del vino, desde aspectos satíricos, técnicos o poéticos. La estructura y el sentido de esta parte determinan del contenido de toda la obra: comentarios expertos y antología de textos.
La segunda parte, “La maliciosa bodega medieval”, se ordena en dos apartados: en el primero, “La bodega del diablo”, aparte de descubrir cierta relación afectiva de algunas órdenes religiosas con el vino –los cluniacenses, los benedictinos- encontraremos la referencia textual a ese “milagro de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo en que la Virgen salva a un piadoso monje borracho de la embestida de un toro. Luego está la de El libro del Buen Amor, de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en que el diablo engaña y emborracha a un ermitaño para darle mal fin. En el segundo apartado, “La bodega de las mujeres briagas”, se incluyen las coplas de Jorge Manrique sobre aquella mujer bebedora que había empeñado su túnica en la taberna, y también se nos recuerda a las bebedoras en un fragmento de El Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo.
La tercera parte trata de “La bodega divina y demasiado humana de los siglos de oro”, y consta de cuatro apartados. En el primero, “La bodega de prostitutas de fino paladar y pícaros de grandes tragaderas”, se muestran un refrán de Francisco Delicado –¿Quién te hizo puta? El vino y la fruta-; ciertos textos de la taimada Celestina traídos del libro del mismo título de Fernando de Rojas; una referencia a la Cena jocosa, de Baltasar del Alcázar; y el castigo que para Quevedo merecen los taberneros manipuladores en Las zahurdas de Plutón; por último, se nos recordará la afición al vino que acaba teniendo Lázaro de Tormes, y ese “digno sucesor del Lazarillo” que, según el autor, resulta Estebanillo González , “…el pícaro más bebedor de toda la literatura española”.
El segundo apartado nos habla de “La bodega celestial” aludiendo a ciertos aspectos de la versión e interpretación de El Cantar de los Cantares que hizo fray Luis de León, incluyendo alusiones al vino; también en este apartado se nos recordará El cántico espiritual de San Juan de la Cruz, reproduciendo uno de sus comentarios sobre “el adobado vino” al que se refiere en uno de sus versos.
El tercer apartado –“La bodega del caballero andante y del escudero bebiente”-, tras recordar aquellas estatuas del Tirant lo Blanc de Joanot Martorell -la de la dama de cuyo sexo salía vino blanco y la del enano de cuyo ombligo salía vino tinto-, se evocan diversos momentos del Quijote en los que el vino cobra especial protagonismo; y tras aludir a textos concretos de Quevedo y Tirso de Molina, se reproducen unas jugosas Coplas… de Alfonso de Toro en las que se recuerdan, con sus nombres, más de 210 poblaciones y comarcas vinateras españolas, y se incluye alguna portuguesa…
El cuarto apartado habla de “La bodega de los escenarios del Siglo de Oro”, señalando, con referencias concretas, cómo el vino aparece en las obras de Lope de Vega –Peribáñez y el Comendador de Ocaña, El galán de la Membrilla, El Anticristo-, Tirso de Molina –La fingida Arcadia– o Calderón de la Barca –Amar después de la muerte-.
En la cuarta parte del libro se trata de “La rica bodega moderna” y tiene tres apartados. El primero, titulado “La bodega de los discípulos del sabio Anacreonte y de los no menos sabios mosquitos del vino” reproduce el gusto de vivir –y de beber- en poemas, alguno especialmente humorístico, de Esteban Manuel de Villegas, Juan Meléndez Valdés y Tomás de Iriarte. El segundo apartado –“La bodega romántica y la del terruño”- vincula humor y vino en textos de Manuel Bretón de los Herreros, Tomás Rodríguez Rubí y Wenceslao Ayguals de Izco, y presenta textos con facetas de la mirada romántica en José de Espronceda, José Zorrilla y Mariano José de Larra. El apartado tercero trata de “La bodega del realismo con vasos y señales”, y en él se recogen fragmentos acordes con el tema en novelas de Juan Valera, Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas Clarín, Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez, que incluso tiene una novela “empapada en vino”, nos dice el autor: La bodega.
La quinta parte se titula “La espléndida bodega del siglo XX” y, dividida en once apartados, es la más extensa del libro. En el primero –“Bodegas Unamuno/Machado”- “Unamuno ve la sangre derramada por Cristo como un vino que calma la sed espiritual”, nos dice el autor, reproduciendo luego fragmentos de El Cristo de Velázquez. Le siguen fragmentos de poemas de Manuel y Antonio Machado.
El segundo apartado –“La bodega de la ‘generación del 98’” comienza con unos fragmentos de Azorín correspondientes a su novela Salvadora de Olbena (Novela romántica), a los que siguen ciertos textos de Pío Baroja –uno de ellos de Memorias de un hombre de acción– y culmina con un diálogo muy vinoso de Cara de plata, de Valle-Inclán.
“La brillante bodega vanguardista” forma el tercer apartado, con textos y los habituales comentarios del recopilador sobre ellos, de Ramón Pérez de Ayala –Los trabajos de Urbano y Simona- , Ramón Gómez de la Serna –Disparates, El Rastro, El incongruente-. No falta Juan Ramón Jiménez con referencias a Platero y yo.
“La sugerente bodega surrealista” ocupa el cuarto apartado, en el que se presentan versos de Federico García Lorca, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre. Cierra el apartado la Oda al vino de Miguel Hernández.
“La negra bodega de la guerra civil y del exilio”, se titula el quinto apartado, que se abre con una sentencia del Max Aub: “Llega un momento –en la vida pasajera- en que al hombre solo le queda el vino”, y en él recorremos textos de La forja de un rebelde de Arturo Barea; Crónica del alba y otros libros de Ramón J. Sender; La fiel infantería, de Rafael García Serrano, así como de episodios de El laberinto mágico, del citado Max Aub.
En el sexto apartado, “La bodega triste de la lírica de posguerra”, tras una evocación familiar en prosa de Luis Rosales se suceden versos de Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Rafael Morales, Gabriel Celaya, Antonio Gamoneda, Blas de Otero, José Hierro. Remata este apartado un poema de Claudio Rodríguez cuyo arranque dice: “¡Nunca serenos! ¡Siempre/ con vino encima! ¿Quién va a aguarlo ahora/ que estamos en el pueblo y lo bebemos/ en paz?….”.
El apartado séptimo se refiere a “La bodega no menos triste de la narrativa de posguerra” y en él se recogen textos de Álvaro Cunqueiro –el apartado se abre con una sentencia suya: ”Los vinos son la raza humana mejorada”- Camilo José Cela, Francisco Umbral, Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Rafael Azcona, y José Manuel Caballero Bonald, cuya novela Dos días de septiembre transcurre en dos días de vendimia.
El apartado octavo se titula “La bodega de la larga transición”, y en ella hay referencias al vino desde la obra de Manuel Rivas, Ramiro Pinilla, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Francisco García Pavón, Miguel Espinosa, Rafael Chirbes y Luis Goytisolo.
“La bodega lírica entre siglos”, se titula el apartado noveno, donde, como dice el autor “después del vino realista de tabernas, obreros y casas frías, algunos poetas buscaron un vino rutilante, exótico, bebido en copas de cristal exquisitamente tallado….”. El primero de tales poetas resulta Pere Gimferrer, a cuyo poema sucede el del “malditismo” de Leopoldo María Panero, aunque luego viene la “lucidez” del poema de Juan Luis Panero, el “misterio que oculta la realidad” en los versos de Antonio Colinas, el “vino poético” de Luis Antonio de Villena, el vino como “motivo erótico” y “sensualidad” en los poemas de Clara Janés y Ana Rossetti, el vino con “aromas a poesía mística” en los poemas de Antonio Carvajal, la “equiparación de vino y vida” en el poema de María Rosal o la mirada irónica en los textos de José Antonio González Iglesias.
El apartado décimo se titula “La bodega de la fantasía” y en él se incluye ese Trasgo del Sur –“uno de los personajes más entrañables vinculados con el vino”, dice el autor- que imaginó Ana María Matute en El olvidado rey Gudú. También se recoge el vino en un momento peculiar de La orilla oscura, novela de quien suscribe esta reseña.
“La bodega rural y de ciudades provincianas: el vino de la costumbre”, se llama el apartado undécimo de esta quinta parte. “Vinos de pueblo, de romería o de pequeña bodega, de las viñas de al lado, de casa de toda la vida. Vinos de ciudad pequeña, de tasca con parroquianos que son como de familia”…advierte el autor … “mojan las páginas de varias novelas importantes”, citando a continuación, acompañados de los fragmentos que justifican los sucesivos textos, a Andrés Berlanga (La gaznápira), Bernardo Atxaga (Obabakoak), Luis Mateo Diez (La fuente de la edad), y Antonio Pereira (Las ciudades de poniente).
La sexta parte, dividida en tres apartados, se titula “La rutilante bodega actual”. En el primer apartado –“Los ritos del vino”- el autor señala que “Las novelas de finales del siglo XX y principios del XXI dan cuenta de una situación social en la que el vino disputa con otras bebidas su lugar en el mercado y en las copas, al tiempo que el conocimiento sobre el vino se ha extendido, mejorado y prestigiado, con unas buenas dosis de ritualización”. Los autores cuya obra aporta fragmentos sobre el vino son Esther Tusquets (Correspondencia privada), Gustavo Martín Garzo (Las historias de Marta y Fernando), Pedro Zarraluki (La historia del silencio), Rafael Chirbes (Los viejos amigos. En la orilla), Antonio Muñoz Molina (Beatus Ille), Juan José Millás (Dos mujeres en Praga), Soledad Puértolas (Burdeos. Compañeras de viaje), Fernando Aramburu (Patria) y Pablo Tusset (Lo mejor que le puede pasar a un cruasán)
El segundo apartado, “La bodega de novelas; enciclopedia sobre el vino” recoge autores y títulos de los últimos años desde la perspectiva de ambientes o asuntos vitivinícolas. En él figuran, con sus correspondientes fragmentos, Gonzalo Gómez Alcántara (El hijo de la filosera), Carlos Clavijo (El hijo de la vid), Gisela Pou (El silencio de las viñas), Virginia Gasull (In vino veritas) y Francisco Bescós (El porqué del color rojo).
El libro cierra con un “Brindis poético de despedida” reproduciendo un poema de Carlos Marzal titulado Ágape que sin duda tiene sustancia y contextura de brindis.
Una interesante obra, en fin, que trata del vino desde la literatura y de la literatura desde el vino. Espero que pronto pase al mercado editorial. Salud.